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Otoño Cubano

Durante un mes, viajé acompañado por mi esposa por varios lugares de América Latina, en el marco de nuestra luna de miel.

Durante un mes, viajé acompañado por mi esposa por varios lugares de América Latina, en el marco de nuestra luna de miel. Viajamos por Colombia, Argentina, una pizca de Brasil, Perú… y concluimos en Cuba. Cada uno de los sitios que visitamos tenía algo extraordinario: Fuera la magia de Cartagena, la majestuosidad del Glaciar Perito Moreno, el romanticismo bonaerense, la vida del Iguazú o el misticismo de Machu Pichu. Pero la última escala de nuestro viaje representaba algo especial.

Durante mis veintes, la historia contemporánea de Cuba captó poderosamente mi atención, no solamente por el idealismo de la narrativa revolucionaria, sino también por los triunfos y las tragedias que acompañaron a ese país después de que el Gobierno de los barbudos decidió que el país formaría parte del bloque socialista, en 1961. Por eso, hace 10 años -mientras cursaba mi posgrado en EU- viajé a la isla y estuve ahí en la conmemoración de los 50 años del triunfo revolucionario. Fueron días muy intensos donde presencié algunas de las más hondas paradojas que he atestiguado en mi vida. Antes de esa experiencia, había convivido con comunidades en extrema pobreza en el Sur-sudeste de nuestro propio País… con compatriotas que padecían condiciones subhumanas, sobreviviendo como lo hace la fauna que los rodea. Pero en Cuba, la pobreza que conocí (nunca tan obscena como la que he visto en México) venía acompañada de conocimiento, de técnica, de formación ideológica. Es más “fácil” asimilar que alguien viva en pobreza, que sea ignorante, que no tenga capacidades para salir adelante… pero ¿cómo entender esa circunstancia en una persona cuando -por ejemplo- cuenta con un doctorado en física y aún así debe hacer maromas en el mercado negro para darle lo más elemental a su familia? Yo llegué a Cuba con los discursos del Ché y Fidel, con las narrativas de dignidad, con las brigadas médicas en África y Latinoamérica… vaya, estaba completamente empapado de la versión romántica e idealista. El choque que viví, tras varios días de profunda interacción con la gente, me llevó una tarde nublada a encerrarme en mi cuarto y comenzar a llorar. Cuando recorrí aldeas en Oaxaca y Puebla (en la miseria absoluta), ello generó rabia y coraje en mí… pero La Habana provocó lágrimas.

Regresé tres meses después, en la primavera del 2009 y fue ahí cuando conocí al coronel Evelio y a su esposa Marcia, una pareja de combatientes históricos. Él peleó durante el último año de la Revolución y posteriormente dirigió tanques en la liberación de Angola; ella -en el escuadrón de paracaidismo- participó en múltiples misiones. Si no hubiera sido por la Revolución, Evelio -un mulato- difícilmente hubiera vivido la movilidad social que le permitió convertirse en un abogado y a dirigir, posteriormente, a la Unión de Juristas de Cuba. Fueron muchas las horas que platiqué con ambos, mismas que ayudaron a enriquecer mi panorama sobre la historia y el presente de la Isla. Unos meses después, en el otoño del 2009, fui profesor asistente en Harvard de la cátedra “La Revolución Cubana”, bajo la guía del principal cubanólogo en EU. Me tenía fascinado el país, lo que vivieron, su lucha, sus logros… y sus contrastes con el mundo exterior; era una especie de universo paralelo. Fue en la preparación para dicha clase que conocí los detalles con los otros protagonistas, que el destino (o la perversidad política) hicieron a un lado y finalmente dejaron solos -a la cabeza del poder- a Fidel y a Raúl.

Regresé a Cuba en septiembre del 2010 y fueron nuevamente horas y horas de conversación con gente que vivió la Revolución y sus efectos. Siempre atesoraré la generosidad del coronel y su esposa (defensores férreos de la lucha que encabezó Fidel) para el diálogo, pues dudo que hubieran tenido esa tolerancia con cualquier cubano. Sí… Cuba se emancipó del imperio estadounidense, pero se cobijó en el regazo de la Unión Soviética. El Ché lo vio con claridad y por eso se convirtió en figura tan incómoda para Fidel y el politburó cubano. Hace una década, la mayoría de los jóvenes apenas y sabían en qué había consistido aquella histórica lucha, donde se hizo un esfuerzo único en su tipo a nivel mundial; ya había mayor información y aspiraban más a ser reguetoneros como Pitbull e ir a Miami a ser como el Ché y forjar el modelo del hombre nuevo. En una coyuntura así, donde aún existían resquicios valiosos de un inmenso capital humano con capacidades (taxistas con doctorado), era fundamental que comenzara una apertura democrática que permitiera aflojar el ahorcamiento provocado por el imperio. El coronel y su esposa me escuchaban escépticos. Me prometí no regresar a la Isla hasta que las cosas cambiaran.

Finalmente, una transición como la que imaginé comenzó a avanzar con Obama y Raul, pero el triunfo de Trump (y el odio de los cubanoamericanos de Florida) echó todo abajo. Muy interesado en que mi esposa conociera este lugar excepcional, es que decidí concluir ahí nuestra luna de miel, que coincidió con el 500 aniversario de la fundación de La Habana. Muchas cosas no han cambiado: El coronel y su esposa siguen con ese espíritu revolucionario jovial, pero con más canas y achaques en las rodillas. Pero al hablar con la gente de la calle, noto más desesperanza y menos conciencia de lo que representó la Revolución o la supervivencia al llamado “periodo especial”. Quién sabe qué le depare el destino a esa patria hermana que alguna vez osó con hacer lo que nadie se atrevió, hizo ejemplos… pero fue absorbida quizá por su propios mitos.

El autor es presidente fundador de Creamos México A.C. y especialista en políticas públicas por la Universidad de Harvard. jesus@creamosmexico.org

. Viajamos por Colombia, Argentina, una pizca de Brasil, Perú… y concluimos en Cuba. Cada uno de los sitios que visitamos tenía algo extraordinario: Fuera la magia de Cartagena, la majestuosidad del Glaciar Perito Moreno, el romanticismo bonaerense, la vida del Iguazú o el misticismo de Machu Pichu. Pero la última escala de nuestro viaje representaba algo especial.

Durante mis veintes, la historia contemporánea de Cuba captó poderosamente mi atención, no solamente por el idealismo de la narrativa revolucionaria, sino también por los triunfos y las tragedias que acompañaron a ese país después de que el Gobierno de los barbudos decidió que el país formaría parte del bloque socialista, en 1961. Por eso, hace 10 años -mientras cursaba mi posgrado en EU- viajé a la isla y estuve ahí en la conmemoración de los 50 años del triunfo revolucionario. Fueron días muy intensos donde presencié algunas de las más hondas paradojas que he atestiguado en mi vida. Antes de esa experiencia, había convivido con comunidades en extrema pobreza en el Sur-sudeste de nuestro propio País… con compatriotas que padecían condiciones subhumanas, sobreviviendo como lo hace la fauna que los rodea. Pero en Cuba, la pobreza que conocí (nunca tan obscena como la que he visto en México) venía acompañada de conocimiento, de técnica, de formación ideológica. Es más “fácil” asimilar que alguien viva en pobreza, que sea ignorante, que no tenga capacidades para salir adelante… pero ¿cómo entender esa circunstancia en una persona cuando -por ejemplo- cuenta con un doctorado en física y aún así debe hacer maromas en el mercado negro para darle lo más elemental a su familia? Yo llegué a Cuba con los discursos del Ché y Fidel, con las narrativas de dignidad, con las brigadas médicas en África y Latinoamérica… vaya, estaba completamente empapado de la versión romántica e idealista. El choque que viví, tras varios días de profunda interacción con la gente, me llevó una tarde nublada a encerrarme en mi cuarto y comenzar a llorar. Cuando recorrí aldeas en Oaxaca y Puebla (en la miseria absoluta), ello generó rabia y coraje en mí… pero La Habana provocó lágrimas.

Regresé tres meses después, en la primavera del 2009 y fue ahí cuando conocí al coronel Evelio y a su esposa Marcia, una pareja de combatientes históricos. Él peleó durante el último año de la Revolución y posteriormente dirigió tanques en la liberación de Angola; ella -en el escuadrón de paracaidismo- participó en múltiples misiones. Si no hubiera sido por la Revolución, Evelio -un mulato- difícilmente hubiera vivido la movilidad social que le permitió convertirse en un abogado y a dirigir, posteriormente, a la Unión de Juristas de Cuba. Fueron muchas las horas que platiqué con ambos, mismas que ayudaron a enriquecer mi panorama sobre la historia y el presente de la Isla. Unos meses después, en el otoño del 2009, fui profesor asistente en Harvard de la cátedra “La Revolución Cubana”, bajo la guía del principal cubanólogo en EU. Me tenía fascinado el país, lo que vivieron, su lucha, sus logros… y sus contrastes con el mundo exterior; era una especie de universo paralelo. Fue en la preparación para dicha clase que conocí los detalles con los otros protagonistas, que el destino (o la perversidad política) hicieron a un lado y finalmente dejaron solos -a la cabeza del poder- a Fidel y a Raúl.

Regresé a Cuba en septiembre del 2010 y fueron nuevamente horas y horas de conversación con gente que vivió la Revolución y sus efectos. Siempre atesoraré la generosidad del coronel y su esposa (defensores férreos de la lucha que encabezó Fidel) para el diálogo, pues dudo que hubieran tenido esa tolerancia con cualquier cubano. Sí… Cuba se emancipó del imperio estadounidense, pero se cobijó en el regazo de la Unión Soviética. El Ché lo vio con claridad y por eso se convirtió en figura tan incómoda para Fidel y el politburó cubano. Hace una década, la mayoría de los jóvenes apenas y sabían en qué había consistido aquella histórica lucha, donde se hizo un esfuerzo único en su tipo a nivel mundial; ya había mayor información y aspiraban más a ser reguetoneros como Pitbull e ir a Miami a ser como el Ché y forjar el modelo del hombre nuevo. En una coyuntura así, donde aún existían resquicios valiosos de un inmenso capital humano con capacidades (taxistas con doctorado), era fundamental que comenzara una apertura democrática que permitiera aflojar el ahorcamiento provocado por el imperio. El coronel y su esposa me escuchaban escépticos. Me prometí no regresar a la Isla hasta que las cosas cambiaran.

Finalmente, una transición como la que imaginé comenzó a avanzar con Obama y Raul, pero el triunfo de Trump (y el odio de los cubanoamericanos de Florida) echó todo abajo. Muy interesado en que mi esposa conociera este lugar excepcional, es que decidí concluir ahí nuestra luna de miel, que coincidió con el 500 aniversario de la fundación de La Habana. Muchas cosas no han cambiado: El coronel y su esposa siguen con ese espíritu revolucionario jovial, pero con más canas y achaques en las rodillas. Pero al hablar con la gente de la calle, noto más desesperanza y menos conciencia de lo que representó la Revolución o la supervivencia al llamado “periodo especial”. Quién sabe qué le depare el destino a esa patria hermana que alguna vez osó con hacer lo que nadie se atrevió, hizo ejemplos… pero fue absorbida quizá por su propios mitos.

El autor es presidente fundador de Creamos México A.C. y especialista en políticas públicas por la Universidad de Harvard. jesus@creamosmexico.org

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