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Plaza de almas

Después de 40 años volví a verla. No era ni sombra de la luz que fue.

Después de 40 años volví a verla. No era ni sombra de la luz que fue. La acompañaba la tristeza. Su blusa era blanca y su vestido negro, pero vestido y blusa parecían de color gris, un gris grisáceo como el de sus cabellos. Y no era la edad lo que la hacía verse así. A otras antiguas novias he encontrado, y hallé en ellas una belleza más plena y verdadera que aquella que tuvieron cuando las conocí. Sucede como en los árboles, Armando. En la época primaveral son verdes, sólo verdes. Esta hoja es verde, esa también, igual aquella. Pero con el otoño llega una riqueza de matices que el árbol no tenía. Ahora esta hoja es ocre; aquélla anaranjada, casi roja; la otra amarilla. Así las mujeres que tu tío Felipe conoció en la juventud. Eran hermosas, poseían la vaga hermosura que la inocencia da. Cada día con ellas -cada noche- guardaba una revelación. Si después de algún tiempo las volvía a ver y de nuevo éramos, siquiera por unas cuantas horas, lo que fuimos antes, yo alababa sus artes y sus ciencias de mujer, y me decían siempre: “Tú fuiste mi maestro”. Una comentó: “Me cambiaste inocencia por experiencia, y te lo agradezco”. Ahora las veo y me parecen más bellas que en aquellos años. La edad confiere a las mujeres un especial atractivo, un cierto aire de nobleza y dignidad del cual no se dan cuenta, del mismo modo que el árbol en otoño no percibe los oros de su fronda. Y sin embargo, sobrino, todas las veces que he invitado a alguna de mis novias de ayer a hacer un ejercicio de recuerdo mi invitación ha sido rechazada, ya con una sonrisa de burla: “¡Estás loco!”, ya con un gesto indiferente. Permíteme, Armando, decirte algo. No es un consejo -Dios me libre, y te libre a ti también-, es una advertencia que espero te sea útil. Aunque parezca obviedad aprende que lo que es ya no será. El instante que acabas de vivir ha muerto en este instante y ya no volverá a vivir. ¿Te acuerdas de la expresión latina inscrita en la carátula del reloj de pedestal que tengo en mi estudio? Dice: Ultima forsan. Eso quiere decir: “La última quizá”. La hora que estás viendo en el reloj es probablemente la última que vivirás. Para algunos eso significará que hay que aprovechar el tiempo; para mí significa que hay que vivirlo. Yo lo viví cuando tenía tiempo, y lo sigo viviendo ahora que ya me queda poco. No sé cómo moriré mi muerte, pero sí sé que he vivido mi vida. En la sonrisa la he vivido, y en la lágrima. Quizá no he sido bueno, pero malo no he sido. Algunas pequeñas venganzas me he cobrado, es cierto, pero han sido las del que pega al levantar la mano cuando recuerda el golpe que el otro le dio antes. En fin, no pensemos en esas cosas tan idas, tan desaparecidas. La antigua novia que te digo a la que vi hace días estaba envejecida por la pobreza más que por los años. Su modo de mirar delataba sus estrecheces con mayor claridad que su forma de vestir. Estuve enamorado de ella; con ella me quería casar. Su madre lo impidió: Yo no tenía dinero. A la muchacha la pretendía un mequetrefe irresponsable, pero ricachón, y la casó con él. Hay algo interesante: El papá de la chica me conocía bien y estaba de mi lado. Le decía a su esposa: “El rico va para pobre, y el pobre va para rico”. Su vaticinio se cumplió. A los pocos años el tipo se arruinó y se dio a la bebida. Y a mí, lo sabes bien, no me fue mal. Pero cuando la vi y crucé unas palabras con ella le dije que estaba batallando con la vida, que no tenía trabajo y me veía en apuros para mantener a mi familia. “Entonces nos ha ido igual” -respondió con una sonrisa triste. Y es que no quise apenarla. Dime que soy un sentimental. Ya antes me lo has dicho. Pero esta vez no levanté la mano. FIN.

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