Rehundimiento
Fox convirtió la Presidencia en un talk show. Marta Sahagún en un reality show. Calderón creyó que podía ganar legitimidad con balas. Doce años que pudieron cambiarlo todo y sólo cambiaron de manos la chequera

Salieron videos. Hubo eventos con luces, discursos encendidos y selfies triunfales anunciando la nueva imagen del Partido Acción Nacional. Hablaron de renovación, de relanzamiento, de reencontrarse con la ciudadanía. Se presentaron logos rediseñados, promesas recicladas y un llamado a “volver a creer”. Pero justamente eso -ese relanzamiento tan limitado, tan cosmético- revela que no entienden que no entienden.
Porque el PAN no es una víctima inocente del populismo autoritario que hoy domina a México. Es su padre ausente, su partero irresponsable, su coautor involuntario. Durante doce años de gobiernos panistas -los de Vicente Fox y Felipe Calderón- el País experimentó una alternancia en la cual el PAN no rompió con el antiguo régimen. Con demasiada frecuencia lo mimetizó. Como documenta el libro El PAN: Doce años de Gobierno, coordinado por Ana Covarrubias, el partido desmontó el monopolio priista, pero no rediseñó las instituciones corroídas. Abrió la puerta de la democracia, pero dejó entrar a los viejos vicios con nuevo uniforme.
Fox convirtió la Presidencia en un talk show. Marta Sahagún en un reality show. Calderón creyó que podía ganar legitimidad con balas. Doce años que pudieron cambiarlo todo y sólo cambiaron de manos la chequera. Doce años de oportunidades desperdiciadas, de rendición de cuentas ausente, de complicidades con los mismos empresarios, caciques, contratistas y cúpulas a las que prometieron enfrentar. Sí, hubo avances administrativos, algunos gobiernos locales profesionales, cierta modernización, logros en cultura. Pero también hubo complacencia. Y cuando llegó el castigo, lo ignoraron.
Morena es, en gran parte, una reacción al fracaso ético y político del PAN. Tres elecciones consecutivas -2012, 2018, 2024- y el mensaje del electorado sigue sin entrarles en la cabeza. La población no quiere volver al pasado. No quiere discursos morales, sino políticas sociales. No quiere una derecha persignada, sino una oposición capaz de hablar de desigualdad, de pobreza, de derechos, de feminismo, de dignidad.
Pero el PAN insiste en marchar hacia atrás. Lo vimos en la “Marea Rosa”, defendiendo al INE como si fuera un tótem sagrado y no una institución que también erró. El INE “no se toca”, decían, cuando debió tocarse para corregir sus omisiones: No quitarle el registro al Verde, no multar al PRI por Monex y Soriana, no revisar cómo su propio Consejo General comenzó a ser cooptado por las cúpulas partidistas. Defienden instituciones que no pudieron o no quisieron reformar. Argumentan que “antes estábamos mejor”, sin ofrecer cómo estar mejor mañana. Lo que transmiten no es renovación, sino melancolía. Un cómodo regodeo en la impotencia.
Y todo esto sucede mientras el País cambió. Desde 2018 hubo un realineamiento electoral, como explica el académico Alejandro Moreno en El viraje electoral. México viró a la izquierda. Viró hacia las preocupaciones sociales que el PAN nunca supo entender. Porque el PAN todavía respira elitismo, clasismo, misoginia, discriminación. No habla el idioma de las nuevas generaciones. No ofrece una contranarrativa a la resonante “larga noche neoliberal”, más que regresar ahí.
Peor aún: No hay líderes sólidos en su dirigencia. No hay imaginación. El PAN que en los ochenta y los noventa jugó un papel clave en la transición democrática -negociando, movilizando, construyendo ciudadanía, sacándola a las calles- se convirtió en una sombra que sólo tuitea. De partido opositor, pasó a ser coro de lamentaciones. De fuerza política, a hashtag. Perdió la capacidad para ser receptáculo del descontento, revelado a nivel granular en encuestas donde se aprueba a Sheinbaum, pero se reprueban los resultados de su Gobierno.
Un verdadero relanzamiento implicaría un cambio real de dirigencia. Una asamblea abierta para debatir nuevos estatutos. Un discurso que ofrezca esperanza, soluciones, agendas osadas. Un cambio de nombre. Una refundación. Un gesto audaz que dijera: Aprendimos, cambiamos, volvimos distintos. No basta sólo cortar la alianza con el PRI o acurrucarse con ultraderechistas.
Pero lo que hemos visto es sólo una depuración del logo. Un video donde el bien y el mal luchan como en una película de ciencia ficción. Una estética apocalíptica, una narrativa simplona. Un relanzamiento que parece más bien un rehundimiento. Y lo que Acción Nacional necesita no es un nuevo logotipo. Es una nueva columna vertebral.
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