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La Universidad Autónoma de Coahuila

Soy fundador de ese plantel donde se han formado cientos de comunicadores que en todo el País, y fuera de él, ejercen el hermoso oficio que en sus aulas aprendieron.

. Catón

La vida ha sido injusta conmigo. Permítanme mis cuatro lectores explicarme. Hay injusticia cuando se da de menos, pero también la hay cuando se da de más, y a mí esa señora me ha dado más, mucho más, de lo que debería darme. Si hiciera yo la relación de todos los dones con que la vida me ha favorecido llenaría un tomo de tomo y lomo. Ayer nada menos me dio un bello regalo. He aquí que fui invitado a compartir su aniversario por las muchachas y muchachos -así los veo- que cumplieron 40 años de haber egresado de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila. Soy fundador de ese plantel donde se han formado cientos de comunicadores que en todo el País, y fuera de él, ejercen el hermoso oficio que en sus aulas aprendieron. De muchas partes llegaron los que fueron mis alumnas y alumnos, a quienes asesté una perorata cuyo único mérito fue el de la brevedad. Quizá por eso al terminar mi participación todos se pusieron en pie para aplaudirme. Estuve en la biblioteca que lleva mi nombre, y vi la placa que se colocó en uno de sus muros: “La Universidad Autónoma de Coahuila y la Facultad de Ciencias de la Comunicación rinden merecido homenaje al Lic. Armando Fuentes Aguirre, creador, fundador, catedrático y director de esta Institución. Nuestro agradecimiento por su invaluable contribución a la historia de nuestra Casa de Estudios y por su generosa y brillante labor en la formación de los profesionistas de la Comunicación”. Muchos quehaceres he desempeñado a lo largo de mi ya larga existencia. Entre todos ellos ocupa lugar muy especial la vocación de maestro. Sentí emoción profunda, entonces, cuando mis alumnos de ayer me dijeron que de mí tomaron el amor a la música, a los libros, a la palabra hablada y escrita. Aquí les doy las gracias por haberme invitado a estar con ellos en esa amada Escuela que los preparó para la vida, y que es parte indisoluble de la mía. Procuraré ahora aliviar la carga de sentimiento que lleva consigo el anterior relato. A fin de lograr ese propósito daré salida a algunos cuentecillos.Don Cucurulo se quejó ante sus amigos: “Mi esposa es muy egoísta. El doctor me indicó que por causa de mi debilidad debo hacer el amor sólo una vez al mes, y mi mujer quiere que sea con ella”. El empleado del censo le pidió al señor de la casa que le dijera su nombre. Respondió él: “Jojojose Pepepérez Gogonzález”. “¿Así se llama?” -se sorprendió el otro. “Sí -confirmó el señor-. Mi papá era tartamudo, y el registrador que hizo mi acta de nacimiento era una hijo de la tiznada”. El cirujano que operó a don Pecunio salió del quirófano y les informó con grave acento a los parientes del dineroso caballero: “Lo siento mucho. Hicimos todo lo que pudimos, pero el señor se salvó”. En la misa de bodas el sacerdote le preguntó a la novia: “¿Prometes amar a tu marido, respetarlo, estar con él en la salud y en la enfermedad y serle fiel?”. Replicó la muchacha: “Son demasiadas cosas. Que escoja una”. El jefe de la tribu de caníbales sorprendió a su esposa en indebido trance de fornicio con el explorador blanco. Antes de que el fúrico antropófago pudiera articular palabra habló la mujer: “No pienses mal, Carnelo. Te estoy calentando la comida”. Don Algón, salaz ejecutivo, le regaló a la hermosa Dulcibella un finísimo abrigo de visón. Le dijo la pizpireta chica: “Muchas gracias, don Algón. Este abrigo lo mantendrá calientito durante todo el invierno”. El Lobo Feroz le anunció en tono amenazante a Caperucita Roja: “Voy a besarte donde nadie jamás te ha besado”. Acotó ella: “Pos sólo que sea en la canastita”.FIN.