La prepotencia de López Obrador
Las sanciones que en materia de tráfico aéreo ha aplicado el Gobierno norteamericano a México son resultado de la arrogancia con que el nefasto ex presidente hacía a un lado leyes y tratados para imponer su voluntad.

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
El marido le dijo a su esposa: “Debo hacerte una confesión: Estoy viendo a un siquiatra”. Respondió la mujer: “Eso no es nada. Yo estoy viendo a un ingeniero, un abogado, un maestro, un músico, un mecánico y un contador”. Tunancio era hombre de costumbres poco edificantes, a diferencia de su hermano Querubino, de vida honesta y hábitos morigerados. Una noche el tal Tunancio le dijo a su decente hermano: “Te invito a ir a ‘La mansión de Venus’, el mejor congal de la ciudad. Ahí hay buen vino y mujeres de eróticas destrezas. Yo corro con los gastos”. “No -declinó la invitación el otro-. Mi esposa no merece que le haga eso”. Acotó Tunancio: “A tu esposa no le vas a hacer nada”. Este amigo mío, dueño del invaluable tesoro de la fe, dice que en el Cielo nos encontraremos con todos nuestros seres queridos. A mí eso me preocupa mucho: Tengo seres queridos con los que no me gustaría volver a encontrarme. Quisiera, sí, ver de nuevo a la tía Crucita. Vivía en el rancho San Francisco, al pie de la alta sierra de La Viga, en la región boscosa de Coahuila. Con ella pasábamos de niños algunas vacaciones. Todas las tardes nos hacía rezar el rosario antes de darnos la merienda. Le mortificaba que durante el rezo algunos de sus sobrinos jugueteaban picándole al primo de adelante las costillas y otras zonas bastante más profanas. A mí me mortificaba que ella se mortificara, y procuraba estarme quietecito, los brazos cruzados y la expresión piadosa. Al paso de los años esa actuación tuvo recompensa. Cuando la tía se sintió morir hizo testamento. En él dispuso que su pequeña casa de Saltillo se vendiera. El producto de la venta se destinaría a pagar los estudios de un seminarista ignaciano, o sea jesuita. Yo tendría la preferencia para comprar la finca, pues de niño había sido “muy ordenadito”, dejó dicho. La amada eterna y yo estábamos recién casados, y con nuestros magros ahorros, y un crédito bancario, pudimos adquirir la diminuta casa. Orgulloso propietario, me sentí más rico que los más ricos ricos de la ciudad. Pero no es de la tía Crucita de quien quería hablar, sino del tío Andrés, su hermano. Era devoto aficionado al mezcal de la Laguna de Sánchez, y lo bebía con perseverante asiduidad. Poseído por los espíritus etílicos ya no podía mantenerse en pie. Se dejaba caer en un poyo junto a la pared, y todo derrengado exclamaba con tartajosa voz: “¡Ay qué cosa tan linda y tan hija de la rechin…!”. Lo mismo que el tío Andrés decía de su borrachera podría decirse acerca de la embriaguez insana que muestran algunos políticos llegados al poder. Ninguno que yo recuerde lo ha ejercido en forma tan altanera y caprichosa como López Obrador. Su prepotencia causó al País enormes daños cuya gravedad aparece ahora en diferentes formas. Las sanciones que en materia de tráfico aéreo ha aplicado el Gobierno norteamericano a México son resultado de la arrogancia con que el nefasto ex presidente hacía a un lado leyes y tratados para imponer su voluntad. Aun antes de ocupar el cargo para el que en mala hora fue elegido canceló por sus puras gónadas el aeropuerto de Texcoco a un costo altísimo que se está pagando día tras día con el trabajo de todos los mexicanos. Si en este país hubiese civilidad política y justicia verdadera AMLO iría ante los tribunales para ser juzgado, y muy posiblemente recibiría pena de prisión por tantos males que derivaron de su soberbia, su ineptitud y corrupciones. Lo emborrachó el poder. Pasarán décadas antes de que México se reponga de la cruda de esa borrachera. El poder. ¡Ay qué cosa tan linda y tan hija de la rechingada!... FIN.
MIRADOR
POR ARMANDO FUENTES AGUIRRE.
Una lumbre hipnótica arde en el fogón de la cocina de Ábrego. Cuando la leña se haga brasas pondremos en el asador la carne. No la dejaremos ahí mucho tiempo: Nos gusta término medio. Lo cocido bien cocido; lo asado mal asado.
Mientras el fuego se amansa doña Rosa cuenta una de las cosas de don Abundio su marido.
-Iba en el burro por el camino. Atrasito, a pie, iba su nieto. Comentó la gente: “Pobre niño. En el burro el viejo aprovechado, y él caminando”. Bajó Abundio del burro y subió al niño. La gente dijo: “Pobre señor. Él caminando, y el muchacho en el burro”. Subió Abundio en el burro junto con el nieto. Y la gente: “Pobre burro. El viejo y el muchacho arriba, y el burrito cargando con los dos”. Le dijo Abundio al nieto: “Vámonos al rancho, hijo. A este paso nosotros tendremos que cargar al burro”.
Reímos todos, menos don Abundio. Masculla disgustado:
-Vieja habladora.
Doña Rosa figura con índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.
¡Hasta mañana!...
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