Para la Luna 100 mmd, ¿y para el hambre?
El lanzamiento del cohete que transportará la misión espacial Artemis I está programado para hoy sábado, entre las 11:17 y las 13:17 horas tiempo local.
El lanzamiento del cohete que transportará la misión espacial Artemis I está programado para hoy sábado, entre las 11:17 y las 13:17 horas tiempo local. El viaje redondo durará 38 días en un recorrido de dos millones de kilómetros. El presupuesto anunciado es de 4 mil millones de dólares (mmd), unos 85 mil millones de pesos; éste incluye los costos de producción y las operaciones terrestres, pero no otros conceptos derivados del desarrollo y de hecho se estima que el costo total del programa Artemis completo alcanzará casi los 100 mmd para 2025, algo así como dos billones de pesos, cerca de la tercera parte del presupuesto de egresos de la Federación de nuestro País para todo el 2022.
Muchos nos hemos preguntado si el enorme gasto de volver a la Luna se justifica frente a las graves carencias alimentarias y de servicios que azotan a buena parte de los pueblos del mundo. Buscándole al tema me encuentro con un documento de la ONU publicado través de la Unesco en febrero de este año bajo el título “¿Para qué sirve ir a la Luna?”, en el que se detalla el balance de ventajas actuales y potenciales que ha acarreado el cúmulo de esfuerzos para la exploración espacial desde 1967, no sólo en la esfera tecnológica, sino en la depuración científica del conocimiento astrofísico, en la informática, las comunicaciones, la medicina aplicada, el conocimiento climático y muchas más de manera que hoy no se concibe el grado de avance al que se ha llegado sin las experiencias de la exploración espacial.
Un artículo publicado antier en “The New York Times” por Germán López explica que la Luna no es el destino final del programa Artemis, sino una escala estratégica para llegar a Marte, y que en la mente de todos los involucrados en la tarea espacial la verdadera meta es un reconocimiento de todo nuestro Sistema Solar.
La Luna es el primer paso y es necesario trabajar en ella porque hay necesidades que ya se perciben factibles de resolver a partir de la Luna; como por ejemplo, la necesidad de poner bases permanentes cercanas a la Tierra y explorar si el hielo de los cráteres lunares puede convertirse en una fuente de agua y oxígeno para la supervivencia humana y en combustible para los artefactos de vuelo y demás.
Los beneficios colaterales de la iniciativa espacial han sido derramados en prácticamente todos los rincones del planeta y podría suponerse que no hay persona que no se haya beneficiado en menor o mayor grado de ellos.
La misión Artemis II se planea para 2024, será tripulada y girará alrededor de la Luna por buen tiempo. Para 2025 se proyecta Artemis III, que pondrá nuevamente al ser humano en la superficie lunar y contempla que incluirá a una mujer y a una persona de raza negra. No se oculta que hay otras motivaciones, desde luego, comenzando por el anhelo pionero de sentar base en nuestro satélite natural; al respecto, se preguntó a Bill Nelson, administrador de la NASA, si hay inquietud de que China, que ya ha puesto robots en la Luna, pudiera reclamar allá zonas de su exclusividad y negar el acceso a “extranjeros”, a lo que el funcionario respondió: “Sí”.
Por otro lado, dado que la iniciativa privada ya le entró al tema y lo ha hecho con éxito tecnológico, incluso con probable rendimiento financiero y además con transbodardores reutilizables que también tendrán servicio de carga -como “SpaceX” de Elon Musk, y “Blue Origin” de Jeff Bezos- pues esto también “reta” a la NASA, aunque por ahora hay cooperación entre ésta y esas organizaciones, por ejemplo, la idea de la NASA de asociarse con “SpaceX” para Artemis III.
El avance en la carrera espacial no sólo enfrenta problemas tecnológicos, pues al menos la NASA ha encomendado el estudio de aspectos éticos y bioéticos que inevitablemente llegarán en los próximos años, como qué hacer con un astronauta enfermo en un vehículo espacial a millones de kilómetros de casa, cómo proceder con el cadáver de un tripulante fallecido en misión, cómo decidir quiénes vivirán y quiénes morirán ante una contingencia crítica como la falta de oxígeno en cabina, entre otras.
El avance científico y tecnológico no tiene por qué generar hambre, sino todo lo contrario. Eso sí, el abuso de los logros tecnológicos podrá ser responsable de hambre, injusticia, sufrimiento y muerte. Así es que el filósofo italiano Adriano Pessina define la Bioética como “la conciencia crítica de la civilización tecnológica”.
Médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética.
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