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¿Vives a tu ritmo, o al que el miedo te impone?

Cuántas veces, en la vida cotidiana, confundimos velocidad con eficacia o con profundidad. Vivimos acelerados, como si corriendo fuéramos a garantizar el resultado.

Juan Tonelli

Historias demasiado humanas

En 1955, un joven pianista canadiense sacudió al mundo de la música clásica.

Glenn Gould tenía poco más de 20 años cuando grabó por primera vez las “Variaciones Goldberg” de Johann Sebastian Bach. Su interpretación fue explosiva: Fresca, acelerada, virtuosa. En 38 minutos condensó una obra que parecía inabarcable, y a fuerza de virtuosismo y una velocidad increíble de ejecución se ganó un lugar en la historia.

Durante años, esa versión fue considerada la más fiel al espíritu de Bach.

Gould tocaba con la urgencia de quien siente que no hay tiempo que perder, con la impaciencia vital de alguien que todavía quiere demostrarlo todo. Cada nota tenía vértigo, cada variación era una carrera hacia adelante.

Veinticinco años después, la misma discográfica CBS le propuso grabar nuevamente la obra con motivo de las bodas de plata. El pianista ya no era el mismo. Tenía mucha más experiencia, más experiencias de vida, más silencios encima. Podría haber repetido la fórmula que lo había hecho célebre, pero eligió otra cosa.

Esta vez tocó cada variación con un “tempo” mucho más lento, como si la música necesitara aire para desplegarse. Cada nota encontraba su espacio, cada silencio pesaba. La obra, que en su juventud había comprimido en 38 minutos, ahora se extendía a 52.

En la presentación, un periodista le preguntó por qué el cambio de velocidad, dando a entender tácitamente que quizás era porque ya estaba viejo. Gould lo miró sereno, y después de reflexionar unos instantes que parecieron eternos, le respondió con apenas dos palabras: “Porque puedo.”

Esa frase, simple y contundente, encierra un manifiesto sobre la vida. La velocidad de la primera grabación había sido el reflejo del ímpetu de sus años jóvenes. Pero la calma de la segunda no era resignación: Era poder. Poder frenar. Poder habitar la música en lugar de atropellarla. Poder elegir.

Cuántas veces, en la vida cotidiana, confundimos velocidad con eficacia o con profundidad. Vivimos acelerados, como si corriendo fuéramos a garantizar el resultado.

Tal vez el apuro proviene del miedo: Miedo a fracasar, a equivocarnos, a que las cosas no salgan como queremos, a que el tiempo no alcance para hacer todo lo que queremos, que por cierto parece inabarcable.

¿El llegar antes nos pone a salvo de la frustración? La ansiedad se vuelve un combustible tóxico: Nos empuja, pero también nos devora.

Y en esa carrera desenfrenada, ¿cuántas cosas van quedando a un lado, como el escuchar nuestra propia música? Sentimos que la vida nos lleva puesta, que somos incapaces de manejar nuestros ritmos.

La lección de Gould es que sólo en la madurez podemos elegir el ritmo, y quizá comprender que las cosas bien hechas requieren otro tiempo. Algo que suele ser imposible de comprender en la juventud. Es poder elegir, y que el ritmo no nos lleve puestos a nosotros.

Como es de imaginar, si la primera interpretación de Gould fue considerada algo excepcional; la última, la que interpretó lentamente, es considerada la mejor de la historia.

La pregunta que queda en el aire es ¿a qué ritmo vivimos? ¿Al que elegimos nosotros, o al que nos imponen las circunstancias, nuestra inmadurez, nuestros miedos, nuestras creencias equivocadas?

Juan Tonelli

Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.

www.youtube.com/juantonelli

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