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La diversidad sexual

La Iglesia Católica, y con ella la mayoría de las denominaciones cristianas, no admite la diversidad sexual...

. Catón

Afrodisio, galán concupiscente, y Dulcibel, muchacha complaciente, pasaron la noche en el departamento de él. No diré que durmieron juntos, pues no pegaron el ojo en toda la noche. Por la mañana Afrodisio se dispuso a cocinar el desayuno. Le preguntó a la chica: “¿Cómo te gustan tus huevos?”. Respondió al instante ella: “Sin fertilizar”. Pepito le planteó una cuestión a su pequeña amiga Rosilita: “Bueno: ¿Quién es el sexo opuesto? ¿Tú o yo?”. Fueron los dos a un día de campo, y Pepito sintió ganas de hacer pipí. Se abrió la braguetita, se sacó su cosita y sin más trámites hizo lo que tenía que hacer. Rosilita vio con interés la acción -nunca había visto hacer eso a un niño-, y observó que su amiguito no había tenido que bajarse el pantalón ni el calzoncito, y que ni siquiera necesitó sentarse. Dijo con admiración: “¡Mira! ¡Qué práctico!”. De chiquillos embromábamos al primo Teof ilín, menor que nosotros. En el rancho donde vivía le cantábamos a coro: “¡Filito mea sentado!”. Replicaba él con enojo: “Parao, qué”. A mis años pocas cosas puedo ya sostener, pero sostengo la idea de que nadie tiene por qué andar averiguando lo que con su entrepierna hacen los demás. Es provechosa la lección de Mrs. Campbell, actriz inglesa amiga de George Bernard Shaw. Interrogada acerca de los homosexuales dijo: “No me importa lo que hacen, con tal de que no lo hagan en la calle, porque pueden asustar a los caballos”. Pienso que la tajante frase bíblica -casi todas las frases bíblicas son tajantes- según la cual Dios creó a los humanos hombre y mujer tiene demasiadas aristas, pues existen desde el nacimiento diversidades que las iglesias deberían reconocer. Robertito Guajardo era el más conspicuo gay de mi ciudad. Cuando los muchachillos le gritábamos en la calle: “¡Joto!” nos decía afligido: “¿Qué quieren que haga? Así me hizo Dios”. Parece ser que esas hechuras divinales no son del gusto de quienes se erigen en representantes del Señor. La Iglesia Católica, y con ella la mayoría de las denominaciones cristianas, no admite la diversidad sexual, y se limita a otorgar, generosa dádiva, una condescendiente comprensión a homosexuales y lesbianas, sin dejar de considerar anormal su condición, y negándoles derechos concedidos ya por la legislación civil, como la unión igualitaria. Uno de los más bellos recintos eclesiásticos que hay en México es el Templo Expiatorio de León, Guanajuato. En él siempre hay un par de albañiles haciendo como que trabajan, pues la leyenda dice que cuando su construcción termine se acabará el mundo. Pues bien: En ese marmóreo sitio de belleza gótica vi un opúsculo en el cual se da a la homosexualidad categoría de trastorno, o sea patología, concepto superado ya y reprobado lo mismo por la ciencia médica que por la siquiatría. Un cierto amigo mío, católico de misa y comunión diarias, solía decir: “Amo a mi prójimo, pero me reservo el derecho de decir quién es mi prójimo y quién no”. La intolerancia y la ignorancia son hermanas. Huyamos por igual de una y de la otra. Y más no digo, porque advierto con alarma que estoy hablando ya en tono de predicador. Vade retro, Satana!... El juez de paz les dijo en el teléfono al novio y a la novia que no los podía casar. Era día feriado, no estaba su asistente, y él se había acostado ya. Con anhelosa voz le pidió el novio: “¿Y no puede decirnos algunas palabritas que nos sirvan para hoy en la noche?”. Aquel señor padecía un tic que lo hacía guiñar constantemente un ojo. En el baño del restorán le dijo muy molesto al tipo que a su lado desaguaba: “No me arremede”. Replicó el otro: “Pos no me salpique”. FIN.

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