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Evo, el fraude y el golpe

La historia de la salida del poder de Evo Morales es complicada. Sin duda hubo una rebelión popular ante el vergonzoso y torpe fraude electoral del 20 de octubre.

“¿Por qué los presidentes de la República quieren eternizarse en el poder? ¿Por qué insiste Evo Morales en creer que no hay nadie más que él?”

La historia de la salida del poder de Evo Morales es complicada. Sin duda hubo una rebelión popular ante el vergonzoso y torpe fraude electoral del 20 de octubre. Pero también es cierto que la explícita presión de los militares obligó a Morales a dejar la presidencia.

Hubo fraude y hubo golpe. Las dos cosas.

Evo Morales cayó, fundamentalmente, por su incontrolable deseo de permanecer en el poder. Estos son los datos. Ganó legítimamente las elecciones de 2005 -y se convirtió en el primer presidente indígena en la historia moderna de Bolivia-, y después lideró un esfuerzo para cambiar la constitución. Volvió a ganar unas elecciones en 2009, pero ahí empezaron las trampas. Dijo que su primer periodo presidencial no contaba y eso le permitió buscar (y ganar) una segunda reelección en 2014.

No contento con quedarse en el poder hasta 2020, organizó un referéndum en 2016 para buscar otra reelección y, en esa ocasión, perdió. El resultado del plebiscito le prohibía lanzarse una vez más a la presidencia. Pero, mal perdedor, él aseguró que eso violaba sus derechos. Recurrió al Tribunal Constitucional -controlado por sus partidarios- y logró un dictamen que le permitiría reelegirse todas las veces que quisiera. Otra trampa.

Eso nos lleva a las elecciones de octubre de 2019, en las que Evo buscaba un cuarto mandato presidencial. Tras una extrañísima caída del sistema por varias horas, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) -también dominado por Morales- lo declaró ganador en la primera vuelta. Pero el fraude parecía obvio.

Un equipo auditor de la Organización de los Estados Americanos (OEA) determinó que hubo “manipulaciones al sistema informático”, “alteraciones y firmas falsificadas”, “inconsistencias con el número de ciudadanos que sufragaron” y, por lo tanto, “no puede validar los resultados de la presente elección”.

Ese fraude no pudo haber ocurrido, según la oposición, sin la complicidad de Morales y el TSE -el ente encargado de organizar las votaciones-. Esto generó más de veinte días de protestas. Evo, arrinconado, ofreció un diálogo con sus opositores e, incluso, la realización de nuevas elecciones. Pero ya era demasiado tarde.

En las calles bolivianas, muchos militares se rehusaban a reprimir a los manifestantes. Y fue entonces que el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, en televisión nacional, anunció: “Sugerimos al presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial”. Carlos Mesa, ex mandatario y candidato presidencial, me dijo en una entrevista que se trató de una “frase que no fue afortunada”. Pero fue más que eso. Si los militares, en cualquier parte del mundo, le sugieren a un presidente que renuncie, eso sería interpretado como un intento de golpe de Estado. Y en Bolivia también.

Esa “sugerencia” de los militares bolivianos rompió el orden constitucional reinante a pesar de que muchos opositores, como Mesa, consideraban que Evo Morales era un presidente ilegítimo. Se llevó a cabo un golpe de Estado en contra de un líder que, según la oposición, había violado la ley en varias ocasiones para buscar la reelección indefinida.

Algunos han comparado la situación de Morales con la de la canciller alemana, Angela Merkel, quien lleva catorce años al frente de su país. Casi en paralelo con Evo, Merkel llegó al poder en 2005, pero hay diferencias sustanciales entre ambos: La canciller no cambió la constitución a su gusto ni hizo un burdo fraude para prolongar su liderazgo.

Se los dije: Es complicado. Hubo un golpe contra el responsable de un fraude electoral y varios trucos más.

Evo puede ser muchas cosas, pero no un ejemplo de democracia.

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