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El México de maíz

¿Habrá estudiado alguien la gran democracia del maíz en México? Por todo el territorio nacional extiende Centéotl su reino...

. Catón

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

“Quiero cambiar de sexo”. Grande fue la sorpresa de aquel médico cuando un señor de edad madura le hizo esa radical solicitud. Inquirió el facultativo: “¿Qué clase de sexo desea?”. Respondió el añoso caballero: “Posible”. Rosibel le pidió un consejo a Susiflor: “Voy a enviarle un mensaje al jefe. ¿Cómo crees que debo terminarlo? ¿'Suya atentamente’? ‘¿Suya respetuosamente’? ‘¿Suya cordialmente’?”. Propuso Susiflor: ¿Por qué no lo terminas: ‘Suya frecuentemente’?“. Un amigo le comentó a Babalucas: “Carulita tiene las piernas muy cortas”. “No es cierto -negó el badulaque-. Cuando camina le llegan perfectamente al suelo”. El antropófago se portaba mal. Su mujer le dijo a la vecina: “No sé qué hacer con mi marido”. Le ofreció la otra: “Si quieres te presto mi recetario”. Muchas cosas me gustan de nosotros los mexicanos. De todos los pueblos del mundo seguramente el nuestro es el más festivo. En ningún otro se celebran las fiestas con tanta plenitud. Hasta la de Muertos es muy viva. El México de maíz es generoso. Quizá no lo sea el México globalizado, pero el México de maíz, el hondo México, prodiga sus dones con bondad munífica. Bien dijo Tata Nacho, cantor de cosas nuestras: “Así es mi tierra: Abundante y generosa...”. Se confirma eso en los días cercanos a la Navidad, cuando a nadie le faltan sus tamalitos. ¿Habrá estudiado alguien la gran democracia del maíz en México? Por todo el territorio nacional extiende Centéotl su reino de tortillas, gorditas, sopes, tostadas, peneques, garnachas, tlacoyos, panuchos, memelas, tlayudas, flautas, salbutes, chalupas, tacos, pemoles, enchiladas, pambazos, totopos, bocoles, tecoyotes, corundas, tintines, pellizcadas, nachos, quesadillas, molotes, picaditas, zacahuiles, penchuques y cien más sabrosísimos etcéteras. En casa de ricos y pobres hay tortillas. En casa de pobres y ricos hay, en los días navideños, tamalitos. De dulce, de chile, y de manteca; de todo hay, igual que entre la gente. Tamales en casa del potentado; tamales en casa del humilde. Rellenos de carne de marranito, o pollo, de queso, de frijoles; riquísimos de dulce, llamados también “de azúcar”, con su recaudo de piñones, pasas, almendras, coco o nuez. Yo he comido los tamales que se hacen en toda la República. Los de Oaxaca y Chiapas son los más famosos. Permítaseme la inmodestia -apoyada en datos susceptibles de comprobación científica- de afirmar que los tamales de mi tierra, saltilleros o de Ramos Arizpe, no les piden nada a los tamales de otras latitudes, así sean tan sabrosos como aquéllos. A las pruebas -y a las probadas- me remito, dicho sea con el mayor respeto y sin mengua o desdoro para otros. Los tamales son como el pan: Se pueden comer a mañana, tarde y noche, y nunca enfadan ni dan en cara o caro. De eso no pueden presumir la perdiz, el faisán, el pato a la naranja o el filete Chateubriand. El día que yo fenezca muéstrenme por favor un plato con media docena de tamalitos, y una taza de humeante champurrado. Si no me enderezo en el lecho para disfrutar esas delicias entonces sí ya puede el médico extender mi certificado de defunción. Claro, esos tamales deberán ser de los que hace en Saltillo doña Rosy, heredera de la insigne tradición fundada por su señora madre, doña Coy. Otra cosa. Igual que las estrellas del cielo, los tamales no se le deben contar a nadie. Dicha cuenta es no sólo grave falta de educación sino -peor aún- de caridad cristiana. En una cena la anfitriona le dijo al invitado: “Sírvase otro tamalito, compadre”. “No, gracias, comadrita -respondió éste-. Ya me he comido seis”. “Se ha comido ocho, compadre -precisó la mujer-, pero de cualquier modo sírvase otro”. FIN.

MIRADOR

POR ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Llegó sin anunciarse y me dijo sin más:

-Soy el color rojo.

No necesitaba decirlo: era rojo.

Después de saludarlo le pregunté en qué podía servirle. Respondió en tono imperativo:

-Escriba usted que soy el color más importante.

-No puedo hacer tal cosa -opuse-. Ciertamente el rojo es el color más importante para la rosa y para las revoluciones, pero el azul es el color más importante para el cielo, el verde el más importante para la selva, el anaranjado el más importante para la naranja y el café el más importante para el café. Todos los colores son igualmente importantes. También el blanco y el negro, que al parecer no son colores, tienen importancia.

Noté que el rojo se molestó, porque se puso colorado. Sin decir más tomó el camino. El azul del cielo se iba poniendo gris; las hojas de los árboles cambiaban su verde por ocres, amarillos y marrones; el horizonte cobraba tonos morados y de color rosáceo. Ah, y también rojos.

¡Hasta mañana!...