¿Es justa una intervención militar en Venezuela?
Maduro ha destruido la democracia y provocado una catástrofe humanitaria.

En las horas posteriores a la entrega del Premio Nobel de la Paz (precedida por una odisea en la que estuvo a punto de perder la vida en altamar), la heroica María Corina Machado concedió varias entrevistas. Varios colegas le preguntaron, naturalmente, por la posibilidad de una intervención militar estadounidense en Venezuela.
La respuesta de Machado reunió dos ideas esenciales. La primera -una réplica implícita a quienes, como la Presidenta de México, invocan la “autodeterminación de los pueblos” para evitar cualquier acción externa- subrayó que el pueblo venezolano ya decidió su destino: Votó por un cambio, y el régimen de Maduro optó por ignorar esa voluntad. La segunda, más inquietante, señaló que Venezuela ya ha sido, en la práctica, invadida: Sus instituciones, fuerzas armadas y servicios de inteligencia están infiltrados por Irán y Rusia. En otras palabras, Venezuela es una nación secuestrada por los aliados del régimen que la ha sumido en la miseria, provocando el exilio de ocho millones de personas y la fractura de millones de familias, incluida la de la propia Machado.
Esa descripción -la de un país ocupado desde dentro- plantea una pregunta moral inevitable: ¿Qué responsabilidad tiene el mundo ante un pueblo así atrapado?
Desde la lógica de Michael Walzer en Just and Unjust Wars, podría construirse, al menos en teoría, un argumento para justificar una intervención militar destinada a liberar a Venezuela. Walzer define tres causas legítimas para usar la fuerza: La autodefensa, la ayuda a un pueblo que se defiende y la intervención humanitaria frente a atrocidades masivas.
Maduro ha destruido la democracia y provocado una catástrofe humanitaria. La represión, el colapso económico y la violencia estatal han llevado a una cuarta parte del país al exilio. Las cifras del derrumbe económico y social apenas alcanzan a reflejar la desesperanza de un país con la pobreza de Haití y las mayores reservas petroleras del mundo.
Desde esta mirada, no intervenir podría parecer moralmente peor que hacerlo: Si un pueblo está completamente atrapado en un régimen depredador y tiránico, ¿no tendría la comunidad internacional la obligación de actuar? Pero incluso ese argumento exige, en clave walzeriana, condiciones estrictas: Un llamado interno claro, una intervención proporcional y limitada, y un horizonte de salida que evite la ocupación o la imposición externa.
Es evidente que el pueblo venezolano pide ayuda. Pero Venezuela no vive un genocidio ni un exterminio sistemático. Su sufrimiento es atroz, pero no alcanza el umbral que Walzer considera indispensable para una intervención humanitaria. Además, cualquier acción encabezada -o percibida- como liderada por Estados Unidos cargaría con el fantasma del imperialismo.
Una causa justa también puede volverse injusta si sus consecuencias previsibles son catastróficas. En Venezuela, una intervención mal calibrada podría desatar una guerra prolongada alimentada por los restos del chavismo, las redes clientelares y las estructuras armadas corruptas, muchas vinculadas a Cuba.
Por eso, el camino correcto aun no es el militar. Es una acción firme, coordinada y sostenida de la comunidad democrática internacional para aumentar la presión sobre el régimen hasta provocar su salida. María Corina Machado tiene razón al insistir en que el pueblo venezolano ya decidió su destino, y también al recordar que el país ha sido secuestrado por Irán, Cuba y Rusia. Con esos argumentos y su legitimidad, puede unir las voluntades necesarias para ese objetivo.
El pueblo venezolano lo merece. La dictadura chavista les ha robado no sólo la prosperidad y la dignidad, sino, en muchos casos, la vida misma. Una Venezuela democrática y libre podría asombrar al mundo con una reconstrucción sin precedentes. Pero el futuro de esa nación deberá construirse a través de los medios que conduzcan a la inevitable caída de Nicolás Maduro de manera justa y prudente.
@LeonKrauze
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