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Humor dominical

El cirujano salió del quirófano y le anunció, solemne, a la mujer que esperaba afuera: “Señora: la operación fue un éxito. Su marido se ha salvado”. “¡Qué barbaridad! -exclamó la esposa, consternada-. ¡Y yo ya vendí toda su ropa!”.

“Cuando mi marido me hace el amor termina demasiado pronto”. Eso le contó doña Frustracia a su vecina Taisia. Repuso esta: “Conmigo no tanto”.

(Un cierto amigo mío sufría de eyaculación temprana, y eso que siempre realizaba el acto en altas horas de la noche. Intentó retrasar el orgasmo recitando en su interior las Catilinarias de Cicerón: “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra”, etcétera. Pensó que eso le apartaría el pensamiento de la libídine de la ocasión y lo haría durar más en el ejercicio conyugal. Desgraciadamente nunca pudo pasar de “Quousque tandem”. Una pena, hay que decirlo. Tan grandioso que es ese discurso, y tan armoniosas y eufónicas sus cláusulas).

El padre Arsilio le comentó a la señorita Peripalda: “Hoy hice felices a siete personas”. “¿De veras, señor cura? -se alegró la catequista-. ¿Cómo las hizo felices?”. Explicó el buen sacerdote: “Casé a tres parejas de novios”. Acotó la señorita Peripalda: “Entonces hizo felices a seis personas, no a siete”. Replicó el padre Arsilio: “¿Piensas acaso que las casé de gratis?”. (Bien decía el antiguo refrán: “Quien en la iglesia canta de la iglesia yanta”).

Un neoyorquino viajó a Houston por motivos de trabajo, y en el bar del hotel conoció a un texano de estatura procerosa, músculos de toro y puños como mazos de herrador. Le dijo: “Siempre he oído hablar de las fiestas que hacen en Texas. Me dicen que en ellas no hay inhibición alguna, y que todo puede suceder”. “Así son nuestras fiestas, en efecto -reconoció el texano-. Casualmente doy una en mi casa hoy en la noche. Estás invitado”. “Acepto la invitación” -respondió de inmediato el visitante agradecido. “Pues vamos -le indicó el otro-. Ya casi es la hora en que la fiesta va a empezar”. Subieron ambos al pick up del texano y este se dirigió a su casa. En el camino le dijo a su invitado: “Quiero advertirte que de seguro en la fiesta se beberá bastante”. Replicó el de Nueva York, ufano: “Jamás le he hecho el feo a la bebida”. Continuó el hombre: “Y posiblemente habrá algo de droga”. “Tampoco a eso le saco la vuelta -respondió con orgullo el otro-. Recuerda que vengo de Nueva York”. Prosiguió el anfitrión: “Y quizá también habrá sexo”. “Eso me encanta” -manifestó el invitado. Añadió el de Texas: “Y quiero que sepas que al final de la fiesta probablemente habrá una pelea”. “Tampoco a eso le tengo miedo -declaró el neoyorquino-. Pero dime: ¿Cuántos iremos a la fiesta?”. Respondió el texano al tiempo que le echaba cariñosamente un brazo al hombro: “Nada más tú y yo”.

El cirujano salió del quirófano y le anunció, solemne, a la mujer que esperaba afuera: “Señora: la operación fue un éxito. Su marido se ha salvado”. “¡Qué barbaridad! -exclamó la esposa, consternada-. ¡Y yo ya vendí toda su ropa!”.

Aquel sujeto se hallaba en la playa de una isla de los Mares del Sur. Tendido en una hamaca bebía un coco fizz que le sostenía una estupenda morenaza, al tiempo que una preciosa rubia lo abanicaba con una hoja de palma y una bella pelirroja le musitaba al oído una canción de amor. “¡Qué felicidad! -exclamó el tipo, eufórico-. ¡Pellízquenme por favor, a ver si no estoy soñando!”. Lo pellizcaron. Estaba soñando. (Pen... y todavía faltaba lo mejor).

La abuelita y su nieta mayor iban a ir de compras al centro comercial. La anciana insistió en ser ella la que manejara. Con cierta reserva se lo permitió la chica. ¡Sorpresa! Resultó que la señora conducía con notable habilidad, sin nerviosismo alguno y muy segura. “¡Abuela! -exclamó con asombro la muchacha-. ¡Hacía mucho tiempo que no manejabas, y lo haces perfectamente bien!”. “Hijita -replicó la anciana-. Esto de conducir es como foll...: Jamás se olvida”. FIN.

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