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El peligro de apapachar a dictadores

Cuba, tristemente y sin partidos políticos de oposición, requiere de otro tipo de salida pacífica y democrática. Cuando uno apoya o habla por un dictador, le está otorgando aún más poder.

A veces no es sencillo saber cuál es el lado correcto de la historia. Pero hay algunas circunstancias en las que es mucho más claro. Siempre es con la democracia, la justicia, las libertades y la defensa de los derechos humanos. Apapachar dictadores -como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua- no está incluido. El pasado nos ofrece ejemplos más evidentes: Adolf Hitler y la Alemania nazi no estaban del lado correcto de la historia.

Tampoco otros tiranos brutales, como el chileno Augusto Pinochet, los miembros de la junta militar en Argentina que impusieron una larga dictadura, los Somoza en Nicaragua, los Duvalier en Haití e Idi Amin en Uganda. Todos ellos mataron, torturaron y abusaron de su poder.

A veces, incluso, no es necesario esperar mucho tiempo para lograr descifrar cuál es el lado incorrecto de la historia, como el caso de Vladimir Putin y los invasores rusos en Ucrania. Varios gobiernos de Estados Unidos tampoco se salvan y muchas veces han caído del lado equivocado.

Por ejemplo, la invasión ordenada por George Bush a Iraq en 2003 resultó totalmente injustificada, ya que ahí nunca hubo armas de destrucción masiva. Se cree que más de 200 mil iraquíes civiles fallecieron en la guerra; fueron muertes innecesarias.

Además, están la larga lista de invasiones estadounidenses e involucramiento en golpes militares en países latinoamericanos. Estados Unidos dividía hipócritamente al mundo entre los dictadores que respaldaba y los dictadores contra los que se oponía.

Pero es un error. No hay dictadores buenos. Sin importar su ideología o sus alianzas. Hace más de cuatro décadas, la embajadora estadounidense Jeane Kirkpatrick popularizó esa doctrina, que parte de una distinción falsa.

Durante los años de la Guerra Fría, proponía separar a los regímenes “totalitarios” del bloque soviético de los “autoritarios” que estaban más ligados a Estados Unidos. Es una idea equivocada. La verdad es que todos esos gobiernos -tanto los totalitarios como los autoritarios- violaban los derechos humanos, acumulaban el poder, reprimían a críticos y opositores y censuraban a la prensa.

Esto nos lleva a las brutales dictaduras en nuestro continente, que en este 2022 hacen lo mismo. Los dictadores Miguel Díaz-Canel, de Cuba, Daniel Ortega, de Nicaragua y Nicolás Maduro, de Venezuela, respectivamente, están al frente de regímenes que han desaparecido o ejecutado extrajudicialmente, han torturado y hacen todo lo posible para quedarse en el poder.

El último reporte de Amnistía Internacional denunció que el año pasado había más de 700 presos políticos en Cuba tras las protestas pro democracia del 11 de julio. En Nicaragua, condenó la detención arbitraria de activistas, periodistas y candidatos presidenciales. Y en Venezuela, destacó una “continuada crisis de derechos humanos”. Apapachar, proteger y hablar por los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela -como lo ha hecho el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, más recientemente al supeditar su participación en la Cumbre de las Américas a la invitación de esos tres países- es un error.

Es darle la espalda a los miles de víctimas de esas dictaduras. AMLO tuvo la opción de escoger: Los dictadores o su gente. Y escogió a los más fuertes y abusadores. Nunca he escuchado decir al Presidente mexicano que Fidel Castro, su hermano Raúl, Díaz-Canel, Ortega o Maduro son o fueron unos dictadores.

Aunque todos ellos han sido señalados por instancias internacionales como responsables de abusos a los derechos humanos. AMLO, incluso, ha calificado de “íntegro” a Díaz-Canel, el represor de La Habana, responsable de la detención de cientos de prisioneros políticos.

El argumento viejo y dispar -porque se niega a denunciar a unos países pero no parece tener reparo en criticar a otros- de que México no se involucra en los asuntos internos de otras naciones languidece ante el principio rector de que los derechos humanos siempre, ¡siempre!, van por delante de cualquier concepto de soberanía. Primero la vida. Cada vez hay más dictaduras en el planeta. Es una tendencia mundial preocupante.

El número de democracias liberales bajó de 42 en 2012 a sólo 34 en 2021, según un amplio estudio de la Universidad de Gotemburgo. Esto quiere decir que 5 mil 400 millones de personas viven en tiranías o gobiernos autocráticos. Nicaragua está en el 10% de los países menos democráticos del mundo (igual que Corea del Norte). Cuba y Venezuela están en el 20% menos democrático.

Como referencia, las naciones más democráticas del mundo son Suecia, Dinamarca, Noruega, Costa Rica y Nueva Zelanda. La ausencia del Presidente de México -y de otros países en la Cumbre en Los Ángeles- puede ser señal de la existencia de un bloque antidemocrático en el continente. Indica, al menos, la tolerancia y el apoyo tácito a regímenes que están ilegítimamente en el poder y que usan la fuerza para permanecer en él.

La Cumbre de las Américas es la reunión de un club de democracias. Cuba, Nicaragua y Venezuela no lo son. No hay por qué darles a sus dictadores el mismo reconocimiento que tienen presidentes elegidos en elecciones libres y justas.

Además, es muy poderoso el mensaje que se les envía a cubanos, venezolanos y nicaragüenses: Sabemos que viven en una tiranía y no los dejan hablar, pero el mundo sabe lo que están viviendo; no están solos. Y por eso sus dictadores no vienen a la fiesta.

Es válido el argumento de que aislar a los dictadores no va a generar cambios en sus países. Y que más contactos, más turismo y más inversiones podrían derivar, con el tiempo, en una transformación democrática. Pero esa estrategia ha fallado estrepitosamente con Díaz-Canel, Ortega y Maduro.

Hasta ahora, ni las conversaciones o negociaciones han acercado a sus países a la democracia. La salida chilena -que terminó con la dictadura pinochetista después de un plebiscito con observadores internacionales que llevaron a unas elecciones democráticas- es una de las pocas esperanzas para Venezuela y tal vez Nicaragua.

Cuba, tristemente y sin partidos políticos de oposición, requiere de otro tipo de salida pacífica y democrática. Cuando uno apoya o habla por un dictador, le está otorgando aún más poder.

“La mayor parte del poder de los regímenes autoritarios es dado voluntariamente”, escribió Timothy Snyder en su magnífico libro sobre las tiranías “No obedezcas por anticipado”. No entiendo por qué López Obrador le está haciendo el trabajo sucio a los peoresgobernantes del continente. Escogió el lado equivocado de la historia.

Mientras el planeta cambia y las democracias confirman sus convicciones y principios de libertad y derechos humanos, López Obrador ha preferido encerrarse en su Palacio. Eso es lo que pasa cuando apapachas a dictadores.

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