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El Ojo de Agua

...barrio más antiguo y más tradicional de mi ciudad: El Ojo de Agua. Situado en lo alto de la colina que señorea el valle, ese barrio, cargado de historias y leyendas...

. Catón

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Venían del desierto aquellos hombres llegados de la España y Portugal, y se toparon de pronto con un oasis donde manaba un salto de aguas cristalinas. De ahí el nombre: Saltillo. Etimología de a 2 por 5, es cierto, pero dígame usted otra mejor. Eso sucedió en el año de 1577, y el manantial, aunque parezca increíble, sigue fluyendo aún. Da nombre al barrio más antiguo y más tradicional de mi ciudad: El Ojo de Agua. Situado en lo alto de la colina que señorea el valle, ese barrio, cargado de historias y leyendas, tiene su particular estilo y su propia identidad. Alguna vez un grupo de muchachos subimos a la cumbre de Zapalinamé, la madre sierra llamada como el caudillo de aquellos “bravos bárbaros gallardos”, los chichimecas aborígenes, que se acabaron, pero no se rindieron. A nuestro regreso pasamos por el Ojo de Agua. Vimos a un anciano sentado a la sombra de un árbol tan añoso como él. Alguien entre nosotros propuso que le dijéramos que veníamos de lejos, que no sabíamos bien en dónde estábamos. El que propuso la broma le preguntó al viejito: “Perdone usted, señor: ¿aquí es Saltillo?”. “No, joven -respondió el anciano-. Saltillo está allá abajo. Aquí es el Ojo de Agua”. Orgullosos de su solar nativo han sido siempre los vecinos de ese emblemático lugar, que tantos y tan ilustres hombres y mujeres ha dado a mi ciudad y a México. Pues bien: ahí, en el Ojo de Agua, se encuentra un espléndido restorán de nombre “Casa Vieja”. Está en la antigua calle de Santiago, nombrada ahora de general Cepeda, donde nací y pasé mi infancia y juventud. De lunes a domingo “Casa Vieja” ofrece desayunos sabrosísimos. Sus platillos llevan nombres de personajes y tradiciones saltilleras: Rosita Alvirez, Agustín Jaime, Pancho la Gallina. No quiero presumir, pero he aquí que los generosos dueños de ese establecimiento, ubicado en una casona solariega, bautizaron uno de sus platillos con mi nombre periodístico. Ese platillo se llama “Los de Catón”. Está hecho de huevos fritos bañados en salsa de chorizo, acompañados con aguacate, queso gratinado y pan tostado. De guarnición puedes escoger entre chicharrón de cachete, champiñones o nopales con pico de gallo. Un momentito, por favor: Se me está haciendo agua la boca. Les pregunté a los artífices de ese precioso sitio por qué pensaron en mí para bautizar uno de sus riquísimos manjares. Me dijeron: “Nuestro lema es ‘Sabor y leyendas’, y usted ya es una leyenda de Saltillo”. Privilegio de la edad es ése. Doy gracias al licenciado Raúl Carral y a su gentil esposa María del Carmen por el honor que me hicieron, equivalente a una consagración popular, que es la más verdadera y mejor de las consagraciones. A mis cuatro lectores saltillenses les recomiendo ir a desayunar en “Casa Vieja”, que además ofrece salones y terraza para eventos especiales, según dice su linda tarjeta de presentación: “Aniversarios. Cenas románticas. Pedidas de mano. Entregas de anillo”. Suban ustedes por la calle que antes dije, de general Cepeda. Después de pasar Altamira, añosa finca de arbolada huerta, y poco antes de llegar a la iglesia del Santo Cristo del Ojo de Agua, en el número 765 de la calle, una fachada de ladrillo en la acera oriente les dirá que han llegado a “Casa Vieja”, donde los esperan sabrosos condumios, servicio sin igual, ambiente inolvidable. Una vez ahí dispónganse a gozar uno de los mejores desayunos de su vida. Si son de buen diente y sabio paladar me agradecerán esta recomendación, que hago sin más motivo que el de la gratitud y sin otro interés que el de dar a mi prójimo una ocasión de buena mesa como la que yo con tanto gusto disfruté. FIN.

MIRADOR

POR ARMANDO FUENTES AGUIRRE.

VARIACIONES OPUS 33 SOBRE EL TEMA DE DON JUAN

En su sillón frailero -por sus ideas y principios Don Juan nunca ha tenido un sillón Voltaire- el caballero sevillano hace recuerdos.

En su memoria lleva a aquella dama de figura esbelta, aceitunada tez, extraños ojos verdes y cabellera bruna. La amó una noche, para amarla después en el recuerdo a lo largo de su vida. Ella le ofreció primero sus preciosos senos, perfectos cálices con tibieza de tórtola y suavidad de pétalo, y después le entregó la maravillosa escultura de su cuerpo.

Don Juan no olvida, pues sabe bien que olvidar es morir. Dice en voz baja el nombre de la dama, como si ella pudiera regresar. El tiempo hace imposible ese regreso, y el nombre de la mujer se pierde en la noche que se acerca.

Ahora el hidalgo está triste.

Sólo él conoce la causa de su tristeza.

No sabe si esa dama realmente existió.

¡Hasta mañana!...

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