La ola de odio llega al Sur
Las preferencias migratorias de Trump son obvias y abiertamente discriminatorias.

Jorge Ramos
El odio viaja del Norte al Sur.
“Basura” -así les llamó Donald Trump a los inmigrantes de Somalia. Y continuando con sus vientos xenofóbicos, el Presidente estadounidense dijo también que Somalia “apesta y no queremos [a sus habitantes] en nuestro país”. No paró ahí. A Ilhan Omar, la congresista Demócrata de Minnesota, quien llegó como refugiada a Estados Unidos hace un cuarto de siglo, le repitió el insulto: “Ella es basura. Sus amigos son basura. Esta no es gente que trabaja”. Y les pidió a los inmigrantes somalíes que se regresaran a su país de origen, al que calificó como el “infierno”.
Hay más. En un reciente discurso en Pennsylvania, el Presidente se preguntó: “¿Por qué es que sólo recibimos gente de países de mie…?, ¿no? ¿Por qué no podemos traer gente de Suecia y Noruega, sólo unos cuantos?”, dijo Trump. “De Dinamarca, ¿les importaría enviarnos a algunas personas? Envíennos gente agradable, ¿les importa? Pero, siempre recibimos gente de Somalia. Lugares que son un desastre”. En ese mismo discurso el Presidente confirmó que en una reunión con los demócratas en la Casa Blanca en el 2018, sí se había referido a unos “países de mie…”. Esto es importante porque durante años lo negó. Trump ya no siente que tiene que esconder nada. Y una buena parte del país ha normalizado su comportamiento, y no se escandaliza por lo que diga o ponga en redes sociales su Presidente.
Las preferencias migratorias de Trump son obvias y abiertamente discriminatorias. Esto explicaría su intención de atraer inmigrantes blancos de Sudáfrica y su reciente decisión de suspender todos los trámites migratorios de personas de 19 países, incluyendo Venezuela, Cuba y Haití.
¿Qué le habrá picado al presidente Trump para hacer estos comentarios tan insultantes?
Desafortunadamente, esto no es nada nuevo. En el 2015, el mismo día que anunció su primera candidatura presidencial, Trump le llamó “criminales” y “violadores” a los inmigrantes mexicanos, y luego trató de suavizarlo diciendo que “algunos, supongo, son buena gente”. Durante su última campaña presidencial Trump prometió perseguir a “los peores de los peores”. Sin embargo, una investigación del diario The New York Times concluyó que más de la mitad de los inmigrantes arrestados en este año “no tienen un récord criminal”.
El odio parece haber comenzado en el Norte y se ha extendido rápidamente hacia la punta Sur del continente. El presidente electo de Chile, José Antonio Kast, alejándose de la tradicional generosidad de los chilenos con los refugiados venezolanos, con sus vecinos de Perú y con otros inmigrantes, les ha puesto una fecha límite -su toma de posesión el próximo 11 de marzo- para que se vayan del país.
“El que entre ilegal, no se va a quedar. Se va”, dijo Kast en un discurso de campaña. “Y si no se va voluntariamente, lo vamos a detener y lo vamos a expulsar del país, cueste lo que cueste. Vamos a cerrar nuestras fronteras. Vamos a construir centros de retención. Vamos a aplicar medidas duras para que no puedan trabajar, para que no puedan recibir más subsidios y para que no puedan enviar recursos al exterior. Se acabaron las excusas. No les vamos a hacer la vida fácil; se las vamos a hacer imposible”.
Kast suena a veces peor que Trump.
Chile, que tantos emigrantes envió a toda América Latina durante la brutal dictadura de Augusto Pinochet, ahora les cierra las puertas a ciudadanos de países que antes recibieron a los refugiados chilenos. Qué mala memoria. Con Kast, Chile se mueve a la ultraderecha y a la intransigencia xenofóbica.
En Argentina también soplan los vientos antiinmigrantes. “A partir de ahora, los inmigrantes ilegales y residentes transitorios y temporales deberán pagar por los servicios de salud, y quienes ingresen a la Argentina tendrán que presentar un seguro médico”, anunció hace poco Manuel Adorni, el nuevo jefe de gabinete de ministros del Gobierno del presidente derechista Javier Milei y buen amigo de Trump, en una conferencia de prensa. Llama la atención como Adorni usa la palabra “ilegales”, igual que el Presidente estadounidense, para referirse a los indocumentados. Además, anunció nuevas restricciones para obtener la residencia permanente y la ciudadanía de Argentina. Ser inmigrante en Argentina es, cada vez, más difícil.
La intolerancia es contagiosa.
A Trump le fue bien atacando a los inmigrantes, y ahora Kast y Milei hacen lo mismo. Olvidan, por conveniencia y por puro teatro, cómo los chilenos y argentinos fueron recibidos en el resto de Latinoamérica cuando los militares los perseguían. Además, contrario a las narrativas oficiales, los inmigrantes no son responsables del aumento de la criminalidad. De hecho, los inmigrantes suelen cometer menos crímenes que los ciudadanos nativos por una simple razón: Buscan sobrevivir, no meterse en líos con la Policía.
La ola de odio se extiende hacia el Sur y pararla será tan difícil como tratar de agarrar el agua con las manos.
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