Debates
Cuando la libertad de expresión está limitada desde la autoridad estatal, laboral e incluso familiar lo que procede en todo caso será reclamar, denunciar o incluso -tratándose de asunto grave el desacato.

Lo primero que debe decirse en este asunto es que cuando no hay una verdadera libertad de expresión de poco sirve conversar, discutir o debatir, y no nos referimos en especial a la restricción ejercida desde el poder político sino a cualquier presión que, venga de donde venga, restringe la libertad para manifestar las opiniones o convicciones. Cuando la libertad de expresión está limitada desde la autoridad estatal, laboral e incluso familiar lo que procede en todo caso será reclamar, denunciar o incluso -tratándose de asunto grave el desacato.
Nos ha tocado vivir temporadas de mayor o menor inquietud social, cultural o política ya sea por el surgimiento de movimientos, ideologías o tendencias que impactan la visión íntima o personal que cada uno posee; en ocasiones se trata de cuestiones muy relevantes que suelen ocupar una porción significativa del tiempo e ímpetu de esos ratos, cortos o largos, de conversación que tenemos cotidianamente con nuestros amigos, compañeros de oficio, familiares y demás pero igualmente del tiempo, pasión y recursos que se dedican en escenarios más abiertos como son los medios tradicionales de comunicación así como las redes sociales, encuentros, mesas redondas, etcétera, en la radio y televisión sin dejar fuera las elocuentes intervenciones de nuestros representantes en las cámaras legislativas. Todo esto no es rasgo propio de nuestra civilización ni exclusivo de la cuestión política sino que penetra el hogar, la escuela, el sitio de trabajo o simplemente el entretenimiento, las sobremesas y hasta las conversaciones y discusiones entre los enamorados. Ya se trate de una conversación, una discusión, un debate o de plano una disputa, cuando los participantes no pueden expresarse con amplitud y libertad por el motivo que sea, aquellos intercambios de palabras no servirán para llegar muy lejos. Es indispensable expresarnos con toda libertad sin dejar de lado la consideración y el respeto pero, sobre todo, la veracidad y la intención.
Estas dos últimas deben tenerse muy en cuenta especialmente en los intercambios sobre materia de costumbres, ideologías, religión y política pues estos aspectos configuran esencialmente nuestra visión de la vida, nuestra cosmovisión.
Hace días leí que Sócrates no debatía, que rechazaba participar en debates porque –explicaba él- el debate politiza los argumentos, algo así como falsearlos o manipularlos para “ganar” el encuentro. Estamos hablando de un señor que nació unos 480 años antes de Cristo y se sabe que murió 79 años después, en el año 399 a.C.; su vida transcurrió hace casi 2500 años y en su tiempo hablaba de cosas que vivimos con encendida pasión hoy, en nuestros días, como si este sabio se hubiera asomado a nuestros días.
En ese planteamiento del célebre filósofo se advierte cómo la debilidad -acaso farsa- de los debates de todo tipo, en especial de los debates políticos que vivimos en tiempos de campañas electorales así como en las asambleas legislativas, qué tan cierto es que se falta a la congruencia y coherencia por parte de los participantes que -nada extraño es- sus posturas elocuentemente defendidas ayer y hoy son con igual o mayor elocuencia atacadas por los mismos en atención a consignas o conveniencias que por diversos motivos se plantean por la corriente en turno según los dictados, deseos o intereses del infalible en turno.
Con qué claridad habría visto Sócrates la grave tentación de que, al debatir, los argumentos fuesen torcidos para agradar al infalible ya que de él o ella dependerá el futuro político -casi futuro existencial- de muchos que con premura se lanzan a debatir en la arena pública: Igual pasaba en la Grecia de hace dos y medio milenios. Con qué claridad vio el pensador ateniense los intríngulis y vericuetos que prevalecen en la mecánica mental de algunos políticos pero no sólo en ellos sino por igual en los muchos acomodaticios cuyas opiniones y principios tienen más flexibilidad de acomodo y adaptación que un guante de tela.
El debate corre un enorme riesgo de no ser auténtico simplemente por la intensa necesidad de ganarlo.
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