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Humor dominical

Cayeron en manos del enemigo, y el jefe de la Policía secreta los condenó ipso facto a ser fusilados en el panteón de la localidad.

“Entre el hombre y la mujer sólo hay una pequeña diferencia”. Esa declaración hizo la conferencista al hablar sobre la equidad de géneros. Jactancio Elátez, sujeto presuntuoso, narcisista, levantó al punto la mano. “Señora mía -reclamó enojado-. Sepa usted que en mi caso esa diferencia no es nada pequeña”. Malo era aquel actor de teatro, por no decir que pésimo. ¿Por qué entonces se atrevió a representar el papel de Hamlet? Es como si un borracho de cantina, de esos que con una guitarra desafinada cantan “Arrabalera”, “Hipócrita”, “Afrodita”, “Cheque en blanco” o “Como si fuera un calcetín” (existe esa canción), osara cantar un lied de Schubert. Comenzó, pues, el mal actor a recitar el célebre monólogo, “To be or not to be”, y la gente empezó a meterse con él. Le pitaron, le silbaron, le chillaron, le sisearon, le chiflaron, lo abuchearon y le gritaron toda suerte de pesias y denuestos. Se encaró el actor al vociferante público y desde el proscenio dijo airado: “¿Y a mí qué me reclaman? ¡Yo no escribí todas esas pend...!”. El rudo Cochorrón y la bella María del Refugio eran espías al servicio de la revolución. Cayeron en manos del enemigo, y el jefe de la Policía secreta los condenó ipso facto a ser fusilados en el panteón de la localidad. Llegado el momento de la ejecución le preguntó a la mujer: “¿Cómo te llamas?”. Respondió ella con voz firme: “Mi nombre es María del Refugio, pero me dicen Cuca”. “¡Cuquita! -exclamó emocionado el polizonte-. ¡Así le decían a mi santa madre! ¡No puedo fusilar a alguien que se llama como mi mamacita!”, Y así diciendo ordenó que dejaran libre a la mujer, con la promesa de que en adelante espiaría solamente los lunes, que es cuando no hay mucho que espiar. Le tocó el turno al rudo Cochorrón, que llegó tembloroso al sitio del fusilamiento. El sicario le preguntó: “Y tú ¿cómo te llamas?”. Con voz trémula contestó el reo: “Mi nombre es Cochorrón, pero todos me dicen Cuquita”. ¡Pobre Libidio! La mujer con la fue al Motel Kamawa resultó ninfómana. La habitación 210 del conocido hotel de paso por poco se vuelve su tumba. ¿Cuántas veces le exigió ella la realización del acto? ¡Cinco veces, señoras y señores! ¡Cinco veces! Y no se piense que eso fue en el curso de una noche, no: Fue en el breve espacio de una hora. Quedó el desdichado galán derrengado sobre el lecho, exhausto y agotado, exánime, sin fuerzas siquiera para parpadear, en tanto que la mujer, pimpante, exultante, rozagante, se vistió prontamente y salió del lugar con aire satisfecho. Bien dice don Abundio el del Potrero: “No es lo mesmo dar que recebir”. Eso explica por qué en los pueblos muchas casadas salen a barrer la banqueta temprano en la mañana, cantando por lo bajo la canción de moda y saludando alegremente a sus vecinas, igualmente felices y contentas. Si pudiéramos hacer lo que el Diablo Cojuelo, de Guevara, levantar los tejados de las casas, veríamos a los maridos tirados en sus camas, extraviada la vista, el cuerpo flácido, tratando de articular palabra a efecto de pedir los últimos auxilios de la religión. Es cierto: “No es lo mesmo dar que recebir”. Pero advierto que me he apartado del relato. Vuelvo a él. Tras de cumplirle cinco veces en una hora a la ávida ninfómana, el pobre tipo sintió ganas de dar curso a una necesidad menor. Reunió todas sus fuerzas, y trastabillando se encaminó al baño. Ahí le sucedió que no se hallaba lo necesario para desahogar aquella urgencia. Dirigiéndose a su entrepierna le dijo con voz llena de ternura: “No te asustes, preciosa; no te escondas. Esto es para otra cosa. La mujer esa ya se fue”. FIN.

Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

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