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Memento mori

Sin duda alguna en estos siete años México se ha transformado, imposible negarlo, cuestionamos rumbo.

Óscar Serrato

Recuerda que morirás escuchaba el general victorioso al hacer su entrada triunfal en la antigua Roma. En 510 a.C. Grecia, cuna de la democracia, instituyó la figura de ostracismo con el cual buscaban neutralizar a aquellos ciudadanos que consideraban potencialmente peligros para la democracia, aquellos que podrían convertirse en tiranos. Hoy, al escribir esta columna el régimen celebra “Siete años de transformación”, con grandes movilizaciones para asegurar la foto. Un despliegue de recursos innecesario en un país con tantas carencias, un boato representativo de ese surrealismo que caracteriza la política en México. La máxima de que aquellos que no tienen nada de que jactarse, son los que más alarde hacen, se cumple. Sin duda alguna en estos siete años México se ha transformado, imposible negarlo, cuestionamos rumbo. El análisis necesario es, si a partir del punto de inflexión que representó la última alternancia de partido en el poder estamos mejor como ciudadanos, Gobierno y Nación.

De destacar como positivo lo alcanzado en abatir pobreza extrema, alimentaria y laboral; a siete años hay mayores percepciones laborales por una política de incrementos al salario mínimo, con programas de transferencia complementarios. No obstante los avances, es importante recalcar que falta mucho por hacer. El Inegi reportó en agosto que 38.5 millones de mexicanos vienen en situación de pobreza, 7 millones en pobreza extrema. La persistente informalidad laboral de 55.4% evidencia la necesidad de una reforma fiscal y disruptivas políticas publicas, sin ellas imposible erradicar la pobreza. La carencias multidimensionales en ingresos, salud, educación y vivienda siguen representando un reto para un Gobierno que busca regresar a un modelo estatista de nación, marginando a particulares y repudiando posibles aportaciones de una economía de mercado. Sólo mediante la creación de empleos formales remunerados se logrará abatir la pobreza.

Como tareas urgentes a solucionar destacan revertir fracasos en seguridad, salud, justicia, educación, anticorrupción, energía, agua y cohesión social. Se ha degradado la capacidad del Estado para ejercer el monopolio en el uso de la fuerza, erosionado el control territorial, quedando en entredicho la vocación imparcial de un sistema de justicia que actúe bajo principios de contradicción y legalidad. Las grietas en los pilares del Estado son evidentes, quienes hoy “gobiernan” ya no buscan unidad, el objetivo de paz social ausente, reemplazado por una denostación recurrente a aquellos que levantan la voz desde una desdibujada oposición partidista.

En la encuesta nacional de seguridad publica urbana de junio de 2025 el 63.2% de la población consideró que era inseguro vivir en su ciudad, un deterioro de 1.3% entre marzo y junio, 3.6% en un año. Las cifras de homicidio, desaparecidos, robo y extorsión que continúan su desenfrenada marcha, evidencian que no obstante la vanagloria mañanera de la Presidenta, la actual estrategia es un fracaso. La marcha de locura que representa perpetuar una fallida estrategia, esa manifestación de la política del avestruz, representa un riesgo para todos. Es una locura hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes.

De acuerdo a Sheinbaum por su combate a evasión y corrupción la recaudación aumentó este año en 501 millones de pesos, de gran impacto en el presupuesto egresos por 9.3 billones de pesos, cuyo déficit fiscal llegará 3.9% del PIB, el más alto para un primer año de Gobierno de lo que va del siglo. De acuerdo a transparencia internacional en su índice de percepción de la corrupción 2024, México se ubica en el lugar 140 de 180, una evaluación de 26 en base 100, el último lugar de la OCDE. De acuerdo a la Encig el 95.2% de los actos de corrupción no se denuncian, una cifra negra superior al resto de los delitos. No obstante la aprobación en general de la Presidenta, el 80% reprueba su manejo en materia de corrupción. El costo de seguir solapando, protegiendo y encubriendo a impresentables compañeros de partido es cada día mayor, la estrategia presidencial de culpar a quien exhibe la podredumbre en su casa es una apuesta perdedora, pierde ella y perdemos todos, la negación de la realidad ya no es opción.

Ante un Zócalo a modo, Sheinbaum afirma que la “Cuarta Transformación” nace como “ruptura con el viejo régimen” lo cual en el imaginario nos transporta ya sea a la revolución francesa con el trágico desenlace de aquellos revolucionarios o a la obra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El Gatopardo. Vaya que se necesitan agallas para afirmar que se trata de una ruptura con el viejo régimen, cuando lo que observamos es a personajes públicos y privados del viejo régimen pululando por los pasillos del poder por palacios de la Cuarta Transformación. Observo sólo pequeños cambios cosméticos, retóricos y superficiales. Todo ha cambiado, para seguir igual.

Ante reciente reaparición del caudillo, con la promesa o amenaza de salir en defensa de su democracia, habiendo mandado al diablo a sus instituciones imposible no trasladarnos a la historia de aquel presidente López, que regreso al poder once veces entre 1833 y 1855. La eterna recurrencia de lo mismo, afirmaría Nietzsche. Ante una transformación fallida, que resultó un berrinche, nos corresponde reencauzar lo público así como buscar revertir el deterioro.

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