Nunca dejes que el miedo maneje tu vida

¿Alguna vez te sentiste un cobarde? ¿Esa sensación de querer avanzar y no poder? De sentir el cuerpo tenso, la voz temblorosa, el corazón que late tan fuerte que parece que va a explotar. Y desistir.
El miedo tiene mil máscaras: A veces se disfraza de prudencia, otras de madurez, hasta de sentido común. Y siempre nos susurra lo mismo: “No lo hagas”.
Sin embargo, es ahí -justo ahí, cuando temblamos- donde empieza el coraje.
Nelson Mandela sabía eso. Pasó 27 años preso por el “delito” de tener la piel negra. Veintisiete años de aislamiento, humillaciones y trabajo forzado en las canteras de Robben Island. Dieciocho años en un calabozo de dos metros por uno.
En su autobiografía cuenta que la primera noche, mientras los guardias gritaban y lo golpeaban, temblaba de miedo. Pero también entendió algo: Si los otros prisioneros lo veían quebrarse, se vendrían abajo ellos también. Así que cada mañana se obligaba a levantarse erguido, aunque por dentro se sintiera destrozado. Ese fue su primer acto de coraje: No negar el miedo, sino darle un sentido.
Años después, en el juicio donde lo condenaron, sabía que podía ser ejecutado. Frente al tribunal pronunció una de las frases más poderosas del siglo 20:
“He acariciado el ideal de una sociedad libre... Es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.
No lo dijo un hombre sin miedo, sino uno que había decidido que había algo más importante que él mismo. El coraje, entonces, no es un músculo ni una genética especial: Es una elección.
Durante su campaña presidencial, ya en libertad, volaba un día en un pequeño avión con su equipo. De pronto una de las turbinas falló. El aparato se sacudía, el ruido era ensordecedor, y todos entraron en pánico. Todos menos él. Mandela seguía sentado, leyendo el diario, inmutable.
El piloto miraba hacia atrás tal vez pensando en la ironía del destino que su pasajero ilustre, después de sobrevivir a 27 años de cárcel, justo iría a morir en un accidente aéreo, apenas recuperada su libertad. Pero lo que vio, en vez de aumentar su miedo, lo tranquilizó. Mandela estaba sereno, leyendo el periódico, inmutable. Cuenta el piloto que aquella imagen lo inspiró a redoblar sus esfuerzos hasta poder concretar un aterrizaje de emergencia.
Ya en tierra y arriba del auto, su secretario privado le dijo:
“Usted es un héroe, señor. Allá arriba estábamos todos muertos de miedo y usted, tan tranquilo…”.
Mandela sonrió y le dijo:
“No se equivoque. Yo también estaba muerto de miedo. Hubiera estado loco si no sentía miedo. Pero estaba a cargo. Era mi responsabilidad. Todos ustedes me estaban mirando”.
Y agregó: “El coraje no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de trascenderlo”.
Esa frase lo resume todo. Si esperamos no tener miedo para actuar, estamos esperando lo imposible. El miedo no desaparece; se transforma, se disfraza, cambia de tono. Pero siempre está. Lo que si puede cambiar es la relación que tenemos con él: Podemos dejar que nos paralice o podemos caminar con él de la mano pese a sentirlo.
Años después, cuando llegó a la Presidencia, pudo haberse vengado. Tenía el derecho, la legitimidad, incluso el apoyo de millones. Pero eligió otro camino.
“Cuando salí por la puerta hacia mi libertad –escribió-, supe que si no dejaba atrás mi amargura y mi odio seguiría siendo un prisionero”.
Ese gesto fue quizá su mayor acto de coraje: No el de enfrentar a sus enemigos, sino el de soltar el miedo que se esconde detrás del odio.
Llegó a tal punto que sin aires de revancha invitó a sus antiguos -y asustados- carceleros a su asunción presidencial. Vestido con la camiseta verde de los Springboks -símbolo de la minoría blanca- unió a un país que parecía imposible de reconciliar. Lo hizo entrando justo ahí donde más miedo daba entrar: En el corazón del otro.
Mandela nos recuerda que nunca dejamos de sentir miedo, pero que siempre lo podemos atravesar. Que el valor no se declama, se ejerce. Y que a veces ser valiente no es levantar el puño, sino bajar la guardia.
El miedo, bien comprendido, no es el enemigo: Es la señal de que algo importante está en juego. Y cuando logramos seguir caminando pese a él, descubrimos una fuerza que no sabíamos que teníamos.
Quizá de eso se trate el coraje: De asumir el miedo sin rendirle el mando.
Porque los verdaderamente valientes no son los que no sienten miedo, sino los que, aun temblando, eligen no detenerse.
CV: Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
Respuesta de IA |
---|
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí