¿Y si el que hace reír a todos es el que más está sufriendo?
Siempre admiré a los que entran a un lugar y cambian la temperatura emocional sin esfuerzo

Historias demasiado humanas
Siempre admiré a los que entran a un lugar y cambian la temperatura emocional sin esfuerzo. Ese tipo de personas que, con una broma, descomprimen lo que nadie se atrevió a nombrar, como si tuvieran un pacto secreto con la alegría. Para mí era un don de unos pocos. Hasta que un día me di cuenta de que, muchas veces, ese “don” no es una virtud sino una estrategia de supervivencia.
Lo descubrí con un amigo de toda la vida, al que siempre consideré el comediante del grupo. Su presencia en reuniones y fiestas era imprescindible, el que sostiene las reuniones, el que hace el chiste justo cuando la conversación está por caer en un pozo incómodo. La especie de “bombero emocional” que todos celebran porque hace el trabajo sucio: Ocupar con humor el lugar donde debería ir la vulnerabilidad.
Fue una noche que estábamos en la cocina, mientras yo abría una botella de vino, él hizo algo que nunca había visto: Dejó caer los hombros. Literalmente. Como si de pronto el peso de ese personaje hubiera dejado de sostenerlo.
“Estoy harto de ser el que hace reír”.
Lo dijo sin mirarme, sin tono de queja, simplemente se animó a mostrarse enunciando una verdad que al fin encontraba una grieta para escaparse. Me quedé quieto, como si un rumor antiguo terminara de confirmarse. Porque detrás de ese amigo, detrás de sus imitaciones perfectas y sus remates brillantes, siempre sospeché que había algo más. Y no era precisamente tristeza sino algo más hondo, más inquietante, un agujero.
Me contó que hacía meses se sentía “fuera de sí”, como si repitiera gestos y bromas que antes le salían solos pero que ahora parecían copias de sí mismo.
Dijo que la risa ajena se había convertido en una especie de respirador externo: Mientras otros se reían, él podía seguir, pero ahora sentía que ya no quería más ser ese y no se atrevía. ¿Seguiría siendo necesario en las fiestas? ¿Su gente lo seguiría queriendo?
Robin Williams apareció en esa charla como una metáfora evidente. Juntos habíamos visto sus películas y comentado con admiración sus papeles, sus personajes. Su muerte reveló el humor como máscara, esa energía desbordante que, en realidad, brota de un pozo oscuro. Hablamos de la compulsión a animar a otros como forma de evitar mirar lo que duele.
Mi amigo me confesó que desde hacía tiempo tomaba más, en un intento desesperado de esquivar un encuentro consigo mismo. No buscaba descontrolarse sino anestesiar, evitar ese silencio que, según él, era “una especie de abismo personal”.
Y mientras lo escuchaba entendí algo que, en lo profundo, incomoda: Muchos cómicos no hacen reír porque ven la vida ligera, sino porque la sienten demasiado pesada. La risa no es un puente: Es un refugio.
Y lo más incómodo es que todos los celebramos por eso. Porque su humor nos aliviana, nos distrae, nos protege de ver nuestros propios agujeros. A veces creo que necesitamos al comediante del grupo tanto como él necesita esconderse detrás de su personaje. Es un pacto silencioso: Él tapa su dolor con humor, y nosotros tapamos el nuestro con él.
La conversación avanzó, lenta, sin buscar soluciones. Pero dejó flotando una pregunta que desde entonces me persigue en cada reunión, en cada mesa donde alguno hace el papel del gracioso: ¿De qué nos reímos, realmente?
Porque si uno escucha con atención, muchas risas tienen un trasfondo extraño, como si cargaran la vibración de algo que no se quiere nombrar. Algo así como una forma colectiva de aproximarse al borde del abismo sin caer. A veces, cuando la risa se vuelve rutina, oficio, deja entrever una grieta por donde se cuela el intento desesperado de no sentir lo que duele.
Pienso que todos, en mayor o menor medida, ejercemos algún tipo de stand up emocional. Algunos lo hacen con chistes, otros con eficiencia, otros con amabilidad exagerada, distintas maneras de encarnar un personaje para sobrevivir.
Y entonces me pregunto: ¿Qué pasaría si un día dejáramos de actuar? ¿Qué aparecería si nos desenmascaramos?
Tal vez ahí empiece lo verdaderamente nuestro. O tal vez ahí descubramos el agujero que llevamos años tratando de iluminar a carcajadas.
Juan Tonelli
Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
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