Góngora y López Velarde
No tengo la desdicha de ser poeta. De vez en cuando, es cierto, se me cae un soneto, pero lo recojo apresuradamente para que nadie vaya a tropezar con él.

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
“Anoche perdí la virginidad”. Esas dramáticas palabras le dijo Susiflor a su mamá. La señora estaba viendo una serie en su tablet, y respondió distraídamente: “¿Buscaste abajo de la cama?”. Don Simpliciano les contó a sus amigos: “Hay un bar donde cada noche hacen una rifa. Si te sacas el premio tienes derecho a que el cantinero te lleve a la habitación de arriba, y ahí recibes sexo gratis”. “¡Fantástico! -se entusiasmó uno de los amigos-. ¿Y tú te has sacado el premio?”. “Yo no -replicó don Simpliciano-, pero mi esposa sí. Tres veces”. Dulcibella, muchacha de buenas familias educada en el Colegio de la Reverberación, le comentó a su amiga Rosibel: “No me gusta el sexo en el cine”. “Tampoco a mí me gusta -coincidió Rosibel-. Los brazos de la butaca estorban mucho”. No tengo la dicha de ser poeta. No tengo la desdicha de ser poeta. De vez en cuando, es cierto, se me cae un soneto, pero lo recojo apresuradamente para que nadie vaya a tropezar con él. Por eso, porque no soy poeta, me sorprendió mucho la invitación que recibí para pronunciar nada menos que la conferencia magistral en el XLIV Congreso Mundial de Poetas, efectuado en días pasados en Monterrey en la sala mayor del elegante y tradicional Hotel Ancira. Al encuentro asistieron numerosos poetas venidos de más de quince países de cuatro de los seis continentes en que se divide el mundo, incluido Saltillo. Hubo excelente traducción simultánea, de modo que me las arreglé para recitar de memoria poemas de mis dos poetas predilectos: Góngora y López Velarde. Propuse algunas ideas arriesgadas, como decir que antes de escribir en verso libre el poeta debe aprender a contar con los dedos, o sea someterse a las exigencias de la métrica y la rima, pues a mi entender el poema es ante todo forma, y la armonía de la música debe estar en él para que no sea solamente prosa dividida en pedacitos. Una vez aprendida la retórica tradicional, entones sí el poeta tiene no sólo el derecho, sino el deber de liberarse de ella. Cuando terminé mi perorata las y los poetas presentes se pusieron en pie y me aplaudieron largamente, cosa que me asombró y conmovió al mismo tiempo. Después estuve más de una hora firmando autógrafos y posando para fotografías. Recibí una placa alusiva y un magnífico retrato al óleo con mi vera efigie. Lo mostré al público, y al hacerlo dije las evangélicas palabras con las cuales don Luis María Martínez, Arzobispo Primado de México, firmó una fotografía suya: “Nolite timere. Ego sum”. No temáis. Soy yo. De ingratitud pecaría yo si no agradeciera aquí a la maestra María del Pilar Martínez, presidenta del Congreso, y a Elsa Laura Cerda, directora general de organización, las generosas atenciones que tuvieron para mí en esa que ha sido una de las experiencias más gratas de mi vida, pues ser considerado poeta es un honor que estoy lejos, muy lejos de merecer. Podría repetir la queja de Cervantes: “Yo que tanto me afano y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo.”. En fin, me la he pasado siempre tratando de ser lo que no puedo ser. Supla la buena intención a los pobres resultados. Termino estas deshilvanadas letras con un cuentecillo alusivo. Pepito fue a la playa con sus papás. Los acompañó un señor de nombre don Cucurulo, que se las daba de poeta. Pepito entró al mar, y dijo el versificador: “Al niño llamado Pepito / le llega el agua hasta el pitito”. Todos rieron la gracejada, menos el chiquillo. Cuando las risas terminaron Pepito habló: “Al señor llamado don Cucurulo / le llega el agua hasta las rodillas”. Se burló el aludido: “No rima”. Dijo Pepito: “Cuando suba la marea rimará”. FIN.
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