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Unidad en Coahuila

"Me asusté tanto que ni siquiera después de casados me atreví a tratarle el punto otra vez".

Con una palabra lo diré: Taisia era prostituta. Y aun salen sobrando algunas letras. Hay prostitutas buenas -casi todas lo son- pero Taisia era muy mala. Tantos pecados cometió en su vida que a la condenación eterna que merecía hubo que añadirle tiempos extra. Poco antes de irse de este mundo pidió que no la incineraran -con una quemada era suficiente-, de modo que la llevaron a enterrar en el cementerio de la localidad. Ahí tomó la palabra un chulo que había sido su rufián. Manifestó en su elogio fúnebre: “Taisia fue la pu... más pu... que en mi vida he conocido, capaz de dar buena cuenta de 10 hombres en una sola noche. También era bien peda: Podía tomarse ella sola una botella de tequila en un turno de trabajo. Nadie como Taisia para la cocaína, la heroína y toda clase de drogas y estupefacientes. En pleitos con navaja no había quien la superara. Maldecía como un carretonero: Alguna vez la oí mentarle la madre a su mamá”. En eso una de sus compañeras soltó el llanto. “¡Caramba! -le dijo a la pindonga que tenía al lado-. ¡Necesitas morirte para que digan de ti cosas bonitas!”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, comentó muy orgullosa en la reunión: “Mi marido es sifilítico”. “Filatélico, mujer; filatélico” -la corrigió su esposo. Arrodillado al pie de su camita Pepito decía sus oraciones de la noche: “Diosito: Cuida a mi papito y mi mamita. Cuida a mis hermanitos. Cuida a mis abuelitos. Cuida a mi perrito. Y sobre todo, Diosito, cuídate tú mismo, porque si a ti te pasa algo a todos nos llevará la chin...”. Don Algón revisó la carta que acababa de transcribir su linda y curvilínea secretaria. Le dijo con meloso acento: “La felicito, señorita Rosibel: Ha mejorado usted mucho. ¡Únicamente nueve errores! Vayamos ahora al segundo renglón”. Don Astilio le contó a su mujer: “En la fonda oí la conversación de unos agentes viajeros. Uno de ellos dijo que todos los maridos que hay en este pueblo son cornudos”. Preguntó la señora, pensativa: “¿Quién será?”. Las cosas han de decirse como son. Si las dices como no son ellas mismas se encargarán de desmentirte. En su reciente visita a Saltillo el presidente López Obrador encontró un Estado unido, bien gobernado, en armonía y paz, donde las violencias de los delincuentes encuentran rápida respuesta por parte de la autoridad. Eso explica el ambiente de orden y seguridad que priva aquí, lo cual ha propiciado la inversión nacional y extranjera. El gobernador Miguel Riquelme consiguió en poco tiempo reunificar el Estado y acercar a los diversos sectores de la sociedad para trabajar todos juntos en bien de Coahuila y de los coahuilenses. Mis antenas -así decían los periodistas de enantes- me informan que el Presidente se fue muy satisfecho de lo que vio en mi Estado natal, y al mismo tiempo dejó una buena impresión de su persona, sobre todo entre los jóvenes, pues su programa de becas ha favorecido a muchos estudiantes en Saltillo y en toda la entidad. Ojalá continúe esa unidad entre las diversas regiones de Coahuila, de modo que ninguna división altere lo que la historia ha unido. Las divisiones debilitan lo mismo a quienes dividen que a lo dividido. La nieta le preguntó a su abuelo viudo: “Abuelito: ¿Por qué la abuela y tú nunca tuvieran hijos?”. Respondió el anciano: “Te lo diré. Una semana antes de casarnos le pedí que se acostara conmigo, al fin que ya faltaban pocos días para nuestro matrimonio. Se enfureció terriblemente; se indignó; se puso hecha una fiera. Por poco me abofetea. Me asusté tanto que ni siquiera después de casados me atreví a tratarle el punto otra vez”. FIN.

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