Yo sí te creo
Ni la investidura presidencial protege del abuso, ni el poder garantiza el respeto al cuerpo. Ser mujer en México es vivir con miedo.

DENISE DRESSER
La escena fue incómoda, brutal. Claudia Sheinbaum, la presidenta de México, caminaba entre la multitud cuando un hombre se le acercó y, sin permiso, le tocó. En segundos, el cuerpo de una mujer poderosa fue invadido. La caricia no solicitada se transformó en evidencia: Ni la investidura presidencial protege del abuso, ni el poder garantiza el respeto al cuerpo. Tuvo razón el periódico Reforma al cuestionar cómo alguien pudo acercarse tanto a la Presidenta. Pero tuvo más razón aún al exhibir la vulnerabilidad que padecemos todas las demás, sin escoltas, sin cámaras, sin justicia.
Ser mujer en México es vivir con miedo. Caminar, subir al Metro, ir al trabajo o regresar de noche implica calcular rutas, tomar llaves como armas, avisar que llegamos vivas. Cada día, según el Inegi, 10 mujeres son asesinadas, miles son violadas o desaparecen sin dejar rastro. Una de cada tres ha sufrido violencia sexual. Hay 25 mil carpetas abiertas por abuso sexual, pero sólo una fracción llega a sentencia. El país que se precia de tener una mujer en la Presidencia, sigue siendo uno donde ser mujer equivale a vivir en estado de alerta permanente.
Y cuando el abuso proviene del poder, la impunidad es casi total. Lo documenta con precisión Yohali Reséndiz en Violar desde el poder: Abuso sexual, acoso y pederastia de políticos mexicanos: funcionarios, gobernadores, legisladores, jueces que se sienten intocables. Mujeres que llevan años peregrinando por ministerios públicos, archivadas, revictimizadas, silenciadas. Protocolos que no se aplican, denuncias que se esfuman. Un Estado que las obliga a defenderse solas contra el Estado mismo.
Por eso el abuso a Sheinbaum importa. Porque visibiliza lo que millones viven a diario. Pero también porque obliga a mirar una contradicción constante de la 4T: La Presidenta que denuncia el abuso ha protegido a abusadores de su propio partido. Hizo campaña por Félix Salgado Macedonio, y ha blindado a Cuauhtémoc Blanco. Y mientras ella encontró justicia en horas, las demás mujeres tropiezan con un muro judicial cada vez más alto.
Muchos preguntan: ¿Fue real o fue montaje? Las dudas no nacen del cinismo, sino de la historia reciente. De Claudia Sheinbaum sentada en el inexistente “tren suburbano al AIFA”. De los montajes mediáticos de un gobierno que se vale de la propaganda para desinformar. Pero más allá del origen del video o la identidad del perpetrador, la imagen es contundente: El cuerpo de una mujer fue violentado en público, y esa violencia debe nombrarse. Debe condenarse. Porque cada “no te creo” a la Presidenta revela miles de “no te creo” en juzgados, oficinas, hogares.
Y ahí entra la segunda agresión: la institucional. La que se comete con decretos, tijeras y presupuestos. Según México Evalúa, el gasto total destinado al Estado de derecho en 2026 será uno de los más bajos en 15 años. El recorte al Poder Judicial asciende a 15,800 millones de pesos, el mayor desde 2003. Con ese tijeretazo, el presupuesto de los tribunales caerá a su nivel más bajo desde 2009. Y esa cifra no es una abstracción: significa menos defensoras públicas, menos psicólogas forenses, menos intérpretes, menos capacitación con perspectiva de género. Significa que las mujeres pobres -las que no viven en Palacio Nacional- tendrán aún menos acceso a la justicia. Las mujeres denuncian, pero el Estado responde con austeridad.
Así, el discurso feminista de la Presidenta se estrella contra la realidad presupuestaria. Citlalli Hernández, secretaria de las Mujeres, promete “homologar el delito de abuso sexual” y lanzar campañas para educar a los hombres. Bonitas palabras. Pero cambiar la ley no cambia la realidad si no hay policías, fiscales ni jueces que la hagan valer. De poco sirve legislar si no se financia la justicia. Por eso, cuando Sheinbaum dice “fui víctima de abuso”, millones quisimos creerle. Yo sí te creo, Claudia. Pero también creo en las mujeres que nadie graba, nadie defiende. En las que acuden al Ministerio Público, denuncian, y les responden que “no hay elementos”. En las que se topan con el Estado empobrecido y el machismo empoderado.
Qué bueno que una mujer en México haya encontrado justicia. Lamentablemente, las demás seguimos afuera de las vallas metálicas que la Presidenta ordena colocar cada 8 de marzo en las marchas feministas. Ella camina escoltada. Nosotras, todavía, caminamos solas.
ATICO
Ser mujer en México es vivir con miedo y toparse con el Estado empobrecido y el machismo empoderado. Muchas, todavía, caminamos solas.
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