Efecto colateral de la pandemia
Señor: Jobilia es la veterana del establecimiento. La conservamos por razón de los eficientes servicios que a lo largo de muchos años prestó a nuestros clientes.
Don Gerontino, señor de edad madura, llegó a una casa desafinada -de mala nota- y le pidió a la mariscala o mamasanta, o sea a la dueña del local:: "Tráigame a Jobilia, por favor". "¿Quiere a Jobilia? -se sorprendió la doña-. Señor: Jobilia es la veterana del establecimiento. La conservamos por razón de los eficientes servicios que a lo largo de muchos años prestó a nuestros clientes. Pero tenemos colaboradoras más jóvenes y atractivas, como Mesalina, Thais y Friné. En este momento las tres están libres, pues son apenas las 7:00 de la tarde. Entre ellas puede usted escoger. Cualquiera le dará un magnífico servicio en las tres cosas y obsequiará todos sus deseos". "No -replicó el añoso caballero-. Yo quiero a Jobilia". "¿Puedo saber por qué?" -inquirió, extrañada, la mujer. Explicó don Gerontino: "Tiene algo que las demás no tienen". "¿Qué?" -preguntó con vivo interés la madama. "Paciencia" -suspiró don Gerontino. Con el mayor respeto para el dicho señor le diré que lo que él necesita no es paciencia ajena sino fortaleza propia. Es una pena que no pueda disponer de las miríficas aguas de Saltillo, unas cuantas gotas de las cuales bastan para reanimar al varón más desanimado, e incluso a una momia egipcia, pero a falta de esas linfas taumatúrgicas puede energizar su lánguido organismo con diversos elementos a los que se han atribuido cualidades para fortalecer al varón ante el altar de Venus o Afrodita. Sin que sea esta una relación exhaustiva, sino de mera ejemplificación, le ofrezco a don Gerontino un breve catálogo de remedios que bien podrían servirle para no fatigar demasiado la paciencia de Jobilia, caritativa mujer de cuya bondad y afable disposición no se debe abusar. He aquí las más conocidas entre las sustancias afrodisíacas usadas a lo largo de diversas épocas para combatir lo que hoy se llama disfunción eréctil: Alcauciles, almizcle, almejas, ámbar, apio, ayahuasca, beleño, belladona, berenjena, canela, cantáridas, carbono (sulfato de), criadillas (o sea testículos de toro), damiana (hierba), especias, estricnina (naturalmente en muy pequeñas dosis), fósforo, genitales de cocodrilo (Sudán), ginseng, hachís, infusión de menta, jengibre, kahlúa (licor de), leche de cebra (Tanzania), mandrágora, mariscos, mollejas de gallina (Edad Media), nuez vómica o moscada, opio, peyote, quina (sustancias estas últimas tres que no se recomiendan, por ser alucinógenas), rinoceronte (cuerno de), salvia, té de clavo, umbelíferas (yerbas), vainilla, xerófitas (plantas), yohimbina y zarzaparrilla. Ahora bien, don Gerontino: Jamás vaya usted a tomar alcanfor, bromuro, nenúfar o foliculina, pues esas nefandas sustancias son anafrodisíacas, vale decir, producen exactamente el efecto contrario al que usted busca. Deberían ser desterradas de la farmacopea por nocivas y contrarias al género humano. Ahora bien: ¿A qué estas lucubraciones sobre un tema que nada tiene que ver con la política? Viene a cuento porque los expertos en relaciones humanas consideran que el forzado encerramiento a que ha obligado el coronavirus hará que muchas parejas aumenten la frecuencia de sus relaciones sexuales por razón de su continua cercanía. Algunos demógrafos no descartan que como efecto colateral de la pandemia haya una especie de baby boom semejante al que se presentó después de la Segunda Guerra, con el consiguiente aumento de la población del mundo. Los niños del coronavirus, se podría decir. No soy sociólogo ni perito en cuestiones demográficas, pero a las parejas que se vean en el trance de intensificar sus encuentros amorosos con motivo de la reclusión obligada de estos días ¡buen provecho!... FIN.
MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE
A principios del pasado siglo se decía de ella que era la muchacha más hermosa de Saltillo.
De todas partes iban galanes a conocerla, pues la fama de su belleza había llegado hasta la capital.
Era hija del gobernador de Coahuila, licenciado Miguel Cárdenas, amigo de don Porfirio Díaz. Le estaba reservado un halagüeño porvenir. Seguramente contraería un ventajoso matrimonio; sería adorno permanente de la sociedad.
Su hermano mayor era sacerdote, perteneciente a la Compañía de Jesús. Un día llegó a visitar a la familia. En el espejo donde su hermana solía verse le puso con el lápiz labial estas palabras: "Vanitas vanitatum". Vanidad de vanidades.
Poco tiempo después la bellísima joven anunció su decisión de entregarse a la vida religiosa. Profesó en un convento, y fue enviada a Francia. Ahí se dedicó a cuidar heridos de la Gran Guerra, y luego a atender a las víctimas de la influenza española. Se contagió de ese terrible mal y murió en plena juventud. Su belleza jamás se marchitó. Testimonios de la época aseguran que miles de personas desfilaron para verla en su ataúd. En la muerte se miraba tan hermosa como en la vida.
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