Herencias ajenas y hechuras propias
Pero no todo es herencia. Los gobiernos crean sus propios problemas y en algún momento pagan la cuenta por ellos.
Todo Gobierno hereda problemas de sus antecesores y crea los propios. Los gobernantes exitosos son los que van resolviendo las “malas” herencias sin crear nuevos problemas.
La inseguridad, corrupción y desigualdad pertenecen a la primera categoría. Muy probablemente subestimó su dimensión y sobreestimó su capacidad para resolverlos a pesar de su gran voluntad.
Los gobiernos anteriores también le heredaron otros problemas que pertenecen al reino de las conductas viciadas de la política mexicana pero que no figuran en su agenda ni merecen su atención. Al contrario, las cultiva con maestría y hasta las perfecciona. En este reino habitan las prácticas clientelares aprendidas desde sus años de joven priista, la de pagar lealtades con cargos en la administración pública aunque sus ocupantes no tengan las mínimas calificaciones profesionales para desempeñarlos, la de controlar a los legisladores de su partido, la de asignar contratos en lugar de licitarlos, la de invadir las esferas de acción de los otros poderes u órdenes de Gobierno, la de gastar la mayor cantidad de recursos de la manera más discrecional posible, la de sustraer de la luz pública información relevante y la de intentar reformas que amplíen sus facultades y ayuden a maximizar la permanencia en el poder de los suyos.
Enfrentar estas prácticas requiere mucho menos expertise y tiempo que resolver la inseguridad, la desigualdad o la corrupción. Estas sí son de pura voluntad. Prácticamente, se pueden decretar. No he visto la voluntad ni los decretos. Y vaya que la eliminación de estas conductas contribuiría a una gran transformación. Quizá con estos vicios se siente cómodo porque tienen réditos políticos.
Pero no todo es herencia. Los gobiernos crean sus propios problemas y en algún momento pagan la cuenta por ellos.
Aunque gusta de culpar al neoliberalismo de cualquier mal, hay cuando menos cuatro problemas de manufactura propia y que no tienen que ver con el modelo económico ni con las administraciones del pasado. El primero ya casi se olvidó: El del desabasto de la gasolina. Recién se estrenaba en el Gobierno y saltó el obstáculo con bajos costos. El segundo fue, y sigue siendo, el de la salud. El recorte presupuestal al ramo, el re- direccionamiento de fondos denunciado por su hoy ex director, el subejercicio del gasto y la falta de previsión en las compras de medicinas y material de curación, provocó una crisis entre el “pueblo bueno” y los trabajadores de la salud además de la renuncia del director del IMSS. Con buen resorte político el Presidente ha comenzado una serie de giras por hospitales de toda la República. Quizá sus discursos amainen la crisis, pero no curarán a la gente de sus afecciones.
El tercer gran problema es el de la migración. La amenaza de la imposición de 5% de aranceles hubiese sido costosísima, pero la crisis migratoria que se desató lo puede ser aún más. La determinación de “no pelearse” con Trump le ha costado al País militarizar sus fronteras Norte y Sur, generar un profundo sentimiento xenofóbico y la incapacidad de frenar las deportaciones del Norte y el ingreso del Sur.
Finalmente se ha abierto otro frente: El de la Policía Federal. Era de esperar que el cambio a la Guardia Nacional generara resistencias, pero éstas fueron innecesariamente agravadas por la forma en que se hizo y por las persistentes descalificaciones al cuerpo policial desde el día de su toma de posesión. La última, formulada anteayer cuando afirmó que estaba echada a perder la Policía, que no se podía confiar en ella y que no estaba a la altura de las circunstancias: “Imagínense una institución que debe ser ejemplo de profesionalismo y de disciplina que se revela y toma las calles”.
No es el mismo rasero con el que juzgó a otra institución, la del magisterio, a quienes no le pide ni profesionalismo, ni disciplina ni que dejen de tomar las calles o las vías férreas.
Estos problemas tienen un denominador común: El de la ineptitud. Una ineptitud que lo mismo se ve traducida en la concentración de todas las compras gubernamentales en una sola oficina, la toma de decisiones sin sustento, la ausencia de planeación o en nombramientos donde se privilegia la lealtad y se dejan a un lado las calificaciones. Todo esto confirma, por cierto, la carta de renuncia del secretario de Hacienda.
María Amparo Casar es licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, maestra y doctora por la Universidad de Cambridge. Especialista en temas de política mexicana y política comparada.
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