La Colombia que conozco
La Colombia que yo conozco es muy distinta a la que menciona frecuentemente el presidente Donald Trump.

La Colombia que yo conozco es muy distinta a la que menciona frecuentemente el presidente Donald Trump. Está muy lejos de los trillados estereotipos del narcotráfico y de ser una nación que envenena con sus drogas a los estadounidenses. Esa imagen -de película malano es la que yo vi en mi más reciente viaje.
Aterricé en la histórica Cartagena -amurallada pero abiertísima al mundo- y recorrí casi dos horas una carretera muy verde hasta llegar a Barranquilla. Fue mi primera vez, y la amé. Lo que me encontré fue una ciudad que brinca ante ti, que crece para arriba, repleta de edificios que se empujan hasta rozar el imponente río Magdalena. Es imposible no pensar que algo importante está pasando aquí, y que no lo ven en el norte del continente.
Es fascinante que en Colombia haya más de 100 precandidatos presidenciales para las elecciones del próximo año. ¿Quién iba a decir que Colombia pudiera darles lecciones de democracia a los Estados Unidos en este 2025? Hay un espíritu de progreso y un deseo de salir adelante, particularmente en las zonas más marginadas. Vi, desde luego, los basureros y los contrastes; todos en Colombia parecen saber, con un numeral, a qué estrato económico pertenecen, del 1 al 6. Esos estratos a veces son como castas o cinturones, pero otras empujan para romperlos.
Quizás he idealizado a Colombia. Creo que sus fiestas -la rumba- son las más alegres del mundo. Tal vez porque han estado tan cerca de la violencia y de la muerte. O, como decía el poeta Octavio Paz, porque a veces la fiesta es un rompimiento con la realidad y nos libera. “La vida que se riega, da más vida”, escribía. Si algo saben los colombianos, es disfrutar la vida. No importa su número.
Esta vez llegué a Colombia en la mitad de una tormenta.
Trump y Gustavo Petro, el presidente colombiano, peleaban por Venezuela, por la presencia de buques de guerra en el Caribe, por Palestina y, sobre todo, por un discurso callejero que Petro había dado semanas antes a las afueras de Naciones Unidas en Nueva York en el que les pidió a los soldados estadounidenses que “desobedezcan la orden de Trump”. El presidente estadounidense, que es famoso por guardar sus resentimientos por años, contraatacaría más tarde.
Cuando muchos creían que ya había olvidado el incidente en Nueva York, Trump calificó al presidente colombiano como un “traficante de drogas ilegales” Petro, picado, dijo en las redes sociales que el mandatario estadouniSé dense era un “ignorante” y que escuchaba a asesores que son “nazis de Miami”.
Todo mal. Trump y Petro llevaron el asunto a un punto de no retorno. Pronto Estados Unidos congeló las cuentas de Petro, familiares y asociados. Y mientras, el destino de más de 50 millones de colombianos -con la amenaza de más aranceles y el retiro de cientos de millones de dólares en subsidios- colgaba del siguiente tuit.
Me preguntaban en Barranquilla qué es lo que había hecho Claudia Sheinbaum, la presidenta de México, para no caer en la tentación de pelearse con su vecino del Norte. El “método Sheinbaum”, creo, consiste en cinco pasos:
1. Mantener la cabeza fría y verificar cada declaración antes de responder. 2. No caer en insultos personales, basta con uno para terminar con años de trabajo diplomático. 3. Nunca contestar en las redes sociales, ese es un lodazal digital del que uno siempre sale embarrado.
4. Tener abiertos varios canales de comunicación simultáneamente -incluyendo las llamadas personales en inglés- en caso de que surjan nuevas tensiones, conflictos o malentendidos.
5. Saber que Trump es un “bully”, un ser transaccional que siempre quiere ganar y que, de vez en cuando, hay que darle algo en la negociación para que se sienta tranquilo.
Nada de eso hizo Petro.
Pero Petro no es Colombia. Colombia es mucho más. Y es preciso que en Washington, D.C. y en el resto del mundo se escuchen otras voces que no tienen nada que ver con su gobierno. Colombia es sus artistas y sus músicos (no pongo nombres porque no acabaría nunca). Colombia es sus Gabrieles -desde Gabriel García Márquez hasta Juan Gabriel Vásquez-, y tantas magníficas escritoras que nos han volado la cabeza. Admiro particularmente la valentía de los periodistas colombianos que han dado la vida por una nota, por una palabra, por una entrevista. Las mejores -y más rápidasnarraciones de un partido de fútbol las he escuchado en Colombia y más apuradas aun cuando juega la selección. La otra Colombia también es la de los que taladran el cielo para que Barranquilla siga creciendo hacia arriba y los que rompen los estereotipos y prejuicios que tanto daño le hacen al país.
Si tuviera que hacer una campaña de mercadotecnia para promover otras voces colombianas en el exterior, y no solo lo que sale de la plataforma X y de la Casa de Nariño, le llamaría: Colombia es mucho más. La identidad del país no son sus gobernantes; su fuerza está en su diversidad étnica y cultural. Me apena tanto que la exportación de su café, sus frutas, sus flores y sus encantos -y miles de familias que dependen de ese comercio- se ponga en peligro porque dos presidentes no saben usar bien sus palabras.
Prometo regresar a Barranquilla, pero con la condición de que me lleven a bailar a la Troja y me dejen navegar sin prisa en el Magdalena.
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