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El Papa que abrazó a todos

Más allá del líder de la Iglesia o del actor político global, Francisco deja un legado profundamente humano y espiritual marcado por la misericordia, el perdón y la cercanía con los más vulnerables.

El Papa que abrazó a todos

La imagen es para siempre: un hombre de blanco, solo, bajo la lluvia, en una Plaza de San Pedro vacía cuando la pandemia de covid-19 azotaba al mundo. Era el 27 de marzo de 2020. El Papa Francisco, con gesto de preocupación, elevaba una oración por la humanidad.

Aquel momento silencioso y estremecedor capturó el espíritu de su pontificado: una Iglesia que acompaña, consuela, abraza en medio de la incertidumbre.

Más allá del líder de la Iglesia católica, fue un hombre de gestos sencillos y mirada compasiva que supo acercarse al dolor, abrazar a los vulnerables y abrir puertas de diálogo en una Iglesia que pedía más espacios y ser escuchada.

Hoy, tras su partida, ese legado sigue hablándole a la humanidad, desde las entrañas de un hombre que eligió el nombre del santo de Asís y vivió como él: abrazando la pobreza, desafiando al sistema, caminando junto a los olvidados.

Misericordia y vida

Durante los novendiales por el fallecimiento de Francisco, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede en Roma, lo resumió con claridad: “La misericordia ha sido el programa de su pontificado”.

Éste no es un concepto abstracto o una virtud que se predica desde el púlpito, dijo, Francisco la encarnó en su forma de hablar, en su modo de mirar a los demás y en su obsesiva atención hacia quienes sufren.

Desde el altar que fue construido con restos de botes de refugiados en la Isla de Lampedusa, hasta su inolvidable frase “¿Quién soy yo para juzgar?”, expresó, su paso por el papado se definió por la constante de derribar muros y tender puentes.

Como recordó Parolin: “no puede haber paz sin perdón, sin cuidar a los más débiles. Francisco nos enseñó que la paz no se impone: se cultiva en el corazón, se construye con misericordia y se defiende escuchando, aún en el disenso”.

El Papa que escuchaba

En un mundo eclesiástico habituado a la verticalidad, el Papa cambió la forma en que la Iglesia se escuchaba a sí misma. Con el Sínodo sobre la Sinodalidad abrió las puertas a voces que antes no tenían lugar: laicos, mujeres, religiosos y jóvenes.

Los convocó a discernir juntos, aún en el desacuerdo. Quiso una Iglesia que dialoga, que consulta, que se deja interpelar. Llamó a obispos, laicos, religiosas y hasta personas alejadas de la Iglesia a debatir juntos temas antes intocables.

Algunos lo consideraron revolucionario; él sólo decía que quería una Iglesia que “camine junta”, dijo el jesuita Arturo Sosa, Superior General de la Compañía de Jesús, en una carta enviada con motivo del fallecimiento de Francisco: “entendía que el Papa no es un dictador doctrinal, sino un símbolo de comunión”.

La clave, como explicó el Papa en una entrevista a 60 Minutes de la CBS News, estaba en superar una visión cerrada de la tradición: “una cosa es tenerla en cuenta, otra es encerrarse en una caja dogmática. Eso es una actitud suicida”.

Papa digital, pastor global

El mismo hombre que prefería sus viejos zapatos -en vez de los tradicionales rojos que deben usar quienes ostentan este cargo- y el autobús en lugar de un auto blindado también entendió que las redes sociales eran una plataforma moderna.

Francisco fue el primer papa en hacer transmisiones en Facebook Live, en tuitear encíclicas, en compartir el Evangelio con un lenguaje accesible. Lo llamaron “estrella de rock de internet”, pero su propósito nunca fue la fama: usaba cada medio posible para tocar corazones.

Tenía más de 53 millones de seguidores en X (antes Twitter) y otros 10 millones en Instagram, pero sus mensajes no eran triviales. Hablaba del perdón, de la justicia social, de la necesidad de cuidar la casa común.

Denunció la xenofobia de los poderosos, abrazó a los migrantes, se preocupó por los niños que sufren y alzó la voz contra el hambre, la guerra y la indiferencia.

Grandeza de alma

El jesuita Arturo Sosa lo recordó con gratitud: “supo guiar a la Iglesia en continuidad con sus predecesores, pero con mirada lúcida hacia las causas de la injusticia”.

Las encíclicas como Laudato si’ y Fratelli tutti fueron hitos de su pensamiento: eran documentos pastorales, pero también llamados urgentes a la acción colectiva, al diálogo entre religiones, culturas y pueblos.

En palabras del propio Papa: “El mundo se transforma, ante todo, por medio de las cosas pequeñas”. Y con pequeños grandes gestos -abrazar a un niño enfermo, telefonear a una mujer sola, lavar los pies de un preso-, Francisco enseñó que el poder más genuino es el del amor compartido.

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