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“A otro perro con ese hueso”

Al invitar al Papa la Presidenta emplea un artificio semejante a la contrahuella que usaban los aborígenes para despistar al enemigo.

. Catón

De política y cosas peores

“Hoy en la noche no te dejaré dormir” -le anunció don Cárcamo a su esposa. “¿De veras?” -preguntó ella, ilusionada, pues hacía bastante tiempo no disfrutaba las mieles de himeneo-. “Sí -confirmo el añoso caballero-. Traigo una tos tremenda”. La señora, pese a su decepción, le sugirió que viera a un médico. A más de verlo don Cárcamo le dijo de su tos. El galeno le recetó un frasco de aceite de ricino: “Pero, doctor -se desconcertó el paciente-. Esa es una purga”. “En efecto -confirmó el facultativo-. La tos le seguirá, pero le va a dar miedo toser”. “No porque me vean guaraches piensen que soy huacalero”. Ese dicho mexicano incita a no dejarse guiar por las apariencias. El huacalero era el rudo jayán que en los mercados cargaba mercancías o aves -gallinas, generalmente- en el huacal, armazón de varas que sirve para contener y llevar cosas en la espalda. “Se le salió del huacal” era frase usada para describir la insubordinación de alguien con el superior. No necesito decir lo que son los guaraches, pues el vocablo se emplea todavía. Designa un tipo de calzado basto y rústico. “Al que no ha usado guaraches las correas le sacan sangre”. Ese otro dicho describe el apuro de quien se ve de pronto en una situación difícil sin estar acostumbrado a los sinsabores de la vida. Los belicosos pobladores aborígenes de las tierras del Norte, aquellos “bravos bárbaros gallardos”, apaches y comanches, usaban guaraches, llamados por ellos “cacles”, vocablo que recibimos de ellos y que utilizamos en tono festivo. A fin de despistar a sus perseguidores, comancheros que recibían una paga por cada indio que mataban, los indios se ponían los guaraches al revés, con lo cual sus huellas mostraban que iban, cuando en verdad venían, o que venían, cuando en verdad iban. A eso se le llamaba “contrahuella”. Todo esto viene a cuento para decir que los políticos, de cualquier signo o condición que sean, no la brincan sin guarache, vale decir que ninguno hace nada que no le reporte algún provecho. Evoqué eso de la contrahuella al enterarme de la invitación que Claudia Shrinbaum le hizo al papa León XIV para que venga a México. La imagen de la Presidenta se ha deteriorado en estos días por dos motivos. El primero, su mezquino silencio ante el Premio Nobel recibido por Corina Machado, opositora de Maduro, apapachado por la 4T. El segundo, la persecución judicial con que se hostiga a María Amparo Casar, titular de Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, una agrupación de ciudadanos que ha denunciado la impunidad y corrupción reinantes en el régimen morenista. Con esa invitación al Santo Padre -así llamaba al Pontífice mi tío Refugio, Caballero de Colón- la sucesora y segura servidora de AMLO persigue el mismo efecto que buscó cuando en gesto elemental y burdo se puso una falda con la estampa de la Virgen de Guadalupe, háganme ustedes el refabrón cavor. Al invitar al Papa la Presidenta emplea un artificio semejante a la contrahuella que usaban los aborígenes para despistar al enemigo. Los ciudadanos conscientes, sin embargo, no se dejan engañar por esas añagazas de politiquería, y responden a ellas diciendo una locución de viejo cuño: A otro perro con ese hueso. Meñico Maldotado es un joven varón con quien natura se mostró avarienta al repartir los dones de entrepierna. Pese a tal minusvalía cortejó a Pirulina y se casó con ella. La noche de las bodas Maldotado dejó caer la bata de popelina verde que lo cubría. La sabidora chica lo vio por vez primera au naturel y le dijo con tono de mohína (“muina” se dice en modo popular): “Ay, Meñico. Cuando te dije que me gustaban las pequeñas cosas de la vida no me refería a ésta”. FIN.