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Mucho que celebrar, mucho que defender, mucho por lo que luchar.

En México se produjo hace siete años una hazaña extraordinaria...se puso fin a uno de los regímenes autoritarios más longevos de la historia moderna.

Epigmenio Ibarra

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En México se produjo hace siete años una hazaña extraordinaria. Sin disparar un tiro, sin romper siquiera un vidrio, aquí se puso fin a uno de los regímenes autoritarios más longevos de la historia moderna.

No fue un puñado de valientes, una vanguardia como las que suelen encabezar las revoluciones, la que protagonizó esta gesta histórica; fueron más de 30 millones de mexicanas y mexicanos conscientes y valientes los que decidieron, en las urnas, transformar radicalmente al País.

Yo, debo confesarlo, llegué a pensar que terminaría mi vida con la pesada lápida del viejo régimen sobre mis espaldas. La coartada bipartidista, el absoluto control mediático, su capacidad combinada de reprimir y cooptar, el fuerza la oligarquía criolla sometida a los designios del imperio más poderoso de la tierra (nuestro vecino) y los fraudes electorales hacían que muchas y muchos dieran por perdida la batalla antes de librarla.

No fue este el caso de ni de Andrés Manuel López Obrador, ni de Claudia Sheinbaum Pardo. Del pueblo y con el pueblo raso, ese que da la mano al que se queda atrás para que se empareje, aprendieron el camino a seguir. Antes que imponer sus sueños, que encajonar a la realidad en dogmas ideológicos, hicieron suyo el sueño de justicia, democracia y libertad de las mayorías y se propusieron convertirlo en realidad.

Justicia vital, necesaria, inaplazable, es cerrar la herida de la monstruosa desigualdad incubada en el neoliberalismo, con programas sociales que benefician a 32 millones de familias.

Justicia es que un billón de pesos del presupuesto público se destine a pensiones para adultos mayores y personas con discapacidad, becas para estudiantes de todos los niveles, apoyos para campesinos, pescadores, pequeños productores.

Justicia es que la educación, la salud, la vivienda digna, la alimentación para el bienestar sean como el agua y la luz, derechos universales y no mercancías.

Justicia es pedir perdón a los pueblos originarios, los más pobres entre los pobres, reponerles sus tierras y devolverles la dignidad que les fue arrebatada.

Justicia plena, real, es que esos programas sean hoy derechos consagrados en la Constitución y que sea el pueblo -que elige, pone y quita a las y los integrantes de los tres poderes del Estado- quien conserve en sus manos el poder para que ahí se mantengan.

Tenemos mucho que celebrar; México es hoy, no me canso de repetirlo, por esta revolución en la que cabemos todas y todos, ejemplo y esperanza para el mundo. Mucho que defender; porque la ofensiva golpista de la derecha nacional y extranjera apenas comienza y querrán echar por tierra lo logrado y mucho por lo que luchar y es que: “Por el bien de todos primero los pobres” es un principio que no permite acomodarse, detenerse, ni rendirse.

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