El mandato de ser feliz en Navidad
A muchos la Navidad no les ofrece refugio: Les abre algo que nunca terminó de cerrar.

Historias demasiado humanas
“Soy una ‘hater’ de la Navidad”, se atrevió a decir Ariana Grande, cantante, actriz, figura global del pop. Se permitió desafiar públicamente ese mandato emocional que diciembre parece imponerle a todo el mundo.
Y lo hizo con una escena extraña, algo patética: Ella misma mordiéndole la cabeza a un peluche de Papá Noel sobre el escenario. Una postal absurda y honesta. La niña herida asomando en plena fama planetaria y la rabia convertida en gesto público. El recordatorio de que no todos llegamos a diciembre con ganas de celebrar.
Antes del glamour y de los hits navideños como “Santa Tell Me”, Ariana había sido exactamente eso: Una chica que odiaba la Navidad. No por capricho ni rebeldía. Por la desilusión temprana de un regalo que nunca llegó, por la sospecha de que Papá Noel era una mentira bien envuelta, por el frío que en vez de magia traía recuerdos de algo que faltaba. No es una anécdota más. A muchos la Navidad no les ofrece refugio: Les abre algo que nunca terminó de cerrar.
Ese peluche mordido podría ser una metáfora precisa. ¿Quién no tiene el suyo? El abrazo que no estuvo, la silla vacía, la familia que nunca encajó en la foto ideal, el nudo que vuelve cada diciembre, puntual como una deuda. Y aun así, algunos logran una forma de reconciliación, sin borrar lo que dolió.
Recuerdo un 24 de diciembre en el que decidí pasarlo solo. No estaba deprimido ni especialmente triste por algún motivo en particular. Simplemente quería vivir esa noche con otro sentido: Parar, callarme, escucharme. Respirar sin la coreografía obligatoria de sonrisas, brindis y entusiasmo. No me dejaron. No es un permiso socialmente permitido.
En nombre del amor, muchas veces no se registran los deseos del otro. Y la vida siempre encuentra la forma de empujarte de vuelta a la mesa. Ahí estuve, en familia, agradecido por estar juntos una Nochebuena más, sintiendo el ruido de los platos chocando antes del brindis. Nadie estaba enojado, tampoco veía a nadie realmente feliz. Se respiraba esa calma forzada que sólo existe cuando nadie se anima a decir lo que realmente quiere.
Detrás de cada festejo hay una trama que no se ve. Detrás de la mesa larga, de los villancicos, de los brindis repetidos, hay memorias que uno carga aunque no quiera: Lo que faltó, lo que dolió, lo que ya no vuelve.
La exigencia de estar bien -de agradecer, de celebrar, de mostrarse rodeado- a veces no consuela: Más bien pesa.
Ariana no borró su contradicción. Aprendió a convivir con ella, a morder el peluche y, aun así, cantar un villancico. A cargar con la desilusión y, más tarde, ofrecer un gesto amable, llevar regalos a un hospital, escribir una canción. No como redención, sino como convivencia. La sombra sin expulsar a la luz.
Tal vez la verdadera Navidad esté en esa posibilidad: Ser uno mismo en medio del decorado. Sentir alegría si aparece. Tristeza si toca. Silencio si es lo único que hay. Incluso con nuestras contradicciones, incluso con el recuerdo del peluche mordido respirando cerca, seguimos acá. Y quizás eso -estar, resistir, intentarlo- alcance para levantar la copa. No porque estemos felices, sino porque seguimos aquí.
Juan Tonelli
Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
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