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Eutanasia, deseo indeseable

Vivimos hoy en una civilización del confort donde las incomodidades nos resultan intolerables...

Jesús Canale

Nadie -salvo en condición anormal- desea algún sufrimiento por sí mismo, e igualmente nadie -salvo en condición de malicia- desea sufrimiento a otra persona. El sufrimiento es una experiencia personal desagradable que todos, sin excepción, tarde o temprano y en mayor o menor grado, atravesamos o atravesaremos. Vivimos hoy en una civilización del confort donde las incomodidades nos resultan intolerables; esto, en buena medida, contribuye a que tengamos una actitud verdaderamente fóbica al dolor, al sufrimiento, y tanto, que el sufrimiento se confunde con desgracia e infelicidad.

No es de sorprender, pues, que a veces la aversión al sufrimiento es tan fuerte que nos induce a considerar que una vida con sufrimiento no es una vida digna de ser vivida, que en otras palabras evitar el sufrimiento justifica acabar con la vida propia o ajena; le damos al sufrimiento más valor que a la vida misma.

No es la primera vez en la historia que tal escenario se vive, con motivos algo diferentes quizás, pero donde la vida está subordinada a otros valores. Y no iremos a siglos muy pasados; volteemos la mirada al siglo recién pasado, concretamente a un suceso de 1920 ¡hace apenas 100 años! en Alemania: Un pequeño librito escrito por un jurista y un siquiatra bajo el título “Permitir la eliminación de las vidas carentes de valor” que directamente promovía la aceptación general y legal de la eutanasia para personas improductivas: Enfermos del cuerpo o de la mente, discapacitados improductivos, individuos que requiriesen atención médica, de enfermería y acompañamiento continuos, en los que no valía la pena consumir recursos ni esfuerzos en alimentarlos, vestirlos, darles cama y techo, costearles medicamentos y profesionales a su cuidado y a los que se llegó a llamar vulgarmente “comelones inútiles” (“nutzlose Esser”, en alemán).

Esta propuesta, poco tiempo después enarbolada por el movimiento nacional-socialista (nazi), justificó la erección de poco más de 40 centros de eutanasia a lo largo de Alemania en los que se terminó el sufrimiento y el gasto dedicado a decenas de miles de personas, ciudadanos alemanes de todas edades. (Aclaración: Esto no guardó relación alguna con el exterminio a los judíos, que vino después).

El criterio era que esas personas enfermas, incurables, incapaces de trabajar y por lo tanto improductivas sólo dañaban al pueblo alemán sin generar beneficio alguno y por lo tanto era “higiénico” “eliminar sus vidas sufrientes y carentes de valor”. Para la legalización actual de la eutanasia -lograda primeramente en Holanda y Bélgica en el año 2002- la improductividad y el ahorro de recursos no aparecen explícitamente como el primer motivo sino que este suele ser el de ahorrar sufrimientos a los enfermos, siendo las primeras causas cáncer y Alzheimer, aunque el sufrimiento de los familiares es con frecuencia el mayor motivo, especialmente en personas en coma, demencia severa e incluso ya con sufrimiento notablemente reducido gracias a tratamientos paliativos.

Bien se ha dicho que hoy la eutanasia no es tanto para sofocar los sufrimientos sino que es atribuible al “autonomismo libertario”, es decir, que es más solicitada por el libre deseo del enfermo o del familiar responsable cuando aquél no está en condiciones de decidir. No es exagerado decir que con frecuencia el deseo se convierte en un derecho, pero deseo y derecho no son lo mismo.

A veces se pregunta que si las mascotas son merecedoras de eutanasia para acabar con el sufrimiento ¿por qué las personas no lo pueden ser también? No hay manera de asignar dignidad a un animal no humano, de haberla no deberíamos matar al ganado, las aves ni los peces para alimentarnos.

Las personas merecemos un trato diferente al de los animales no humanos; claro está que hemos de cuidarlos y tratarlos bien pero no somos iguales, su naturaleza es otra y no hay lugar para la equiparación. Desafortunadamente “muerte digna” es un confuso eufemismo del que se apropió el “lobby” eutanásico (en México también). Por cierto, ni el sufrimiento ni la muerte son indignos de suyo. La eutanasia y el suicidio asistido no son actos médicos ni terapéuticos, no debe obligarse al médico ni a la enfermera o enfermero a matar a un enfermo para quitarle su dolor. Hoy, hay otras maneras de paliar el dolor y otros sufrimientos; toda una especialidad, la Medicina de Cuidados Paliativos. Poseemos a nuestros hijos, sí, pero no nos pertenecen. Poseemos nuestro cuerpo, sí, pero no nos pertenece.

Jesús Canale.

Médico cardiólogo por la UNAM.

Maestría en Bioética.

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