Cuando el cuerpo dice “basta” y el alma pide ternura
A veces me pregunto quién manda adentro mío. ¿Quién es el que da las órdenes y quién es el que las cumple?

Historias demasiado humanas
A veces me pregunto quién manda adentro mío. ¿Quién es el que da las órdenes y quién es el que las cumple? ¿Quién es el que exige y quién es el exigido? Hace años leí algo de Norberto Levy que me quedó grabado: Decía que dentro de cada uno hay un jinete y un caballo. El que tiene las riendas, marca el rumbo, da los rebencazos; y el que soporta el peso y acata las órdenes.
Desde entonces, cada vez que me siento al borde del desmayo, por cansancio o por hartazgo, me viene esa imagen. Un jinete impaciente, con el rebenque en la mano, exigiendo avanzar. Y un caballo extenuado.
La paradoja es que nosotros mismos somos ambos. Jinete…y caballo.
¿Cuántas veces no soportamos más las órdenes e imposiciones de nuestro jinete? ¿Cuántas veces no podemos más y sólo queremos un poco de paz?
El jinete suele tener buenas intenciones -lograr un objetivo, llegar a la meta, cumplir-, pero a veces se olvida de escuchar, o de percibir cómo está ese caballo. No pregunta si puede seguir, si está de acuerdo con el rumbo, si está exhausto o si necesita parar a tomar agua.
¿Y si el cuerpo, el ánimo, el alma… fueran ese caballo? ¿Y si aprender a escucharlos fuera más importante que llegar rápido?
Pienso, por ejemplo, en aquel día en que terminé un proyecto enorme, por el que pasé semanas casi sin dormir y cuando por fin lo presenté, en lugar de celebrar, me encontré sentado en el auto con la mente y el cuerpo totalmente paralizados.
Y estuve así durante una semana, con un “burn out” que casi me deja fuera de la vida.
Era mi caballo diciendo “basta”. Y sin embargo, mi primera reacción fue retarlo: “¿Cómo vas a estar así cuando tendrías que estar feliz?”.
Aunque me cueste admitirlo, sé que más de una vez seguí avanzando por inercia, creyendo que podía con todo. Hasta que el cuerpo me dijo que no. Una contractura intolerable, una fatiga imprevista, una tristeza sin explicación. Señales claras de que algo adentro pedía pausa y yo no supe o no quise oírlo.
Y a la larga o a la corta, las consecuencias se hacen sentir, y se pagan.
¿Hasta dónde vale la pena resistir? ¿Hasta cuándo se puede vivir empujando? ¿Y si la verdadera inteligencia fuera aflojar las riendas y animarse a parar?
Nos enseñaron que descansar es perder el tiempo, que hay que poder siempre, que el mérito está en no quejarse. Pero ¿y si ese mandato también cansa el alma?A veces pienso que madurar puede ser, justamente, dejar de tratarnos a los gritos. Aprender a dialogar con esa parte nuestra que sólo quiere un poco de ternura.
Quizá se trate de encontrar un ritmo compartido, una forma más amable de avanzar.Pienso que la medida de una vida en paz podría ser cuando el jinete y el caballo ya no se lastiman. Cuando el empuje se mezcla con la ternura y cuando las metas dejan de ser imperativos para volver a ser elecciones. Cuando hay un diálogo entre ellos: “¿Cómo estás, caballito? ¿Estás bien? ¿Te parece bien la dirección? ¿El ritmo que estamos llevando? ¿Necesitas algo? ¿Parar un rato? ¿Ir más despacio?
No tengo respuestas cerradas. Pero sí una sospecha: Que ningún éxito compensa el olvido de uno mismo, que no hay meta que valga si uno llega roto, y que no hay jinete posible sin un caballo que acompañe.
Y me pregunto: ¿Qué pasaría si un día el caballo se negara a seguir y el jinete, en lugar de enfurecerse, decidiera bajarse por un rato y caminar a su lado?
Quizás ahí -en ese gesto de humildad- empiece, por fin, el verdadero viaje.
Juan Tonelli
Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
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