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Se sirven con la “cuchara grande”

...los políticos que en vez de servir se sirven con la cuchara grande. En México los ha habido de esa laya desde de los lejanos tiempos en que los virreyes de la Nueva España venían acá a enriquecerse.

. Catón

De política y cosas peores

“Ahora que ya llegó febrero ganas tenía de verte, mi general Quevedo. Tú me enseñaste a robarme los elotes, quitarles las hojas, echarlos al bote. Tú me enseñaste a robarme las gallinas, quitarles las plumas, hacerlas cecina. Tú me enseñaste a robarme los cochinos, sacarles el cuero, hacerlos tocinos. Tú me enseñaste a robarme las vacas, cambiarles el fierro, venderlas baratas. Tú me enseñaste a robarme las muchachas, subirlas al carro, bajarlas borrachas. Tú me enseñaste a robar de lo robado, y ahora resulta que soy diputado”. Estuve ayer en Ciudad Juárez, a donde fui a presentar mi último libro, “México en mí”, que espero no sea el último. En Chihuahua escuché por vez primera el corrido del general Quevedo, una de cuyas versiones transcribí arriba. El corrido mexicano es heredero directo del romance castellano. Sus versos son por lo general octosilábicos, no por retórica, sino por biología: Ocho sílabas son las que se pueden pronunciar en un solo golpe de voz sin tener que volver a tomar aire. Así, el romance y el corrido son el género más popular -y más natural- de la literatura. El del general Quevedo, aunque travieso, tiene fondo. Expresa en términos de pueblo el recelo que suscitan los políticos que en vez de servir se sirven con la cuchara grande. En México los ha habido de esa laya desde de los lejanos tiempos en que los virreyes de la Nueva España venían acá a enriquecerse. Y a veces también sus esposas. Una de ellas hizo correr la versión de que en Europa las perlas habían pasado ya de moda, y se consideraba cursi a quien todavía las usaba. Las damas mexicanas se apresuraron a vender sus perlas, y la astuta virreina las compró a precio vil por medio de interpósitas personas. Cuando con su marido regresó a la península llevó consigo un valiosísimo tesoro en perlas que le envidiaron todas las mujeres de la corte. Historia ya pasada que se vuelve presente al ver ahora la corrupción que reina en las filas de la 4T, mayor y más cínica y desvergonzada que aquella de la época priista. Generales Quevedo hay en la actualidad, lo mismo que almirantes y vicealmirantes; igual que senadores que antes fueron notarios públicos, ganaderos, gobernadores y secretarios de Gobernación enriquecidos con fortunas que permitirán a sus descendientes vivir sin trabajar hasta la séptima generación. Si eso tienen los que se salpicaron, cuánto no tendrán los que se bañaron. Hemos celebrado la captura de los peces chicos, pero los peces gordos siguen vivitos y coleando. Y así seguirán, pues los protege el padrino de la mafia en cuyas manos ha caído este País. Y más no digo, pues estoy muy encaboronado. Ya que no puedo cambiar las cosas cambio el tema. Conocemos a Jactancio. Es un sujeto vanidoso, ególatra, pagado de sí mismo. Llenó una solicitud de empleo, y en el renglón correspondiente a sexo puso: “Todos los días”. Pancho el mexicano llegó al Cielo. San Pedro, el portero celestial, le dijo: “En vida te portaste bien. Puedes entrar”. Y así diciendo le entregó un cochecito compacto, del más bajo precio, para que anduviera por las calles de la morada celestial. Poco después llegó David Shapiro. San Pedro lo admitió igualmente y le entregó un carísimo coche deportivo, convertible de gran lujo. Pancho, amoscado, le preguntó a San Pedro: “¿Por qué la diferencia?”. Le explicó el apóstol de las llaves: “Él es paisano del patrón”. Aquel turista no hablaba nada de español. Para pedir en una fonda un bistec de res se puso los dedos índices a cada lado de la cabeza e hizo “mu”. La mujer que lo atendía se dirigió al dueño del establecimiento: “Viejo: Creo que el señor quiere hablar contigo”. FIN.