Esteban
¿Cuántas madres y padres no se habrán literalmente desvivido por sacar adelante material, cultural y espiritualmente a sus hijos viendo cómo los años se les van gastando?

Ayer, apenas un solo día después de la Navidad, se celebró el día de San Esteban, como lo es cada 26 de diciembre. Se trata del primer mártir de la fe cristiana. Esteban era judío, muy probablemente extranjero en Israel pues su lengua primaria fue el griego. Sucedió que en una ocasión fue citado y llevado ante el Sanedrín, consejo supremo y tribunal de los judíos, para escuchar de su propia voz su postura en relación a la naciente fe cristiana y fueron de tal manera sus explicaciones y argumentos que provocaron irritación en los líderes judíos y aquello terminó en una sentencia de muerte por lapidación, o sea, apedreado.
Rodeado por sus captores ya piedras en mano las estrellaron sobre su cabeza y cara hasta darle muerte, por cierto mientras Esteban los perdonaba.
Esteban no vio catedrales imponentes ni vio ni escuchó obras de arte ni himnos maravillosos. Tampoco tuvo tras de sí una fila de mártires que hubiesen sido su ejemplo e inspiración.
Vistos así, el arrojo y la valentía de Esteban fueron asombrosos, sobre todo ejemplares. Esteban es un ejemplo inigualable. No es por descuido que el día para memorarlo haya sido asignado junto al de Navidad, pues él es un regalo para animarnos a darlo todo por vivir sirviendo a la verdad, sirviendo a todos los demás.
Científicamente -si se quiere decir así- por genética y por paleontología todos somos de igual condición, de la misma especie y dignidad desde que fuimos concebidos, jugadores de ese gran equipo llamado homo sapiens, todos racionales y libres, capaces de ser libremente buenos, es verdad, pero también libremente perversos y egoístas.
Igual para Esteban que escogió libremente cumplir con su fe y con su conciencia al costo que fuera. ¿Hay instancia más última en el hombre que su propia conciencia? Se dice rápido y se dice fácil pero la elección de Esteban era o su conciencia o la complacencia de sus juzgadores y para esta suerte sus argumentos ya no serían un recurso útil; al no retractarse sus minutos estarían contados.
De Esteban conocemos apenas lo que su mínima biografía escrita nos ha permitido saber en lo que cabe en un par de renglones y aún así a lo largo de los siglos su ejemplo ha abonado a la fortaleza de tantas y tantos que, fieles a su fe, verdad y convicción, han preferido el oprobio, el escarnio, el despido, el despojo, el olvido y hasta la muerte antes de entregar lo único que es tan íntimamente propio de cada quien: Su conciencia y su fe. Tal escenario ha sido más reproducido a lo largo de los siglos, obviamente, en el aspecto religioso pero hay que insistir en que éste no sólo abarca explícitamente lo propio o exclusivo de un credo sino también aquello que suele ser exteriormente más identificado con una vida común y corriente, quizás silenciosa, como la vida de la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de todos los tiempos, bien enraizados en el intersticio de las actividades y oficios más simples y comunes, ya sean ocupaciones manuales, técnicas, académicas o intelectuales.
¿Cuántas madres y padres no se habrán literalmente desvivido por sacar adelante material, cultural y espiritualmente a sus hijos viendo cómo los años se les van gastando? ¿Cuántos trabajadores manuales se han consumido físicamente por cumplir su servicio a los demás que sin saberlo podrán ser cientos o miles de desconocidos? ¿O acaso no sabemos de escritores, periodistas, líderes colectivos, etcétera, que se han mantenido de una pieza firmes a sus conciencias, sus principios o a su fe antes que agacharse ante las amenazas veladas o escandalosas de sus detractores?
En todas ellas y ellos, con sus espectaculares o silenciosas muestras de entrega a la verdad, a la propia conciencia o a su fe hay siempre tan siquiera una esquirla de Esteban.
Jesús Canale
Médico cardiologo por la UNAM.
Maestría en Bioética.
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