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Lucrar con la salud ajena

Que el titular del Insabi se refería a la salud pública y, por otro lado, que el tono y estilo de la declaración inclina un tanto a interpretar que lucrar con la salud es algo indebido, malo.

En estos días hemos escuchado en repetidas ocasiones frases que aluden a la maldad que supone “lucrar con la salud”. No son pocas las personas que interpretan la idea de “lucrar con la salud” como una inmoralidad que supone cualquier provecho o ganancia -especialmente económica- para quien provee lo necesario para la salud de otro individuo. Vale la pena aclarar los conceptos pues de no quedar bien entendidos se podrá asumir que cualquier servicio o producto para la salud nunca debería ser objeto de comercio o de provecho económico por parte de quien lo da. Dije arriba “en estos días” por la marea de confusión que desde el primer día de este 2020 generó el aviso que el Gobierno federal hizo del arranque del Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) y el simultáneo cierre del Seguro Popular tras sus 17 años de servicio. Escuchamos en noticieros abiertos y en partes de información oficial comentarios que subrayan como algo medular de la nueva iniciativa oficial que con ella quedaría atrás la posibilidad de lucrar con la salud; textualmente en palabras de su primer director, Juan Antonio Ferrer Aguilar, leemos: “Ahora, la salud pública, y sobre todo la salud de los más desfavorecidos, ya nunca más será para lucro o negocio de nadie”, lo cual no fue interpretado igual por todos. Dos aclaraciones son pertinentes al respecto: Que el titular del Insabi se refería a la salud pública y, por otro lado, que el tono y estilo de la declaración inclina un tanto a interpretar que lucrar con la salud es algo indebido, malo. En este punto hay dos realidades: Ciertamente la acción de “lucrar” ha venido a ser entendida como algo inapropiado e incluso inmoral, cuando en realidad no es en sí misma una mala acción. Cualquier persona que pide o recibe a cambio un justo provecho económico por un trabajo en sí honesto no está cometiendo por ello ninguna mala acción, como es el caso de ganar dinero por lustrar los zapatos, por cultivar y producir alimentos, fabricar un mueble o vender un automóvil. Igual por dar un servicio de habilidad y conocimiento como es elaborar el diagnóstico o el manejo de una enfermedad o por trabajar en un laboratorio investigando la cura de un trastorno de salud. Y da igual si es “por evento” o si es por un sueldo fijo, que el resultado es el mismo, es decir, obtener un pago por un trabajo, o sea lucrar con su trabajo. Los trabajadores de la salud: Las y los enfermeros, los químicos, los médicos, los técnicos, los ingenieros biomédicos, los farmacólogos, los terapeutas físicos y rehabilitadores, etcétera, son personas cuya labor -por evento o por jornada- la desarrollan ordinariamente por necesidad, gusto y/o vocación y lícitamente reclaman y reciben por ello su compensación en moneda lo que les permite vivir y mantener a los suyos. Y lo mismo un maestro de escuela, un plomero a domicilio o un funcionario público. Trabajar y obtener por ello un provecho personal (lucrar, pues) no está mal. Muy mal estará si engañan y abusan con su trabajo e igualmente malo será si no se les paga lo justamente convenido. En términos de salud pública seguirán obteniendo un justo lucro los proveedores de infinidad de consumibles y equipos indispensables para la atención de la salud que no podrán ser fabricados por empresas públicas, comenzando por muchos medicamentos, fármacos radioactivos, instrumentos, tecnología de lanza y un enorme etcétera. Ni el Estado cubano ni el norcoreano -los únicos dos que tienen sistemas de salud totalmente oficiales y cerrados- pueden desentenderse de hacer convenios con empresas que lucran con la provisión de insumos indispensables para la salud. El lucro con la salud ajena no es en sí mismo malo; es milenario, es necesario y continuará.

Médico cardiólogo por la UNAM.

Maestría en Bioética.

jesus.canale@gmail.com

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