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Los mejores del mundo

La ventaja en la competitividad de los negocios es que cada compañía define en qué liga se inscribe.

La pequeñez de nuestras intenciones limita la grandeza de nuestros pasos.

La mediocridad es una tentación persistente. Los empresarios caemos ante ella continuamente. El vigor que se requiere para mantener la lucha contra ella ha de ser incansable. Siempre hay espacios donde nos conformamos con ser segundos….y terceros y cuartos, y enésimos. Gran parte de este problema es que no definimos nuestra ruta hacia el campeonato.

En estos días hemos estado trabajando con dos grupos familiares latinoamericanos en sus visiones de futuro. Ambos son muy profesionales y están luchando por ser mejores. Con los dos hemos trabajado para enfilarlos por caminos de liderazgo en sus respectivos mercados. Los dos grupos han librado bien los efectos de la pandemia. Uno y otro tienen verdadera vocación de ser los mejores en sus campos.

Pero definir el propio campo es parte esencial de la construcción de un camino de liderazgo. No podemos saber si somos líderes si no hemos precisado en qué liga participamos. Al no tener claro en qué terreno competimos no sabemos quiénes son nuestros verdaderos competidores, ni cómo nos medimos ante ellos.

En la Liga Española de Futbol es muy fácil saber quién va ganando, y en qué lugar va cada equipo. Nosotros también necesitamos un foro donde medir nuestra superioridad, y asegurarnos que todos en nuestra organización, y alrededor de ella, podamos ver en qué posición vamos.

La ventaja en la competitividad de los negocios es que cada compañía define en qué liga se inscribe. Nadie, más que la inercia, nos compromete a concursar en un determinado terreno. Nosotros elegimos el deporte, la forma de competir y la manera de medir el score. La única condición es la de la relevancia. Este ejercicio del diseño competitivo no tiene ningún sentido si no creamos valor, de manera sustantiva, para los clientes, los colaboradores, la comunidad y los accionistas.

No hay razón para no aspirar a estar en la cima. No hay límites que no podamos superar. Sólo nos detiene nuestra falta de compromiso y de creatividad. Nosotros elegimos en qué y para quién vamos a ser los mejores del mundo.

Los tiempos de crisis, como la actual pandemia, son tiempos ideales para revisar nuestra ruta de liderazgo. Muchas veces llegamos a la conclusión que no tenemos claro hacia dónde vamos, o que sólo seguimos el curso de la inercia.

¿Por qué no seguimos un camino de liderazgo claro y relevante?

Falta de compromiso. No nos hemos planteado con seriedad la pregunta de cuál torneo queremos ganar. Nos conformamos con ser campeones del barrio. Imaginarnos ser el mejor del mundo se lo dejamos a las grandes multinacionales o a los países del primer mundo.

La pregunta tiene que llegar a la yugular. Si no avanzamos hacia la cima nunca llegaremos a ella. No debe tener razón de existencia nuestra empresa si no la conducimos hacia allá.

Falta de creatividad. La búsqueda de relevancia nos tiene que llevar a encontrar un espacio trascendente de creación de valor. Exploremos con apertura, generemos muchas ideas, pensemos atrevidamente, definámoslo de mil maneras. Tarde o temprano lograremos un enfoque que tenga mucho sentido, que valga la pena, que sea fácil de entender y que guíe todo nuestro quehacer organizacional.

Sacudámonos de nuestros prejuicios, liberémonos de la inercia, pensemos de verdad fuera de la caja y atrevámonos a plantear posibilidades de altura global. ¿Cómo podremos definir nuestro negocio de una nueva manera que nos conduzca hacia otras esferas?

Estos dos grupos con los que estamos trabajando tienen que seguir buscando, explorando, generando opciones, y daremos con un diseño estratégico que prometa enorme potencial de creación de riqueza y gran claridad de rumbo para enamorar a todos sus integrantes.

La mejor metodología no será suficiente sino partimos de una postura mental más ambiciosa. El liderazgo de nuestra empresa lo construimos los líderes que la conducimos. Ser los mejores del mundo hoy ya no es opción, es el único camino que justifica y sustenta el ejercicio de la Dueñez.

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