La insistencia en obras ferroviarias
Aún en los países donde los trenes son medio de transporte usual las empresas que los manejan, estatales o particulares, afrontan serios problemas económicos y con frecuencia sufren pérdidas de consideración.

-Los socios y socias del Club Nudista “Pelotier”, cuyo lema es “Ventilemos nuestras diferencias”, tuvieron su banquete anual. Al término del ágape el presidente de la agrupación se puso en pie para pronunciar el discurso de rigor. Empezó: “Amigas y amigos: En estos momentos experimento una extraña sensación”. En voz baja le dijo el secretario del club: “Es que metió su cosa en la taza de café”. Me apropio los versos de Ramón López Velarde: “Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo / que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo. /A medida que vivo ignoro más las cosas. /No sé ni por qué encantan las hembras y las rosas”. Descendiendo a terrenos más terrenos, ignoro por qué la 4T insiste en hacer trenecitos, sobre todo después del fracaso inocultable del Tren Maya. Vivió hace tiempo un destacado historiador de mucho mérito, don Antonio Pompa y Pompa. A propósito de sus apellidos escribió Salvador Novo, que solía mojar su pluma en cicuta: “No molesta la pompa; lo que molesta es la insistencia”. Pues bien: En el caso de los trenes la insistencia del régimen en seguir haciéndolos aquí, allá y acullá da pábulo a suspicacias de todo orden. En tiempos de la dominación priista -hay quienes extrañan esa dominación tras compararla con la actual- se atribuía a los políticos una frase crematística: “De las obras las sobras”. Un cierto funcionario mexicano viajó a los Estados Unidos. Fue atendido allá por un colega suyo norteamericano, funcionario como él, que lo invitó a ir a su casa. Vivía el tipo en una residencia palaciega, llena de lujos y comodidades. El visitante le preguntó: “¿De dónde salió para todo esto?”. El yanqui lo condujo a una ventana y le mostró una espléndida autopista que pasaba cerca. Tenía 16 carriles, túneles, puentes, pasos a desnivel. Le preguntó al mexicano: “¿Ves esa carretera?”. Respondió el otro: “Sí”. Y dijo el yanqui dándose golpecitos en el bolsillo del pantalón: “Pues el 10% se vino para acá”. Luego de unas semanas le tocó al funcionario mexicano el turno de invitar a su colega de Estados Unidos a que lo visitara en la Ciudad de México. Lo llevó a su casa. El norteamericano casi se fue de espaldas. Aquella no era una casa: Era un palacio real. Tenía 22 recámaras, 5 hectáreas de jardín, alberca olímpica, campo de golf de 18 hoyos, helipuerto, garaje para 15 coches, canchas de tenis, padel y frontón, sala de cine. Boquiabierto, el estadounidense le preguntó a su colega de México: “¿De dónde salió para todo esto?”. El otro lo condujo a una ventana. “¿Ves esa carretera?”. El yanqui se asomó, volvió la vista a todas partes y respondió confuso: “No veo nada”. Dijo el mexicano al tiempo que señalaba su bolsillo: “Pues el 100% se vino para acá”. La repetida construcción de trenes da mucho qué pensar. Son obras costosísimas cuya viabilidad es dudosa. Aún en los países donde los trenes son medio de transporte usual las empresas que los manejan, estatales o particulares, afrontan serios problemas económicos y con frecuencia sufren pérdidas de consideración. La experiencia del malhadado Tren Maya debería servir de útil experiencia, de provechoso escarmiento. Errare humanum est, perseverare diabolicum. La frase no necesita traducción. Tampoco la sospecha requiere explicación. No acaban las desventuras conyugales de don Cucoldo. El otro día llegó a su domicilio y encontró a su mujer en el lecho del pecado acompañada por un sujeto igualmente sin ropa. Antes de que el sufrido esposo pudiera articular palabra le dijo la mujer: “Cucú: Si te digo que no estamos haciendo nada malo no me lo vas a creer, ¿verdad?”. FIN.
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