El maximato del caudillo
Pienso que quien está poniendo segundo piso a la falsa, pretenciosa y nociva 4T obedece las consignas del caudillo.

De política y cosas peores
La joven y linda mucama de doña Panoplia le anunció que iba a dejar el empleo. “¿Por qué, Lirita?” -se consternó la doña. Explicó la muchacha: “Voy a trabajar en una casa donde me pagarán por hacer de noche lo que de día me hace su marido sin pagarme nada”. La esposa de don Chinguetas, doña Macalota, lo reprendió con aspereza: “Nomás ves a una chica guapa y se te olvida que eres casado”. “Al contrario -opuso mohíno don Chinguetas-. Entonces es cuando me acuerdo más”. “¡Fundamento!”. Con esa palabra, dicha en tono imperativo, nos emplazaba don Antonio Guerra y Castellanos, maestro de Derecho Procesal Civil en la Escuela de Leyes de Saltillo, a probar las afirmaciones que hacíamos en su clase sobre algún tema de la asignatura. El señor licenciado era docente de la antigua usanza. Enriquecía sus lecciones con textos de Calamandrei y Chiovenda que debíamos traducir del italiano. Usaba polainas y reloj de bolsillo. Gustaba del teatro y de la música; nos contaba que en su juventud, en la Ciudad de México, había sido ricardito de María Conesa. En ningún diccionario he podido encontrar ese vocablo del viejo argot teatral: Ricardito. Era el mozo encargado de traer el café; de tener arreglado el camerino, la ropa y los efectos de algún actor o alguna actriz; de hacerle mandados. Nos recitaba los versos de las canciones pícaras de la Conesa: “Tengo un jardín en mi casa que es la mar de rebonito, pero no hay quien me lo riegue, y lo tengo muy sequito. Si usted tiene regadera yo lo invito a trabajar, porque como es tan chiquito tiene poco qué regar”. Y otra: “La noche de tus bodas, al irte a acostar, perfúmate el cabello con agua de azahar. Y algo más también, que no puedo decir, y algo más también que no he de repetir. Si tu esposo te engaña no llores, déjale, y córtale el bigote cuando dormido esté. Y algo más también que no puedo decir, y algo más también que no he de repetir”. Pronto olvidé el articulado del Código de Procedimientos, pero se me grabaron para siempre esas picardías escuchadas de labios del maestro. Igualmente conservo en la memoria su imperiosa exigencia: “¡Fundamento!”. Sostengo la idea -las ideas no se sostienen solas- de que vivimos bajo un maximato presidido por el autócrata de Palenque. Pienso que quien está poniendo segundo piso a la falsa, pretenciosa y nociva 4T obedece las consignas del caudillo. Alguien me pedirá: “¡Fundamento!”. Entre otros señalo uno: La presencia de Adán Augusto López en el tinglado de Morena; la impunidad de que goza a pesar de las evidencias que lo comprometen. En un país de leyes ese señor habría sido ya obligado a dejar su puesto, y se le habría sometido a la acción de la justicia. Aquí no se le toca, siendo que su permanencia en el cargo que ocupa en el Senado constituye un baldón para el Gobierno de Sheinbaum y un agravio para la ciudadanía. ¿Por qué se le conserva ahí? Por la sombra protectora que extiende sobre él López Obrador, su amigo y contlapache. He ahí el fundamento para explicar turbiedades como ésta, por las cuales la cúpula morenista -y gobiernista- tiene en lugar de honor a varios bribones que en vez de estar donde están deberían hallarse en una ergástula, si me es permitido el uso de ese ríspido y áspero término esdrújulo. Pobre México, tan lejos del bien común y tan cerca de La Ching... Juanito le preguntó a Pepito: “¿Cuántos años tienes?”. Pepito vaciló: “No sé si tengo 5 ó 4”. Volvió a inquirir Juanito: “¿Te gustan las niñas?”. Aquí no vaciló Pepito. Respondió tajante: “No”. Dictaminó Juanito: “Entonces tienes 4”. FIN.
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