La rebelión de los comediantes
Una de las cosas que más me sorprenden de los dictadores, de los líderes autoritarios, de los que están acumulando mucho poder y de los que se creen muy muy, es que no se saben reír.

Una de las cosas que más me sorprenden de los dictadores, de los líderes autoritarios, de los que están acumulando mucho poder y de los que se creen muy muy, es que no se saben reír. Quizás los vemos sonreír un poquito, pero sus labios se doblan como si fuera una mueca de dolor. No dan ganas ni de verlos. Y casi nunca sueltan una carcajada, al menos no en público. Se toman tan en serio que no hay nada peor para ellos que otros se burlen de ellos en su cara. O en la televisión, o por las redes. Por eso los dictadores, los presidentotes y los aprendices de tirano odian tanto a los comediantes.
En Estados Unidos, estamos viendo una rebelión de los comediantes contra el creciente poder del presidente Donald Trump.
Tras la “suspensión indefinida” de Jimmy Kimmel de su programa en la cadena ABC - por no describir correctamente las tendencias ideológicas del asesino del activista conservador Charlie Kirk - se generó un poderoso movimiento de protesta, liderado por los humoristas, pero apoyado por periodistas, artistas y políticos de todos los partidos. El argumento era que Kimmel tenía el derecho de decir lo que quisiera, ya que la libre expresión estaba protegida por la Primera Enmienda de la constitución.
La destitución de Kimmel ocurrió luego de que Brendan Carr, el comisionado de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), dijo en una entrevista que los comentarios del comediante eran parte de un “esfuerzo concertado para mentirle al pueblo estadounidense” y que las estaciones de televisión que transmitían su programa “tenían manera de cambiar conductas y tomar acción”. Atemorizados por las amenazas del comisionado - quien fuera designado a su puesto por Trump - decenas de estaciones decidieron no transmitir más el programa de Kimmel, y la cadena ABC lo sacó del aire.
Pero ni Trump, ni el comisionado de la FCC, ni la cadena ABC y sus estaciones afiliadas se imaginaban el tamaño y la fuerza del apoyo a Kimmel y a la libertad de expresión en Estados Unidos. Todos los amigos y competidores de Kimmel salieron en su defensa, incluyendo a Stephen Colbert, a quien la cadena CBS anunció hace poco que cancelaría su programa el próximo año. “Es evidente censura” lo que le hicieron a Kimmel, dijo Colbert en su programa. “A los autócratas no se les puede dar ni una pulgada; si la cadena ABC cree que esto va a satisfacer al régimen, son muy ingenuos”.
Al final, ganaron los comediantes.
La presión fue tal que la cadena ABC reinstauró a Kimmel en su programa, a pesar de que muchas de sus estaciones se rehusaron a transmitirlo. Si la idea del gobierno era evitar que la gente siguiera viendo las críticas de Kimmel a Trump, la maniobra fue contraproducente. Más de seis millones de personas lo vieron por televisión en su programa de regreso, y decenas de millones más a través de YouTube y las redes sociales. “Las amenazas del gobierno para silenciar a un comediante que no le gusta al presidente es antiamericano”, dijo Kimmel en su monólogo de regreso, sin bajarles ni una rayita a sus críticas.
El presidente, derrotado, quedó perplejo ante el regreso de Kimmel al aire. “No puedo creer las falsas noticias de la cadena ABC que le dieron su trabajo de regreso a Kimmel”, dijo Trump en sus redes sociales. “Son un grupo de perdedores”. Que se pudra Jimmy Kimmel con sus malos ratings”. ¿Malos ratings? Es uno de los programas más vistos en años, su suspensión temporal puso a muchos conservadores en contra del mismo presidente y demostró una gran vulnerabilidad de Trump.
Kimmel le ganó a Trump. Y eso es nuevo en un país donde el presidente ha acumulado mucho poder y donde suele ganar, por las buenas o por las malas.
Quienes crecimos en América Latina estamos acostumbrados a usar el humor para atacar a los poderosos, desde los conquistadores y virreyes españoles hasta los dictadores militares en el poder y corruptos oligarcas. Como enfrentarlos directamente podría resultar en la cárcel, el destierro, la tortura y hasta la muerte, nos burlamos de ellos con albures, palabras de doble sentido, caricaturas y chistes. En América Latina hemos tenido muchos Jimmy Kimmels que, luego de criticar públicamente al gobierno en turno, no han podido regresar a sus trabajos y, en algunos casos, ni a sus casas.
Esto que veo hoy en Estados Unidos yo ya lo vi antes en otros países de América Latina. Los latinoamericanos estamos entrenados a detectar a los líderes abusivos y a contestarles con humor. Y nunca pensé que en Estados Unidos se corriera tanto riesgo por decir bromas al aire. Estos son tiempos oscuros, de pocas risas, con el futuro de la democracia en juego.
El humor no siempre gana. Pero por ahora, en Estados Unidos, se ha llevado la última carcajada.