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Todos los animales somos iguales (dicen)

La relación con los animales, hoy, ya no es como antes. Y por eso cada vez más naciones hacen leyes para protegerlos de los abusos que los humanos les imponemos

Tener en casa una mascota, más aún si es perro o gato, y más aún si ese perro o ese gato es útil y servicial es algo para agradecerse. En las últimas décadas ese aprecio por los animales se ha extendido a las especies de granja y a muchas que habitan en la selva, montes, aires y aguas.

La relación con los animales, hoy, ya no es como antes. Y por eso cada vez más naciones hacen leyes para protegerlos de los abusos que los humanos les imponemos; allí tenemos las prohibiciones de tener animales cautivos en los circos o de criarlos para el entretenimiento en las fiestas taurinas. En buena medida esto podría suponer un avance cultural.

Cuando leí “Rebelión en la granja”, de George Orwell, me pareció magistral su manera de presentar en tan pocas páginas ese segundo mundo que igualaba el mundo animal con nuestro mundo humano y, de hecho, aquellos animales de la fábula por momentos nos superaban en conducta y armonía. Después, conforme se acercaba el final de la trama, poco a poco apareció entre ellos la división, los abusos y la opresión: El novelista anotó allí: “Todos los animales son iguales, aunque algunos son más iguales que otros”.

Los animales de la granja al igualársenos salieron perdiendo porque huyeron de lo que para ellos era su naturaleza propia y conocieron la malicia pues antes no habían sido malos (ni buenos).

Todo este rodeo viene al caso porque un pensador contemporáneo, Peter Singer, filósofo y eticista australiano, hoy de 75 años de edad y profesor universitario, ha retomado como sugerencias, quizás sin proponérselo, algunos conceptos de la citada fábula toda vez que su propuesta ha llegado a resumirse en algo así como que “todos los animales somos iguales” incluyendo entre los animales también a nosotros, los animales racionales, es decir, y para ser muy claro, que guardadas ciertas variantes, en efecto todos los animales somos iguales y que no considerarlo así sino pensar que los seres humanos somos diferentes porque tenemos dignidad, cosa que no tienen las otras especies animales, es, a fin de cuentas, un criterio discriminatorio que él llama “especismo” que induce a la discriminación según la especie, comparable al “racismo” que es el punto de partida de la discriminación según la raza.

Nada debe hacer que una raza sea de más categoría que otra raza como tampoco nada debe hacer -propone Singer- que una especie animal sea mejor categorizada que otra especie, especialmente entre aquellas especies que son “sintientes”, es decir, que pueden sentir o sufrir dolor y sentir o disfrutar placer.

Todo este novedoso criterio que ya se percibe en los ambientes más exquisitos del medio académico, mediático y político se enfrenta con otro criterio que también se viene instalando en esos mismos ambientes como una imponente paradoja que se descubre en esta pregunta: ¿Por qué entonces en todo este impulso de igualdades ese animal humano que todavía no nace -pero que igual es animal- no tiene ni siquiera los derechos de una mascota y ni siquiera de un cerdo de granja? El no nacido no tiene ni siquiera el derecho de vivir, es decir, no merece vivir por sí mismo pues es la madre o alguien más quien decide si vive no; no pertenece ni siquiera al segundo mundo de la fábula, quizás al tercero, inexistente en la granja por cierto. Si un ser humano no es capaz de sentir -no sufre ni goza- entonces ya no sólo los no nacidos sino también el demente o aquel niño cuya inteligencia es menor que la de una mascota o los inconscientes y demás, tampoco tienen por sí un derecho a vivir. El Congreso de Sinaloa decidió por mayoría el pasado martes que, si bien todos somos iguales, hay algunos que son más iguales que los demás, por lo que mientras algunos merecen vivir otros pueden eliminarse sin explicaciones.

Médico cardiólogo por la UNAM.

Maestría en Bioética.

jesus.canale@gmail.com

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