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Que surja el Presidente

Vivimos en un México a la deriva. Resultado de aquellos excesos y estas obsesiones.

Tuvimos un fuerte golpe de realidad. Culiacán en llamas. La sensación de que estamos indefensos, a la deriva. ¿De quién es la culpa?, ¿AMLO?, ¿Calderón?, ¿Peña?, ¿la mafia del poder?, ¿el inoperante y errático gabinete de seguridad?, ¿Durazo?, ¿Sandoval?, ¿Carlos Salinas?, ¿los fifís?, ¿los chairos?, ¿los conservadores?, ¿los enemigos del sistema? Yo me inclinaría a pensar que la culpa de es todos, de los ciudadanos que durante años hemos visto pasar excesos y malas decisiones sin intervenir, de políticos voraces en busca de poder, dinero y los votos de la próxima elección.

Vivimos en un México a la deriva. Resultado de aquellos excesos y estas obsesiones. ¿Cómo fue que llegamos a este punto de inflexión (por citar la frase épica de Alfonso Durazo) en el que los criminales arrodillaron a todo un Gobierno?

Por cobardes, por no hacer escuchar nuestra voz más allá de las encendidas discusiones en la sala de la casa, en el chat o alrededor de una carne asada. ¿Tenemos un Presidente terco y obtuso? Sí, pero también carecemos de liderazgos laterales, de contrapesos reales. Los políticos “opositores” se limitan a apedrear el rancho en lugar de proponer acciones, de tender la mano y comprometerse a buscar una solución conjunta. Es el momento de ser pragmáticos, dejar las pasiones y diferencias en el mismo cajón donde se deben guardar las ambiciones personales.

Ya analizamos hasta el cansancio lo que sucedió el “Jueves Negro de Culiacán”. Que si cómo mandan un comando a atrapar un narco sin llevar orden de aprehensión y de cateo. Que si estuvo detenido y después liberado (lo que sería un delito) por orden presidencial. Que si el Presidente debió cancelar su viaje a Oaxaca. Que si el secretario de Seguridad no tenía conocimiento de un operativo de este calibre, porque él mismo dijo inicialmente que era una ronda de rutina y de repente “se encontraron” con el Ovidio y otros tres dentro de una casa, algo que tuvo que desmentir al día siguiente. Que si los criminales incendiaron toda una ciudad y lograron su objetivo con amenazas y chantajes. Que si el secretario de la Sedena no hace click con el de Seguridad. Que si el Presidente se niega a ver la realidad e insiste en que “vamos muy bien”. Que si vuelven al cuento de que no había orden de aprehensión debido “a la corrupción del pasado”.

Todos son hechos reales y bastante bizarros. Pero es momento de darle vuelta a la hoja y pensar en el México del futuro, en la manera en que se va a devolver la tranquilidad a un pueblo que se siente desprotegido, vulnerable y al que los encuestadores no van más allá de preguntarle si el Presidente les parece popular o no.

El fondo es que no hay unión. Los dirigentes de todos los partidos políticos buscan que los señalamientos de hoy les den los votos de mañana. Los ciudadanos nos remitimos a decir “está de la fregada” y con eso creemos que ya cumplimos, cuando deberíamos estar exigiendo, analizando, entendiendo que somos mexicanos y lo que aquí sucede nos pega igual, seamos chairos o fifís.

El o los culpables deben dar la cara, pero ahora hay que preocuparnos por lo que sigue. Que haya unidad, pero no sumisión. Que busquemos los contrapesos a un poder central que está acorralado y la única salida que encuentra es evadir la realidad y tratar de convencernos con palabras y “me es” lo que no es capaz de cristalizar en los hechos.

Este debería ser un momento de calma. Alguien me platicaba la analogía de un vuelo que va en picada. Si la azafata está tranquila, los pasajeros harán lo que les indique y los pilotos buscarán salir del problema. Si los pilotos y las azafatas empiezan a gritar, el caos será total y terminará todo en un accidente fatal. Así estamos hoy, necesitamos políticos, líderes empresariales, gobernantes, militares unidos y en calma para poder dar certeza a un pueblo desorientado.

El Presidente debe leer la situación sin pasiones, tomar decisiones. Un golpe de timón que debe ir desde cambios profundos en el gabinete a un ajuste en la estrategia. Los abrazos en lugar de balazos, las palabras coloridas como fuchi y guácala o el mensaje a las mamás y abuelas no son el camino.

Ya nos recetó bufonerías en exceso. Es hora de que salga el estadista, el gobernante… el señor Presidente.

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