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Salud y testamento

Celebro que el presidente López Obrador esté sano. Es mezquino y discurso de odio desearle malos augurios al Presidente

El presidente López Obrador tuvo una considerable intervención médica este fin de semana y todo lo posterior al anuncio ha sido un caos de comunicación, especulación y confusión, debido a que el cateterismo cardiaco que le practicaron se realizó días después de que el Presidente se acababa de recuperar después de un segundo contagio de Covid-19 y con el antecedente del infarto que sufrió en 2013. Esto trajo la atención pública nuevamente al tema de la salud del titular del Poder Ejecutivo en México, pero también al "testamento político" que el mismo López Obrador anunció y que detonó otras conversaciones.

Primero el tema de la salud. En cualquier régimen presidencial, la salud del titular del Poder Ejecutivo es un asunto de Estado. En México hemos tenido esta discusión desde hace años, cuando Vicente Fox acudía al médico y nos enteramos que tomaba antidepresivos; cuando Felipe Calderón se cayó de una bicicleta y se fracturó un hombro en 2008 o cuando cuestionaron si tenía un consumo problemático de alcohol; cuando le retiraron un nódulo en la tiroides a Enrique Peña Nieto y se veía demacrado en 2013 y ahora con la salud de AMLO.

En los casos previos en México tenemos un precedente y es que la salud del Presidente, así como la de cualquier funcionario de cualquier nivel, es considerada un asunto privado y personal. Así se refirió el IFAI y la comisionada Jacqueline Peschard a este asunto cuando la revista Proceso pidió información sobre la salud de Calderón y el IFAI lo consideró un asunto de confidencialidad y privacidad. Lo mismo hizo el entonces Estado Mayor Presidencial que lo señaló como un tema de seguridad nacional. No hay manera de conocer el estado de salud del Presidente de México, queda a decisión personal del mismo Ejecutivo. Esta es una práctica de opacidad y debe cambiar.

Celebro que el presidente López Obrador esté sano. Es mezquino y discurso de odio desearle malos augurios al Presidente, como han hecho muchas figuras públicas en las redes sociales. Sin embargo, toda la comunicación post intervención médica fue un desastre. Desde la que se dio a conocer por parte del vocero de Presidencia, como el boletín muy mal redactado de la Segob. Al final, el video que el mismo AMLO grabó fue mucho más claro que toda la comunicación previa. Así ha funcionado el sexenio, con una muy mala comunicación de la vocería y con el mismo Presidente apagando fuegos de comunicación. Esto es desgaste innecesario para el Presidente. Cuando los pararrayos no funcionan, hay que cambiarlos.

El segundo punto a discusión es precisamente el del testamento que anunció AMLO para "garantizar la gobernabilidad en caso de su ausencia". La crítica inmediata fue recordar que hay un proceso constitucional que especifica qué pasaría si falta el Presidente. En efecto, esto está en el artículo 84 de la Constitución, por lo cual el testamento político de AMLO obedece a otras razones. Con el anuncio del testamento, el Presidente ya hizo que pasara a segundo plano su estado de salud y que la conversación se concentre en el texto del testamento y sus alcances. Incluso en que la oposición señale que "AMLO no respeta la ley, que es un autócrata" y demás críticas.

Juan Ortiz, un analista legislativo, recordaba en su cuenta de Twitter cómo Lázaro Cárdenas dejó un testamento político en 1969 y cómo este no fue vinculatorio. Y así debe ser entendido el de AMLO, como su visión hacia futuro del País que él lidera hoy y especialmente como una guía para su partido porque aún controla el Congreso, de cómo escoger a su sucesora o sucesor, siguiendo la Constitución. Morena está fracturado y dividido y por eso no está mal que haya ese documento para un partido que no ha podido institucionalizarse desde su creación.

Al final, la salud del Presidente, por su relevancia en la toma de decisiones, debe ser pública y de interés público y deberíamos entrar a la discusión ya de si debe o no acortarse el periodo presidencial a cuatro años, sujetarlo a una reelección y con el acompañamiento de una persona en la oficina de la vicepresidencia, como ocurre en otros países y que le da más confianza ciudadana a esos sistemas políticos.

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