El chirrión por el palito
Tampoco ha habido Presidente alguno que hubiese sentado bases más firmes para su reaparición pública y alimentar sus ambiciones.
La verdadera transformación política que está ocurriendo en el País es la del papel de los militares en el entramado de una república democrática y federal.
No hemos llegado, ni estamos cerca, de una realidad en la que se perciba un peso excesivo de los militares en la política interna. Pero la puerta de entrada y salida que fue cerrada a piedra y lodo cuando desapareció el sector militar del PRI en los años 40 está siendo derruida. El pacto en ese entonces consistió en que las FFAA gozarían de autonomía en los asuntos internos a sus corporaciones, estarían a disposición del Presidente dentro de los parámetros de la Constitución y no participarían activa y visiblemente en la política.
A inicios del siglo 21 los presidentes recurrieron de manera creciente al Ejército. Fue la manera que encontraron Fox, Calderón, Peña Nieto y López Obrador de encarar la ola expansiva de violencia por parte del crimen organizado. A ninguno le funcionó la estrategia. Todos insistieron en ella a pesar de la evidencia. Ninguno apostó por fortalecer las instituciones policiacas y de procuración de justicia. Todos se resignaron frente a la debilidad institucional dando paso franco al poderío criminal.
Pero en la era civil del siglo 20 y lo que va del 21 no ha habido Presidente que se haya recargado tanto en las Fuerzas Armadas como el actual. Tampoco ha habido Presidente alguno que hubiese sentado bases más firmes para su reaparición pública y alimentar sus ambiciones.
Estoy cierta de que los sucesivos secretarios de la Defensa y de la Marina y la cúpula militar no pidieron alterar las funciones y posición que tenían desde 1946. Lo único que exigían y con mucha razón era un marco jurídico que le diera sustento a las labores de seguridad pública que su jefe -el Presidente- les ordenaba. Al final lo consiguieron en este sexenio. No de la manera más pulcra y mucho menos acertada, pero se creó la normatividad que en el futuro les permitiría no ser acusados de violar la Constitución. No hacía falta llegar al exceso de despedir a miles de policías, de poner a la Guardia Nacional bajo el mando de un militar y menos de entregársela a la Sedena.
De lo que no hay razón aparente es de la decisión presidencial de otorgarles tantas y tan altas responsabilidades a los militares; de darles la tarea de investigación criminal; de convertirlos en empresarios; de entregarles dependencias con alto riesgo de corrupción como los puertos y las aduanas; de ponerlos a construir sucursales bancarias o a cuidar convoyes de mercancías, medicamentos, alimentos y programas sociales. Responsabilidades, todas, que en cualquier democracia se ubican en el ámbito de lo civil.
¿Por qué lo hizo? La explicación que nos ha dado el Jefe de las Fuerzas Armadas no puede satisfacer a nadie: Los militares son incorruptibles, son leales a la Patria y -ha agregado en muchas ocasiones- a la cuarta transformación.
No encuentro más que una explicación (la otra no la quiero ni pensar). A López Obrador no le gusta la idea de la política como negociación, no le gusta el debate de ideas, no le gusta el pluralismo y no le gustan los contrapesos. Lo que le gusta es que sus deseos sean cumplidos sin chistar. Lo más cercano a esos valores son las FFAA. Los militares toman órdenes de su superior jerárquico. Disciplina y obediencia sin cuestionar, diría María Elena Morera.
Lo que ha ocurrido en estos cuatro años es que paralelamente al desmantelamiento del sector público en términos de la preparación y trayectoria de cuadros especializados del sector público, se ha creado una mayor dependencia de las Fuerzas Armadas.
Así como el Presidente no apostó por fortalecer a las policías para poco a poco transitar a la desmilitarización de la lucha contra la inseguridad, tampoco apostó a sanear y fortalecer instituciones como las aduanas, los puertos y aeropuertos o los ministerios públicos. El Presidente simplemente suplió a las instituciones civiles.
El Ejército está más presente que nunca en la vida cotidiana del mexicano, ya sea porque los vemos en las calles, porque el Presidente habla de ellos o porque se han vuelto noticia. Esto no ocurría en el pasado. Nos están acostumbrando a que sean parte del paisaje de la política. ¿Y qué?, se preguntarán algunos. Pues el problema es que a quien los ha empoderado se le puede voltear el chirrión por el palito. El mayor peso específico que están tomando en áreas antes reservadas para los civiles es el primer paso para convertir a las FFAA en un poder fáctico que luego se vuelve institucional. No es poca cosa. Veamos lo que está pasando con el enredo de Ayotzinapa, que no tiene muy contentos a los militares.
María Amparo Casar es licenciada es licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, maestra y doctora por la Universidad de Cambridge. Especialista en temas de política mexicana y política comparada.
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