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El narcisista no te quita cosas; te quita la confianza

El maltrato más eficaz no necesita gritos. Sólo necesita que te convenzas de que no hay vida más allá de él.

Juan Tonelli

Historias demasiado humanas

“Amar no debería doler tanto. Y si te duele, te achica, y te borra, no es amor, aunque lo hayas llamado así durante años”, me dijo una amiga, recién separada después de once años de matrimonio. Lo dijo con una calma que no era paz, sino cansancio, cansancio de sentirse “nada”, porque todo lo que pudiera hacer, decir o sentir tenía valor.

Me contó que la primera vez que él la lastimó no fue con un grito. Fue con una sonrisa. Ella llegó feliz del trabajo: Acababan de ascenderla. Él respondió, sin dejar de mirar el celular:

-“Mira, no pensé que te dieran algo así”.

Parecía una broma, una frase sin peso. Pero algo en ella se contrajo. No lo supo entonces, pero esa fue la primera grieta. Después vinieron otras, al principio pequeñas, luego cargadas de agresión.

-“Tu amiga esa te llena la cabeza, no te hace bien”.

-“No uses ese vestido, ¿te miraste al espejo?”.

-“Tu mamá es buena, pero tan elemental… igual que tú”.

Ninguna de esas frases parecía grave. Pero todas llevaban veneno.

El abuso emocional es así: Se disfraza de consejo, de preocupación, de humor. No te desarma a la fuerza, te convence de que lo hagas tú.

Ella empezó a dudar. De sus gustos, de sus vínculos, de su criterio. Lo que antes la hacía sentir segura, empezó a parecerle ridículo. Y cuando intentaba defenderse, él le decía:

-“Estás sensible. No se puede hablar contigo”.

¿Es sensibilidad o es maltrato, que encima nos traslada la responsabilidad? ¿Cuántas relaciones se sostienen sobre ese tipo de manipulación silenciosa, que no deja marcas en la piel, pero sí en el alma?

Con el tiempo, me contó, su mundo se fue achicando. Evitaba hablar de sí misma para no molestarlo. Se distanció de sus amigas, porque él las criticaba o se burlaba de ellas.

-“Empecé a sentir culpa por todo. Si estaba feliz, era por algo banal. Si estaba triste, era un drama. Si decía que me sentía sola, me respondía: “¿Cómo vas a estar sola si me tienes a mí?”.

Y entonces entendí: El maltrato más eficaz no necesita gritos. Sólo necesita que te convenzas de que no hay vida más allá de él.

Una noche, su hijo mayor -17 años- le dijo a su padre que no quería ser abogado como él, que quería dedicarse a la música. Él lo miró y, con una sonrisa seca, respondió:

-“Qué decepción”.

-“Ese día sentí miedo”, me dijo. “Porque entendí que el desprecio no era sólo para mí. Y supe que si me quedaba, lo iba a repetir con mis hijos”.

¿En qué momento lo que soportamos por amor se transforma en una forma de abandono hacia nosotros mismos?

¿Y por qué a veces necesitamos tocar fondo para entender que el afecto también puede doler cuando viene de personas muy enfermas?

Fue a terapia a escondidas (“eso es para débiles mentales”, decía él). Le hablaron del narcisismo, de la manipulación emocional, del “gaslighting”. Le explicaron que no era exagerada ni débil: Era víctima de una forma de control que se alimenta del brillo ajeno.

Y me dijo algo que me quedó grabado:

-“Me costó tomar la decisión de separarme, pero mucho más duro fue dejar de repetir su voz en mi cabeza”.

El narcisista no te quita cosas materiales. Te quita la confianza. Te convence de que no vales nada.

Hoy, ella volvió a reírse fuerte. Vuelve a ponerse lo que le gusta. Vuelve a hablar sin medir. Dice que todavía le cuesta confiar, pero ya no se disculpa por existir.

Y mientras la escuchaba, pensaba: ¿Cuántas personas viven así, llamando amor a lo que en realidad es miedo? ¿Y cuántas luces siguen apagadas, creyendo que brillar es peligroso?

Juan Tonelli

Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.

www.youtube.com/juantonelli

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