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Veinte años

Lo que no ha cambiado desde los atentados terroristas es la ambivalencia y la desconfianza entre funcionarios en Washington y la Ciudad de México.

El 11/9 de 2001 el mundo cambió dramáticamente. Y a 20 años de los atentados terroristas en Nueva York, Washington y Pennsylvania, es importante analizar cuáles son las lecciones aprendidas.

No sabemos si las imágenes de la desorganizada y caótica salida, después de 20 años de guerra, de las Fuerzas Armadas estadounidenses de Afganistán sea el legado histórico del presidente Joe Biden. Son imágenes poderosas y si vemos el retrovisor histórico, pocos se hubieran imaginado que así terminaría la presencia de EU en Afganistán, gobernado por los mismos talibanes que permitieran que Osama bin Laden planeara y llevara a cabo los ataques terroristas del 11 de septiembre. Sólo el tiempo dirá cuánto perduren esas imágenes en la psique estadounidense y cómo podría definir a partir de hoy nuevas políticas de seguridad de los Estados Unidos.

Pero las imágenes que definieron el futuro de los Estados Unidos y el mundo fueron la transmisión en vivo, ese 11/9, vista por millones de personas alrededor del mundo, que vieron morir en vivo las 2,606 personas que trabajaban en las Torres Gemelas, además de bomberos, policías y personal de rescate, probablemente fue el catalizador de los cambios que vendrían en política de seguridad en Estados Unidos. Horas después, aunque con menor fuerza, las fotografías y videos del Pentágono en llamas, donde murieron 125 personas y los 159 pasajeros y personal de vuelo de los tres aviones impactados también ayudó a presionar al Gobierno de Estados Unidos y a movilizar a la población para aceptar enviar a sus hijos e hijas a Iraq y Afganistán, esta última [guerra] duraría 20 años.

Hace 10 años, en este mismo espacio escribí que los gestores de las principales decisiones que tomó el Gobierno de Estados Unidos no fueron ni los legisladores ni los académicos ni los partidos políticos. La mayoría de las políticas y reformas en materia de seguridad y económica “surgió de la sociedad civil y fueron catalizados por la voz de las víctimas”, buscando venganza y seguridad.

También siguen vivas las historias de heroísmo y de sacrificio, desde los rescatistas y policías que murieron al caer las Torres Gemelas, hasta los pasajeros que sacrificaron su vida bajando un vuelo en campos de Pennsylvania. Demandas de que su sacrificio no fuera en balde. Así será la memoria, la exigencia de los familiares de los más de siete mil soldados y marinos que murieron en las guerras en Afganistán e Iraq.

“Durante la restructuración del Gobierno de EU, que incluía la creación de la supersecretaría del Homeland Security, un zar de Inteligencia, la aprobación de controversial legislación como el Patriot Act, inclusive la invasión de Afganistán e Iraq, tuvieron el apoyo real o tácito de estas víctimas”, comenté hace 10 años. Esta semana, el presidente Joe Biden ordenó qué información secreta sobre los atentados hace 20 años, que no se había divulgado por razones de seguridad, se hará pública esta semana. Eso es en respuesta a familiares de las víctimas.

Y en México, miles de víctimas de la violencia y sus familiares no sólo no son escuchados, nadie los ve. No existen. Es difícil explicar por qué.

Cuando sucedieron los atentados terroristas hace 20 años, muchos, y yo me incluyo, asumimos que sería casi imposible regresar a una frontera funcional, donde los beneficios del Nafta no sobrevivirían las demandas de seguridad del Gobierno de Estados Unidos. Pero afortunadamente nos equivocamos. A pesar de los atentados hace 20 años, los flujos migratorios ilegales, Donald Trump y el mismo Covid-19, la frontera de más de 3,000 kilómetros, en términos, generales funciona. Hasta ahora, en gran parte por presiones de la sociedad civil y las empresas que se benefician de fronteras funcionales.

Lo que no ha cambiado desde los atentados terroristas es la ambivalencia y la desconfianza entre funcionarios en Washington y la Ciudad de México. Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos… sentimiento que definió un primer quiebre, tal vez mezquino, por parte del Gobierno de Vicente Fox que se abstuvo de ir a Washington y expresar condolencias a su más importante socio y vecino. Y esta decisión probablemente se tradujo en décadas perdidas. La posibilidad de que México pudiera convertirse en el socio y colega principal, que facilitaría aún más el desarrollo de México y no sólo aplaudir las remesas de connacionales.

Yo me pregunto cuál sería la reacción del Gobierno de México, ante otros atentados similares a los del 11/9. Probablemente seguiríamos como vecinos distantes.

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