Un Papa que desafió al poder

Cuando todavía el mundo reflexiona sobre el fallecimiento del Papa Francisco, la figura del primer pontífice latinoamericano, el primero de orden jesuita y el primero de origen americano, se comienza a agigantar más allá de los muros del Vaticano.

Jorge Mario Bergoglio, quien asumió el papado en 2013 y llegó desde Argentina, encarnó un liderazgo inédito para este cargo, de acuerdo con expertos en la Iglesia católica: humilde y cercano a la gente, pero al mismo tiempo político y transformador.

Su paso por la sucesión de San Pedro marcó una ruptura con la tradición inamovible que representa al papado y dio voz a quienes durante siglos habían estado relegados en las periferias de la Iglesia y de la sociedad.

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León XIV: inclusión, unidad y desafíos tecnológicos

“Francisco fue un ejemplo claro de un líder transformador, aquél que articula una visión compartida capaz de fortalecer a las personas, haciendo un llamado al compromiso auténtico con el bien común y la justicia social”, resumió el padre Donald Chambers, experto en liderazgo eclesial en entrevista para Vaticannews.com.

Contra el poder

Para Francisco, ser papa no sólo se limitó a administrar la institución eclesiástica. Su propuesta fue renovarla desde sus cimientos comenzando por lo más urgente.

Desde su primera exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), trazó un camino en el que dejó claro que la Iglesia debía salir de sí misma, dejar la comodidad del templo y “ensuciarse” en las periferias, tanto geográficas como existenciales.

Fue una apuesta por una Iglesia menos doctrinal y más pastoral, menos preocupada por imponer reglas que por sanar heridas.

“El Papa no buscaba popularidad, buscaba autenticidad”, señaló Duncan Dormor, coautor del libro “El Papa Francisco, Evangelii Gaudium y la renovación de la Iglesia” en entrevista con la BBC. “Su interés estaba en cuidar a las personas, no en defender estructuras”.

Todos incluidos

Francisco convirtió en protagonistas a los grupos históricamente excluidos de la iglesia: los laicos, las mujeres, los divorciados, los migrantes. “¿Quién soy yo para juzgar?”, dijo apenas unos meses después de asumir el pontificado.

Sus posturas le valieron algunas críticas. Mientras los sectores conservadores lo acusaron de diluir la doctrina, los más progresistas reclamaron que no fue lo suficientemente lejos. Ese equilibrio incómodo definió buena parte de su pontificado: un papa reformista, pero dentro de los límites tradicionales.

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Reformas históricas; una iglesia en transformación

Al asumir una institución eclesiástica golpeada por escándalos en varios frentes, su respuesta fue clara: la Iglesia debe estar al servicio, no del poder, sino del dolor humano. “Es inútil preguntarle a una persona gravemente herida si tiene el colesterol alto”, dijo. “Hay que curar las heridas. Luego podemos hablar de todo lo demás”.

Esa visión pastoral se tradujo en acciones concretas: impulsó reformas al código canónico y reorganizó las finanzas vaticanas para hacerlas más transparentes.

En su encíclica Laudato Si’ (2015) dejó ver su visión sobre la crisis climática, el modelo económico depredador y la necesidad de una conversión ecológica global: “Esta economía mata”, afirmó, al ser un sistema que excluye, destruye el medio ambiente y privilegia el lucro por encima de la vida.

Francisco también fue un actor global. Contribuyó al restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, visitó zonas de guerra como Irak y Ucrania, y alzó la voz contra el cierre de fronteras a migrantes, especialmente durante la primera administración de Donald Trump.

“La globalización de la indiferencia es una enfermedad muy fea”, dijo en una entrevista en 2024 con la NBC, refiriéndose al drama de millones de desplazados; denunció los muros, tanto físicos como ideológicos, y defendió una política basada en la dignidad humana.