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La COP30 fue un fracaso climático

La COP30 en Belém debía ser el momento en que la política estuviera, por fin, a la altura de la ciencia. Ocurrió lo contrario.

Eduardo Ruiz-Healy

Eduardo Ruiz-Healy

La COP30 en Belém debía ser el momento en que la política estuviera, por fin, a la altura de la ciencia. Ocurrió lo contrario. En plena Amazonía brasileña, rodeada por un ecosistema que ya roza su punto de inflexión, la cumbre dejó la impresión de un proceso multilateral que sólo funciona para ganar tiempo en comunicados, no para enfrentar una crisis que acelera sin frenos. Si existía un lugar para reaccionar, era este. La reacción no llegó.

El dato central ya no admite matices: La meta de limitar el calentamiento a 1.5°C dejó de ser un objetivo aspiracional para convertirse en una línea de seguridad que el planeta está a punto de cruzar de forma permanente. El mundo se calienta cerca de 1.4°C respecto a la era preindustrial, y 2024 fue el primer año completo en superar temporalmente el promedio de 1.5°C. En los pasillos de la cumbre se discute lo que pocos funcionarios admiten públicamente: El exceder 1.5°C durante décadas ya se considera inevitable en numerosos análisis especializados. La verdadera pregunta es cuántos sistemas colapsarán antes de que ese umbral pueda revertirse, si es que puede revertirse.

México, lejos de estar cerca del límite, lo superó. Diversas regiones registran incrementos de entre 1.8°C y 2.3°C, y eso ya se refleja en incendios más frecuentes, sequías prolongadas, temporadas de calor insoportables y un desgaste agrícola que avanza de manera silenciosa. Lo que en Belém se describe como riesgo futuro en México ya opera como realidad cotidiana, visible en municipios rurales, zonas urbanas y corredores industriales vulnerables.

A pesar de este escenario, la COP30 avanzó sin un solo acuerdo mayor. No hubo decisión definitiva sobre financiamiento climático, no hubo lenguaje claro para la eliminación de combustibles fósiles y la agenda de adaptación siguió atrapada en borradores debilitados. La resistencia de productores petroleros y grandes emisores se impuso con facilidad. La ausencia del Gobierno federal de Estados Unidos agravó la parálisis: Sin la principal economía del planeta en la mesa, la acción colectiva quedó sin ancla financiera ni política.

A la crisis diplomática se sumó un símbolo poderoso: El incendio que obligó a evacuar la Zona Azul justo cuando las negociaciones entraban en su fase decisiva. Un evento sin víctimas, pero imposible de ignorar por su carga metafórica. Mientras el clima global rompe récords de calor, la cumbre que busca frenarlo expulsa a sus participantes entre humo y llamas, recordando la fragilidad de un proceso que se pretende estable y confiable.

Las advertencias científicas avanzan en la dirección opuesta al ritmo político. Seis de los nueve límites planetarios ya fueron rebasados; los riesgos de múltiples puntos de inflexión aumentan incluso antes de los 1.5°C; y voces como las de Steffen, Schellnhuber y Wallace-Wells hablan abiertamente de escenarios de inestabilidad civilizatoria hacia 2050. Belém no estuvo a la altura de ese diagnóstico. El proceso diplomático sobrevive, pero el clima no. La COP30 mantuvo vivo el mecanismo internacional, pero no la posibilidad de un mundo estable.

Belém debía marcar un giro. Terminó confirmando que el tiempo se agotó.

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Eduardo Ruiz-Healy

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