Humor dominical
En cada una de las comparecencias mañaneras de la presidenta Sheinbaum, igual que en las de su malhadado antecesor, se nos presenta la mentirosa imagen de un falso México en el cual todo está muy bien, de modo que los mexicanos vivimos en Jauja, en el mejor de los mundos posibles. Falacia es ésa, claro, ficción que no existe ni siquiera en la mente de quienes la propalan.

Herodes era un hijo de pu... Lapidaria y altisonante es la expresión, pues ninguna otra dice con claridad mayor lo que quiero decir. No hay malas palabras; sólo hay palabras mal empleadas. Muchos son los vocablos que en nuestro idioma son calificados de malos, y que aun así empleamos en nuestra habla cotidiana. Todos los términos tienen un fin; si éste se cumple, el vocablo, cualquiera que sea, será bueno, independientemente de su sonoridad o su linaje. Lo repito entonces: Herodes era un hijo de pu…, lo mismo que Hitler, por poner un ejemplo más reciente.
Fue Herodes, protervo rey de Judea, quien hizo matar a los niños que a causa de su injusta muerte son considerados santos. En otro tiempo se acostumbraba decir, cuando alguien pretendía engañarte: “A los inocentes los mató Herodes”. Eso equivalía a manifestar: “No me consideres tonto”. Otra frase era usada, más contundente aún, para el mismo propósito: “A mí no me tizna el cura ni en Miércoles de Ceniza”.
Hoy es el Día de los Inocentes. Antes, no sé si todavía, era común hacer víctima a alguien de un inofensivo engaño, y decirle cuando caía en él: “¡Inocente para siempre!”. A eso se le llamaba inocentada. Pues bien: En cada una de las comparecencias mañaneras de la presidenta Sheinbaum, igual que en las de su malhadado antecesor, se nos presenta la mentirosa imagen de un falso México en el cual todo está muy bien, de modo que los mexicanos vivimos en Jauja, en el mejor de los mundos posibles. Falacia es ésa, claro, ficción que no existe ni siquiera en la mente de quienes la propalan. Fingen creer en ella quienes de ella viven, y la aceptan los que por su pobreza y falta de conocimiento están sometidos a este régimen populista, demagógico y absolutista que nos va conduciendo al abismo. Aun así se pretende decirnos cada día: “¡Inocentes para siempre!”. Pero las mentiras no nos engañan. A los inocentes los mató Herodes.
En domingo dejo de escribir acerca de política, por la naturaleza del día, pero la fecha especial de hoy me hizo faltar a esa costumbre. Remediaré la omisión con el relato de algunos cuentecillos.
“¡Cornudo!”. Eso le gritaba el perico de la señorita Himenia a don Cucoldo cada vez que pasaba frente a la ventana donde estaba la jaula del cotorro. El ofendido se quejó, y la señorita Himenia amenazó al loro: Si volvía a decirle “cornudo” al vecino le retorcería el pescuezo. Al día siguiente pasó don Cucoldo, y le dijo el perico: “Ya sabes”. La linda Dulcibel rechazó la copa que en el Bar Ahúnda le ofreció su amiga Susiflor. “No, gracias -le dijo-. El vino me afecta las piernas”. Preguntó Susiflor: “¿Se te doblan?”. “No -precisó Dulcibel-. Se me abren”.
“¡Padre! -le dijo lleno de excitación don Leovigildo, señor de edad madura, al padre Arsilio-. ¡Anoche le hice el amor dos veces a una mujer!”. “Me sorprendes, Leovigildo” -se azaró el sacerdote. “Yo también estoy sorprendido, señor cura” -manifestó el añoso penitente. “Dime -inquirió el padre Arsilio-. Esa mujer ¿es soltera o casada?”. “Casada, padre -contestó el señor-. Es mi esposa”. “Acabáramos -dijo el párroco, que en su juventud había leído novelas de Coloma y Fernán Caballero-. Si la mujer es tu esposa no tienes por qué confesar que le hiciste el amor”. “Es que se lo hice dos veces -replicó don Leovigildo-, y a alguien tenía que contárselo”.
En vísperas de Navidad un joven le pidió a la encargada del departamento de perfumería: “Quiero una crema corporal para regalársela a mi novia”. Preguntó la empleada: “¿De qué color quiere la crema?”. “El color no importa -respondió le muchacho-. ¿De qué sabores tiene?”. FIN.
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