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Tiempo de concordia

La etimología de concordia proviene del latín y nos habla de la unión de corazones

La etimología de concordia proviene del latín y nos habla de la unión de corazones. Remite a un cierto acuerdo fundamental entre las personas y la comunidad: Ese que surge del órgano esencial para la vida y que permite, y también promueve, el concierto entre los individuos y las colectividades. Para muchos es el centro del amor, de la amistad y del entendimiento indispensable entre todos.

Por supuesto, el corazón es una metáfora añeja de la comprensión afectiva, cordialidad le llaman, para remitirnos de nuevo a su raíz latina. Concepciones más modernas y adecuadas saben que esa capacidad de cariño se ejerce desde la básica unidad somática, y que amar es una actividad corpórea y simultáneamente espiritual; que en esa dinámica el cuerpo y la mente, el corazón y el ánimo se aúnan y orientan a encontrar armonía en sí mismo, y en el otro, o la otra, amados, y compartirlo, compartirse.

Se trata de un movimiento fundamental en la experiencia vivencial, y de su adecuada realización puede surgir una vida satisfactoria y posiblemente plena. De alguna manera eso mismo debe suceder en la vida comunitaria: En la medida en que un grupo humano goza de una concordia elemental le es dable funcionar adecuadamente como colectividad, organizarse y plantear la posibilidad de mejoría para uno y todos. Pero en esta materia dicha armonía básica implica un pacto entre muchos, entre la comunidad. Ahí es donde resultan necesarios mecanismos para lograr la avenencia; de esa necesidad surgió la política, actividad tan ancestral que el mismo Aristóteles definió al humano como “zoon politikon”, animal político, y puso de alguna manera en el meollo del actuar la capacidad de relacionarse, organizarse y vivir en sociedad.

Los mismos griegos de antaño definieron democracia, como el Gobierno del pueblo, de la colectividad. En su origen era una forma de otorgar el poder a uno, o un grupo, para que sirviera eficientemente a la comunidad, a la “polis”. Pero, ojo, en esa concepción la autoridad que se otorgaba, y recibía, era y debe seguir siendo, una concesión del todo a particulares para que promovieran la unión de los corazones del mismo pueblo, del que emana el mando, y que se adjudicaba transitoriamente y siempre limitado a que cumpliera su ordenanza.

Pues bien, de ahí viene esa democracia que estamos intentando construir en México, y si ese concepto nos remite a una cierta utopía, a un ideal abstracto y aparentemente irrealizable, sí nos permite contrastarlo con una práctica, con unos usos y costumbres que pretenden, se dice, lograr esa armonía común y avanzar para el bien de todos.

Pero al parecer estamos construyendo algo que llamamos democracia y que tiene como punto de partida el reconocer las diferencias al interior del grupo y que, al menos en un lapso no pequeño, se dedica a destacar lo distinto y oponerlo a la pretensión del otro, o de los otros, en el intento de convencer y atraer la voluntad de indecisos al proyecto particular de ese conjunto, para lograr instaurarlo como objetivo general.

El problema es que, en esa búsqueda de acuerdos, se subrayan las desavenencias, y se hace de las grietas abismos; se polariza y divide a la colectividad a la que se pretende servir. Resulta contradictorio que un ejercicio orientado a lograr convenios colectivos, lo haga incentivando la división y el rencor entre los grupos o seguidores de una u otra opción. Por eso es responsabilidad de quienes compitieron, y a veces acentuaron los enconos, aceptar los resultados y la necesidad de seguir conviviendo en una armonía que fue entorpecida en aras de una coordinación añorada que se negaba con hechos y artimañas. Hemos arribado a una etapa en la que las mayorías se expresan, y se debe respetar su voz. Es responsabilidad de los contendientes, elegidos o no, reivindicar la primordial concordia por más que haya resultado un tanto desairada en los meses de contienda.

Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.

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