La 4T se engaña a sí misma
Malo es ser engañado, pero peor es engañarse uno mismo.

De política y cosas peores
“Cada vez que llego tarde a la casa mi mujer se pone histórica”. “Querrás decir ‘histérica’. “No, histórica. Me recuerda, con fecha y demás datos, todas las veces que he llegado tarde”. Lejos de mí la temeraria idea de ponerme histórico, pero me atrevo a decir que las últimas muestras de auténtico apoyo popular a un Presidente las recibieron Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho, el primero en ocasión de la expropiación petrolera; el segundo cuando México le declaró la guerra al Eje tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Se dijo en aquel tiempo que un submarino alemán había hundido dos buques petroleros nuestros, el “Faja de Oro” y el “Potrero del Llano”. Lo cierto es que esos barcos ni siquiera eran mexicanos: Eran de Italia. Habían sido requisados por el Gobierno y puestos bajo la Bandera nacional. Pero advierto con alarma que mis aficiones históricas me han hecho olvidar la materia de mi comentario. A lo que voy es a decir que la manifestación de apoyo -y de a hue…- que se prepara como respuesta a la protesta ciudadana del pasado 15 de noviembre, será falsa y mentirosa, lo mismo que las demás que en el Zócalo ha llevado a cabo la mal llamada 4T, tanto en su primer piso como en segundo. Costosos acarreos implican esas concentraciones de masas -nunca tan bien usado ese término de tahona-, a las que son llevados como rebaños quienes en ellas participan no por propia voluntad, sino por consigna. Malo es ser engañado, pero peor es engañarse uno mismo. En tal error incurre el actual régimen al organizar esa comedia multitudinaria que a nadie engaña ya. Y más no digo, porque la Navidad está ya cerca, y su espíritu atempera en mí la actitud crítica contra los poderosos. Pero después del día de Reyes van a ver. La noche del pasado sábado Rosibel le anunció a su abuelita: “Voy a salir”. Le indicó la señora: “Pórtate bien y diviértete”. Acotó la pizpireta chica: “No es posible hacer las dos cosas al mismo tiempo”. El famoso violinista Pizzi Collegno iba a dar un recital en el teatro donde Babalucas trabajaba. Antes de salir a escena el artista entabló conversación con el badulaque. Le comentó: “El violín en que voy a tocar es un Stradivarius. Tiene 400 años de antigüedad”. Replicó Babalucas: “Tú échale, carnal. Nadie se dará cuenta de lo viejo que es”. (Anécdota al margen. Yehudi Menuhin fue niño prodigio del violín. A los 8 años de edad tocó su primer recital público, en San Francisco, año de 1924. Tras bambalinas vio en la pared del teatro un hacha de bombero. Le preguntó al tramoyista para qué era. Respondió con ominoso acento el hombre: “Es para cortarles la cabeza a los niños que tocan mal”. Contaba el gran intérprete: “Pocas veces en mi vida he tocado tan bien”). En la misa del domingo el padre Arsilio les pidió a sus feligreses: “Pónganse de pie los que quieran ir al Cielo”. Todos se levantaron, menos don Martiriano, el esposo de doña Jodoncia. El buen sacerdote le preguntó, asombrado: “¿Tú no quieres ir al Cielo?”. “Sí, padre -respondió con timidez don Martiriano-. Pero no sé qué planes tenga mi señora”. Avidia, joven mujer con mucha ciencia de la vida, andaba con don Algón, dineroso caballero dado a devaneos impropios de su edad y condición. La bella fémina le dijo al carcamal: “La lana me pone romántica. Perdón: La luna”. En la noche de bodas el anheloso novio estaba llevando a cabo con marcado empeño el acto consumativo de las nupcias. Su flamante mujercita le preguntó súbitamente: “¿Qué te gustaría que tuviéramos: Niño o niña?”. “Lo que sea -respondió el galán respirando con agitación-, pero no te me distraigas”. FIN.
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